El zapatero de la campana de la Vela. El milagro de Mahoma y los dátiles. Un alemán que se pierde. El incendio por los huevos. Cristóbal Colón y la reina Isabel. El milagro de las entradas
JOSÉ LUIS DELGADO GRANADA
Se ha dicho ya casi todo sobre la vida y los cuentos de la Alhambra, pero tal vez sean pocos los que conozcan la cantidad de 'milagros' allí ocurridos. Sucesos prodigiosos, unos perdidos en la nebulosa de los documentos y otros reales que nos llevan a pensar que en la Alhambra se esconden ángeles y diablos.
El milagro del zapatero lo cuenta con especial ingenio el inolvidable Francisco Izquierdo. Dice que un zapatero de Alhama, que acudía al tradicional toque de la campana de la Torre de la Vela el 2 de enero, le dio un golpe tan fuerte que la cascó; hubo que mandarla fundir de nuevo; pero al año siguiente la volvió a romper. Los granadinos interpretaron que el zapatero era gafe, lo desterraron y le prohibieron que pronunciara el nombre de la campana de la Vela. Nunca estuvo tan claro el refrán de "zapatero, a tus zapatos".
Seco de Lucena cuenta el insólito caso de la pérdida por los subterráneos de la Alhambra de un alemán llamado F. Helzer que, por meterse donde no lo llamaron, estuvo una semana sin encontrar la salida, muerto de hambre y de frío y en pleno mes de noviembre de 1878. Gracias a que lo encontró de milagro un empleado de la Alhambra llamado Antonio Torrente.
Milagrosa fue la intervención del cabo de Inválidos José García cuando cortó las mechas de pólvora que pusieron los franceses en las torres para hacer volar la Alhambra entera. Era el souvenir que nos quisieron dejar cuando se marcharon en 1812; por cierto, con los bolsillos llenos y hasta con muchas de nuestras bellas granadinas. Propaganda de guapeza que luego aprovechó Eugenia de Montijo para casarse con Napoleón III.
Narra Velázquez de Echeverría un supuesto milagro que apareció escrito en el muro sur del Patio de los Arrayanes. Consistía el portento en que, marchando Mahoma por el desierto con sus ejércitos y no teniendo qué comer, estando a punto de desertar la tropa, levantó la voz de protesta un tal Abu-Horreira, amigo del profeta. Preguntó entonces Mahoma si alguien llevaba algo de comer y fue el mismo Horreira el que dijo tener algunos dátiles en su zurrón. Mandó Mahoma repartir los dátiles y, como en el milagro de los panes y los peces, hubo para saciar a todos, convirtiéndose el milagroso zurrón en inagotable despensa de dátiles. Lamentablemente Horreira lo perdió en una batalla, en la misma que le quitaron a Mahoma los dientes de una pedrada, y ahí se acabó el zurrón y el milagro de los dátiles.
Milagro fue también que se salvara la Alhambra del pavoroso incendio ocurrido en 1890 en la Sala de la Barca, cuyo artesonado de madera ardió entero y puso en peligro la maravillosa cubierta del Salón del Trono. No daban abasto los bomberos y hubo que apagar el fuego a cubos. Nadie se acuerda ya del nombre del imbécil portero que no tuvo mejor idea que poner un palomar y un gallinero encima de la cubierta. Fue de noche a por los huevos y se le cayó la vela encendida con la que se alumbraba.
El milagro del cinematógrafo hizo que la primera película filmada en la Alhambra fuera La vida de Cristóbal Colón (Gerard Bourgeois, 1916); luego serviría de escenario para misteriosas y fingidas escenas en Bagdad o en Damasco; o para que se lucieran en el Patio de los Leones Carmen Sevilla, Manolo Escobar, Enrique Morente y hasta la reina Isabel en el siglo XXI.
