Pablo Heras-Casado dirigirá el 4 de julio a la Freiburger Barockorchester en el Carlos V.
La nueva dirección deberá evitar el 'tsunami' imperante y la tentación de la mediocridad · La rica historia del evento nos muestra que sólo la excepcionalidad lo ha salvado
JUAN JOSÉ RUIZ MOLINERO
Diego Martínez sustituye a Enrique Gámez al frente del Festival Internacional de Música y Danza de Granada con retos importantes en esta nueva etapa que confiamos que logre superarlos con éxito, para bien del evento cultural más destacado con que cuenta Granada y que en la próxima edición cumplirá 61 años de existencia, todo un 'milagro', teniendo en cuenta cicaterías, los acostumbrados enfrentamientos institucionales y, sobre todo, las resistencias en algunos momentos -contra la que ha luchado denodadamente este comentarista en sus más de cinco décadas de seguimiento ininterrumpido del Festival- de aceptar que sólo con una programación excepcional, repleta de acontecimientos, figuras, variedad programática, imaginación ha sido posible mantener intacto el interés de estas convocatorias.
La rica historia del Festival está iluminada por 'momentos estelares', tanto en nombres personales de los mejores intérpretes o directores -Kempff, Rubinstein, Jessey Norman, Victoria de los Ángeles, Caballé, Argenta, Karajan, Mehta, Mawrinski, Barenboim…- y de conjuntos de la máxima solvencia en el campo sinfónico, operístico o de danza, caso no sólo de la Orquesta Nacional, protagonista de las primeras décadas del Festival y presente hasta hoy en el mismo, sino las lecciones de los grandes conjuntos europeos, desde la Filarmónica de Berlín hasta la Concertgebouw, pasando por las orquestas inglesas, francesas, y centroeuropeas. Sin olvidar la danza trascendida desde el ballet de la Ópera de París, el Bolshoi, el ballet de Maurice Béjart o conjuntos europeos y americanos, con el recuerdo inolvidable de sus figuras: Margot Fonteyn, Nureyev, Claude Bessy, la española Tamara Rojo, entre un universo estelar que han convertido las sesiones del Generalife en uno de los elementos básicos de atracción local, nacional e internacional.
Es ocioso que recordemos este bagaje histórico porque estoy seguro que el nuevo director los conoce muy bien, pese a su breve estancia en Granada al frente del archivo Manuel de Falla, en sustitución de Yvan Nommick. En su paso por otros certámenes andaluces -Úbeda, Jaen, etc.- y españoles habrá adquirido la suficiente experiencia organizativa, aunque el Festival de Granada tiene miras y listones muy altos que estoy seguro saltará limpiamente con el apoyo del sólido equipo con que cuenta la organización.
En cualquier caso, creo necesario advertir en esta nueva etapa que, pese a la consolidación de su estructura institucional -ha sido modélica hasta ahora la paz, con los matices que se quieran, entre Junta de Andalucía, Ministerio de Cultura, Ayuntamiento, Diputación, Universidad, Patronato de la Alhambra- la organización del Festival tiene que estar atenta a ese tsutnami recortable que parece querer engullirse gran parte de lo establecido, no ya sólo en el aspecto social, sino en el cultural, que podría ser la parte más débil -y por lo tanto prescindible o enflaquecida- de esta suicida política que sólo piensa en recortes para salir de una crisis que esa misma filosofía aumenta, como se está viendo en todos los sectores, incluso en la mayoría de los países europeos. Creo que este empeño tendrá amplio respaldo social y cultural, como no puede ser de otra forma.
Si el Festival fuese obligado a la 'jibarización' sí se pondría en peligro su futuro. No ya sólo porque se reducirían sus prestaciones, sino la calidad y trascendencia de las mismas. Porque si el Festival ha llegado hasta aquí ha sido por la excepcionalidad con que, en líneas generales -salvo momentos muy particulares- ha sabido transitar. Lo contrario de la excepcionalidad -primeras figuras, grandes conjuntos, programación renovada y de impacto, imaginación para suplir deficiencias o limitaciones presupuestarias- es la mediocridad, contra la que hemos luchado sin descanso ni tregua; su renuncia a su internacionalidad o la tentación reductora de limitarlo a un evento local o regional, con algún que otro sello nacional.
Hay que preservar los grandes ciclos sinfónicos -con miradas a las punteras orquestas y directores europeos y americanos que faltan en sus programas-, los de danza, los recitales del máximo prestigio, la programación renovada, basada en lo fundamental y atractivo, pero también en la legión importante de obras claves que están aún inéditas en sus programas, amén de la música de Falla y la que se hace ahora mismo, sin olvidar otros aspectos culturales con las referencias de Lorca, la actividad poética y pictórica o el acercamiento para todos los públicos que ha constituido la consolidación del FEX. Enrique Gámez nos ha dado algunas claves de imaginación que he subrayado en otro momento y que creo son dignas de ampliar. Y, desde luego, no se puede olvidar el capítulo operístico en el que el Festival, que pese a la falta del Teatro de la Ópera que la ciudad necesita, ha dejado muestras importantes, desde El rapto en el serrallo que en 1962 se representó en el Patio de los Arrayanes, hasta el espectáculo total que significó La flauta mágica, en el Generalife, o Juana de Arco en la Hoguera, en el Palacio de Carlos V.
Estaremos pendientes, una vez que finalice la 61 edición, redactada por la mano de Gámez, de los recursos, ideas y programas que surjan en esta nueva etapa, a cuyo director, Diego Martínez, le deseamos todo el éxito en su no fácil empresa de mantener -y elevar si es posible- el prestigio de la joya de la corona cultural de una Granada que sólo tiene sentido abandonando la cerrazón localista por la proyección universal desde su propia personalidad. Esa joya y ese reto tiene un nombre: Festival Internacional de Música y Danza.
jueves, 26 de abril de 2012
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