Paradojas en tiempos malos |
A mi regreso de Madrid para Cádiz, me llamó una vez más la atención el movimiento de personas en la estación de Atocha. Una auténtica muchedumbre se dirigía esa tarde, precipitadamente, en busca de la puerta de salida de su tren. Como suele ser habitual, el Alvia con destino a Cádiz, a pesar de la ampliación de unidades, venía abarrotado; pero el resto de destinos no le iba a la zaga. Recordé por unos momentos las imágenes de la televisión con el éxodo masivo de ucranianos, en coche, a pie o a través del ferrocarril, tratando de abandonar Kiev. En mi caso no eran, afortunadamente, masas con riesgo de perder la vida al ser alcanzados por una bomba o un tiro; pero el nerviosismo de la gente y el ajetreo de unos y otros guardaba un cierto parecido con todo aquello.
No me parecía normal que, en plena subida de la energía, con una inflación creciente y un porvenir incierto, o tal vez por esto mismo, las gentes se lanzaran a cambiar su residencia, siquiera por unos días, y asumir los acrecentados gastos que supone hoy, en plena inflación, cualquier desplazamiento. No había, en definitiva, correspondencia, entre la imagen percibida por mis ojos y la realidad que nos atrapa, desdiciendo así la idea de la gravedad del paro, la crisis económica o el temor al virus, continuamente recordada en los medios. Tal vez se trataba, una vez más, de una huída hacia adelante, como si la llegada de malos tiempos nos indujera a movernos donde fuera.
Entre las muchas lecciones que la guerra de Ucrania nos deja, hay una que me interesa resaltar. Se trata del cambio de actitudes en la población y la clase política, siquiera de forma temporal. La primera observación, bien conocida, se refiere al impacto causado en ellos por la presencia de una guerra cruel en el corazón de Europa, cuando ya creíamos olvidado este tipo de hechos.
Quizás sean las imágenes dramáticas de los ucranianos masacrados, lo injustificado de la invasión, la masiva huída, lo que haya provocado una reacción tan unánime contra Rusia, salvando algunas cortas discrepancias, entre nosotros. Inmersos como estábamos en las ideas de paz, concordia, inclusión, diálogo y tolerancia, nos parecía haber espantado al hombre viejo con sus mentiras, injusticias y brutalidades. Pero, ya hemos visto que no es así. Por el contrario, se percibe que el artífice de las innovaciones tecnológicas sofisticadas, cuando cree necesario actuar, lo hace de la forma rudimentaria de siempre. En nuestro caso, haciendo sonar las armas, atacando y matando. Pero, de la misma forma, nos ha recordado que, a veces, no parece quedar más remedio que contestar con parecidos medios al agresor. La capacidad autodestructiva del ser humano sigue desgraciadamente viva, esperando siempre a que se le dé una oportunidad. No hemos progresado mucho en ese sentido desde tiempos muy remotos.
Encomiamos la defensa heroica y el espíritu de sacrificio de los ucranianos en su lucha contra los rusos. Otra sorpresa: en el mundo globalizado y del Nuevo Orden, el patriotismo, la importancia otorgada a la patria como valor que puede exigir la entrega de la vida, se rehace. ¡Cuántos dogmas sociales y culturales no se han venido abajo en estos días! Como también se vinieron abajo otros con motivo de la epidemia.
En el ejemplo ucraniano, se cumple igualmente una ley de hierro de la política: cuando la necesidad o el interés propio lo requieren, los enemigos se convierten en amigos y los antiguos amigos en enemigos. La dependencia energética europea del gas ruso convierte al Gobierno venezolano de sátrapa execrable en socio necesario. Al gigante asiático, China, ya desde antes, se le permite ejercer la dictadura comunista con retazos capitalistas porque es mejor tenerlo al lado que en contra. Más vale no meterse en camisa de once varas.
Existe una gran capacidad en el ser humano para la huída de una realidad que no controla, percibida como una degradación progresiva. Mientras continúa el Covid, las erupciones volcánicas, la revolución tecnológica y antropológica, la amenaza de recesión económica, los terremotos y ahora la guerra, en medio de una crisis global, reaccionamos apelando al carpe diem, al vivir el día a día, buscando una felicidad, siempre efímera, que parece vamos poco a poco perdiendo.
Hasta el presente, rara vez hacemos el esfuerzo de interiorización necesario, para comprender sin desesperación el verdadero alcance de nuestras fuerzas y nuestras limitaciones, sin huídas hacia adelante que terminen por perjudicarnos aún más, confiando exclusivamente en la ciencia. Autosuficientes o resignados, ni siquiera somos capaces de pedir ayuda fuera de nosotros mismos, a Aquel al que siempre recurrieron nuestros predecesores, ya fueran reyes, ministros o villanos, en tiempos malos como los nuestros. Al mismo que, a día de hoy, tal vez nos esté indicando algo, más allá del propio devenir histórico.
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