Del último portento milagroso podemos ser protagonista cualquiera de nosotros; porque milagro es encontrar entradas del recinto cuando a uno le convenga; milagroso es que no perezcas en una de sus colas; y milagro es también que no rompas el coche en el aparcamiento del Generalife, sembrado de bordillos, arriates, alcorques y escalones imposibles de controlar. Pero el principal milagro y el que más agradecemos es que la Alhambra siga estando en Granada y goce de buena salud.
El milagro del zapatero lo cuenta con especial ingenio el inolvidable Francisco Izquierdo. Dice que un zapatero de Alhama, que acudía al tradicional toque de la campana de la Torre de la Vela el 2 de enero, le dio un golpe tan fuerte que la cascó; hubo que mandarla fundir de nuevo; pero al año siguiente la volvió a romper. Los granadinos interpretaron que el zapatero era gafe, lo desterraron y le prohibieron que pronunciara el nombre de la campana de la Vela. Nunca estuvo tan claro el refrán de "zapatero, a tus zapatos".
Seco de Lucena cuenta el insólito caso de la pérdida por los subterráneos de la Alhambra de un alemán llamado F. Helzer que, por meterse donde no lo llamaron, estuvo una semana sin encontrar la salida, muerto de hambre y de frío y en pleno mes de noviembre de 1878. Gracias a que lo encontró de milagro un empleado de la Alhambra llamado Antonio Torrente.
Milagrosa fue la intervención del cabo de Inválidos José García cuando cortó las mechas de pólvora que pusieron los franceses en las torres para hacer volar la Alhambra entera. Era el souvenir que nos quisieron dejar cuando se marcharon en 1812; por cierto, con los bolsillos llenos y hasta con muchas de nuestras bellas granadinas. Propaganda de guapeza que luego aprovechó Eugenia de Montijo para casarse con Napoleón III.
Narra Velázquez de Echeverría un supuesto milagro que apareció escrito en el muro sur del Patio de los Arrayanes. Consistía el portento en que, marchando Mahoma por el desierto con sus ejércitos y no teniendo qué comer, estando a punto de desertar la tropa, levantó la voz de protesta un tal Abu-Horreira, amigo del profeta. Preguntó entonces Mahoma si alguien llevaba algo de comer y fue el mismo Horreira el que dijo tener algunos dátiles en su zurrón. Mandó Mahoma repartir los dátiles y, como en el milagro de los panes y los peces, hubo para saciar a todos, convirtiéndose el milagroso zurrón en inagotable despensa de dátiles. Lamentablemente Horreira lo perdió en una batalla, en la misma que le quitaron a Mahoma los dientes de una pedrada, y ahí se acabó el zurrón y el milagro de los dátiles.
Milagro fue también que se salvara la Alhambra del pavoroso incendio ocurrido en 1890 en la Sala de la Barca, cuyo artesonado de madera ardió entero y puso en peligro la maravillosa cubierta del Salón del Trono. No daban abasto los bomberos y hubo que apagar el fuego a cubos. Nadie se acuerda ya del nombre del imbécil portero que no tuvo mejor idea que poner un palomar y un gallinero encima de la cubierta. Fue de noche a por los huevos y se le cayó la vela encendida con la que se alumbraba.
El milagro del cinematógrafo hizo que la primera película filmada en la Alhambra fuera La vida de Cristóbal Colón (Gerard Bourgeois, 1916); luego serviría de escenario para misteriosas y fingidas escenas en Bagdad o en Damasco; o para que se lucieran en el Patio de los Leones Carmen Sevilla, Manolo Escobar, Enrique Morente y hasta la reina Isabel en el siglo XXI.
Del último portento milagroso podemos ser protagonista cualquiera de nosotros; porque milagro es encontrar entradas del recinto cuando a uno le convenga; milagroso es que no perezcas en una de sus colas; y milagro es también que no rompas el coche en el aparcamiento del Generalife, sembrado de bordillos, arriates, alcorques y escalones imposibles de controlar. Pero el principal milagro y el que más agradecemos es que la Alhambra siga estando en Granada y goce de buena salud.
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