El asunto es que la asociación de la obesidad con la diabetes es de gran riesgo de infarto y de ictus y, por consiguiente, de muerte
Plan de Diabetes: aprovechar la oportunidad ROSEL |
Lo acaban de leer en este periódico hace pocos días : nuestros expertos se reúnen en Sevilla para desarrollar el nuevo Plan de Diabetes de Andalucía 2022-2024. Y hay que hacer algunas reflexiones al respecto, desde el punto de vista profesional y ciudadano.
Cuando se habla de diabetes y Andalucía es preciso tirar de cuatro hechos básicos de epidemiología. Y que no se me asuste nadie, que lo hago de una forma simple, lenguaje a nivel de calle.
La mayor parte de la diabetes es del tipo 2, pero olvídense de la vieja idea de persona mayor en tratamiento con pastillas. Hay muchas personas con diabetes tipo 2 en tratamiento con insulina, y mucha gente joven con diabetes tipo 2 -cada vez más- sobre todo en relación a la ola de obesidad que venimos padeciendo. El asunto es que la asociación obesidad-diabetes es de gran riesgo de infarto y de ictus y, por consiguiente, de muerte.
Más datos que nos da la epidemiología: esta constelación obesidad-diabetes-enfermedad cardiovascular tiene una ligazón con lo socioeconómico. Quiero decir que, a menos renta, mayor presencia de este cáncer social, y viceversa.
Los mapas epidemiológicos del Instituto de Salud Carlos III han sido siempre reveladores al respecto. La obesidad, hipertensión arterial, diabetes y enfermedad cardiovascular - especialmente la cerebrovascular- tiene sus puntos calientes en la mitad sur de la península y Canarias. Y muy especialmente, en Andalucía Occidental. Una imagen inversa de la distribución de la renta.
Más que dos Españas, hay un gradiente de la España "rica y sana" (noreste) a la España "pobre y enferma" (suroeste, epicentro Sevilla, y Canarias). Datos de los que el ciudadano debe disponer a la hora de juzgar, además, que es en este suroeste donde tenemos los peores indicadores de asistencia: las cifras más bajas de profesional sanitario y camas hospitalarias por habitante. Y sí, la dispersión geográfica es un problema añadido.
Más pobres, más enfermos y peor atendidos. Con los datos en la mano. Y desde hace décadas. Sin que el proceso autonómico haya aportado la menor convergencia al respecto con territorios más favorecidos.
Solo ante este panorama puede evaluarse el rendimiento de los planes previos de diabetes, y analizar las expectativas de este que ahora se inicia. El que les escribe lleva ya más de tres décadas atendiendo pacientes con diabetes (y, por tanto, conoce lo que dan de sí los planes andaluces de la enfermedad). Y, como acabo de reseñar, lo he hecho en lo que podríamos llamar la "zona cero nacional" de máxima incidencia e impacto. Por tanto, creo no equivocarme si señalo que poco se va avanzar si no se abordan un par de flaquezas insoslayables.
En primer lugar, que buena parte de los cometidos del plan de diabetes han recaído y van a seguir recayendo sobre Atención Primaria. Y, a estas alturas, creo que huelga comentar nada acerca de lo calamitoso de la situación del primer nivel asistencial. Como propuesta en positivo a mis compañeros implicados en el plan: es preciso blindar la atención programada al paciente con diabetes en Atención Primaria -al menos, el de cierta complejidad-. Hay que diferenciar su asistencia de la consulta a demanda, y asegurar actos médicos de un mínimo razonable (por ejemplo, de veinte minutos). Si no, el plan no aborda el obstáculo fundamental.
En segundo lugar, y por la parte que me toca. El paciente con diabetes tipo 1 constituye una minoría a seguir en Unidades de Endocrinología, tributaria de alta tecnología en diabetes. La propuesta, aquí, es reconocer esta realidad y transformarla en compromiso: agendas que proporcionen un mínimo razonable (por ejemplo, actos de treinta minutos), acercándonos a los estándares de otras partes de España y la UE.
No cabe la menor duda que un plan andaluz de diabetes es algo mucho más complejo de lo reseñado en el presente artículo. Sin embargo, de no abordar los problemas básicos, corremos el riesgo de recaer en el consabido catálogo de buenas intenciones. Y así, hasta dentro de dos o tres años.
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