EL anuncio de la salida de Enrique Gámez de la dirección del Festival Internacional de Música y Danza, tras diez años de plausible gestión, que analizaré más adelante, cuando conozcamos las causas de su decisión y su relevo, así como las versiones enfrentadas sobre las deudas que Ayuntamiento y Junta de Andalucía mantienen con la Orquesta Ciudad de Granada, son motivo de preocupación sobre estos dos pilares de la cultura en la ciudad. Ambas noticias nos deben poner en alerta sobre su futuro.
El comentarista ha exigido durante décadas que el Festival robusteciera su prestigio y proyección internacional, cosa que en la gestión de Gámez ha estado presente, y que en ningún momento se deberían aplicar fórmulas reductoras, tanto en presupuesto como en programación. Respeto a la OCG, los que pedíamos que Granada contase con una orquesta de categoría -a ser posible, sede de la Sinfónica de Andalucía- y, después, cuando desde el Ayuntamiento, en tiempos de Díaz Berbel, se cuestionaba la continuidad de la orquesta, no podíamos tolerar el error histórico que supondría guillotinar ese logro, tan trabajosamente logrado. Por eso, cuando vuelven tiempos de 'recortes', hay que estar muy pendientes, para que esos dos soportes de la música y la cultura en Granada -uno, con 60 años de rica historia a su espaldas, y la OCG, con 20-, no encuentren pretextos para limitar su proyección y su futuro. En el reciente cumpleaños de la OCG y, en general siempre que me he referido a ella, he dicho que la orquesta no debe ser sólo para Granada y los granadinos, sino que su continuidad debe estar basada en la ampliación, para convertirse en una orquesta sinfónica, y en su proyección, con giras por todo el país y fuera de nuestras fronteras. Y del Festival qué voy a añadir que no haya dicho ya en este más de medio siglo de atención crítica.
La cultura no debería tener secundaria importancia en los programas políticos. Cuando se mira el panorama nacional e internacional, no se advierten obsesiones por limitar esa proyección cultural, por tradición y por sano egoísmo, desde los Festivales Europeos hasta la cercana Sevilla con su temporada de ópera, llena de atractivos que, por supuesto, están vedados para Granada, donde el Teatro de la Ópera hoy parece algo a archivar en la carpeta inmensa y vergonzosa de los proyectos enterrados en el cajón de los olvidos.
Granada debe estar en alerta en estos tiempos, superando su habitual postura de indiferencia y pasividad, no sólo en las actividades culturales, sino en todo su futuro que puede quedar aún más desolado, con el pretexto de crisis, que, en el fondo, sirve para justificar la larga siesta de los faunos responsables de una ciudad, de una región y de un país.
El comentarista ha exigido durante décadas que el Festival robusteciera su prestigio y proyección internacional, cosa que en la gestión de Gámez ha estado presente, y que en ningún momento se deberían aplicar fórmulas reductoras, tanto en presupuesto como en programación. Respeto a la OCG, los que pedíamos que Granada contase con una orquesta de categoría -a ser posible, sede de la Sinfónica de Andalucía- y, después, cuando desde el Ayuntamiento, en tiempos de Díaz Berbel, se cuestionaba la continuidad de la orquesta, no podíamos tolerar el error histórico que supondría guillotinar ese logro, tan trabajosamente logrado. Por eso, cuando vuelven tiempos de 'recortes', hay que estar muy pendientes, para que esos dos soportes de la música y la cultura en Granada -uno, con 60 años de rica historia a su espaldas, y la OCG, con 20-, no encuentren pretextos para limitar su proyección y su futuro. En el reciente cumpleaños de la OCG y, en general siempre que me he referido a ella, he dicho que la orquesta no debe ser sólo para Granada y los granadinos, sino que su continuidad debe estar basada en la ampliación, para convertirse en una orquesta sinfónica, y en su proyección, con giras por todo el país y fuera de nuestras fronteras. Y del Festival qué voy a añadir que no haya dicho ya en este más de medio siglo de atención crítica.
La cultura no debería tener secundaria importancia en los programas políticos. Cuando se mira el panorama nacional e internacional, no se advierten obsesiones por limitar esa proyección cultural, por tradición y por sano egoísmo, desde los Festivales Europeos hasta la cercana Sevilla con su temporada de ópera, llena de atractivos que, por supuesto, están vedados para Granada, donde el Teatro de la Ópera hoy parece algo a archivar en la carpeta inmensa y vergonzosa de los proyectos enterrados en el cajón de los olvidos.
Granada debe estar en alerta en estos tiempos, superando su habitual postura de indiferencia y pasividad, no sólo en las actividades culturales, sino en todo su futuro que puede quedar aún más desolado, con el pretexto de crisis, que, en el fondo, sirve para justificar la larga siesta de los faunos responsables de una ciudad, de una región y de un país.
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