Las especies de la avifauna nevadense han desarrollado diferentes estrategias de adaptación a la alta montaña para la vida en ese ambiente especialmente hostil e inhóspito
IGNACIO HENARES
En Sierra Nevada el factor principal que condiciona la distribución y desarrollo de las diferentes especies de aves son las bajas temperaturas y las fuertes oscilaciones térmicas. Para mitigar su efecto y mantener la temperatura corporal, han adquirido diferentes adaptaciones evolutivas que le permiten colonizar los ambientes de la alta montaña. Algunas de estas adaptaciones son fisiológicas como la acumulación de energía en forma de grasa, mucho más rentable, o la capacidad para aletargarse, quedando en stand by, con mínimo consumo energético, de los carboneros. Para compensar la falta de oxígeno en altura disponen de otros mecanismos fisiológicos: presencia de sacos aéreos adicionales, hemoglobina con mayor afinidad por el oxígeno o una mayor capacidad cardiovascular y de vasodilatación.
Otras de las adaptaciones son de carácter anatómico o morfológico. La capa interna de plumón y el manto externo de las plumas coberteras permite a las aves retener una capa aislante de aire que es alimentada con el calor corporal. En invierno las aves adoptan formas más redondeadas para reducir la superficie de contacto con el exterior, adquiriendo más grosor mientras esponjan su plumaje y minimizan la pérdida de calor. A algunos de los pájaros más pequeños que viven en nuestras latitudes (chochín, mito), esta estrategia les ha permitido colonizar los rudos ambientes de las cumbres.
Otras adaptaciones son de comportamiento. Los hábitos gregarios y la formación de dormideros, (chovas y pinzones), además de otras funciones de carácter social, suponen ventajas competitivas en determinados hábitats. Muchas especies en invierno se vuelven familiares y sus concentraciones les sirven para disminuir los riesgos de ser cazados por sus enemigos a la par que produce calor de grupo. Igual efecto tiene la localización de oquedades y agujeros en la tierra o en los árboles o el refugio en masas forestales, convenientemente seleccionadas al abrigo de corrientes.
El viento es otro de los factores que influye decisivamente en el comportamiento y en la forma de las aves. Algunas especies como las chovas piquirrojas son verdaderos acróbatas gracias a sus alas anchas y redondeadas de fácil maniobrabilidad o los cernícalos que aprovechan las corrientes de ladera para mantenerse literalmente clavadas en sus vertiginosos descensos para capturar sus presas. Para las grandes rapaces planeadoras como el águila real o el buitre leonado, el aprovechamiento de las corrientes térmicas, con un mínimo batir de ala, les permite largos movimientos con un mínimo esfuerzo. Otras especies como la perdiz o pequeñas aves de alas cortas, sortean los vientos realizando pequeños desplazamientos sin apenas elevarse del suelo.
Otro problema de la vida en la alta montaña deriva de la obtención de alimento, ya que durante varios meses del año la superficie suele estar cubierta de nieve, ocultando las fuentes de energía y originando un mayor gasto en la búsqueda de recursos para la supervivencia. Unas especies solucionan este problema realizando desplazamientos en altitud. Por ejemplo la alondra, el escribano montesino o las chovas descienden hasta el altiplano del Marquesado del Zenete o hasta las vegas del litoral para buscar alimento. Otras como el mirlo acuático o la lavandera cascadeña se mudan hasta los tramos inferiores de los cursos fluviales llegando incluso hasta la misma ciudad de Granada por el río Genil.
La collalba gris, el roquero rojo o el escribano hortelano, realizan movimientos de mayor envergadura emigrando a finales de verano a sus cuarteles de invernada africanos. Por el contrario hay otras especies que llegan a Sierra Nevada precisamente en otoño-invierno, procedentes del centro y norte de Europa, ocupando los hábitats desalojados de matorrales de hoja caduca y enebrales en la época de fructificación. Es el caso del mirlo capiblanco uno de nuestros dispersadores de semillas más activos y eficaces.
En ocasiones la nieve funciona como frigorífico que almacena el alimento (insectos, semillas) arrastrado por el viento hasta los neveros donde acuden con frecuencia acentores, colirrojos tizones o lavanderas blancas (que reciben por esta costumbre el nombre local de aguzanieves).
Finalmente hay estrategias especialmente curiosas como la del alcaudón, que forma una despensa con su presas convenientemente empaladas en los pinchos de los espinos, o el arrendajo que entierra bellotas que luego va rebuscando cuando escasea el alimento.
El incremento de actividades humanas en la alta montaña, como las de la estación de esquí, montañeros y senderistas, es una fuente extra de alimento que aprovechan los especialistas de las cumbres como el acentor alpino o especies oportunistas como el gorrión común y el chillón o el mirlo.
Otras de las adaptaciones son de carácter anatómico o morfológico. La capa interna de plumón y el manto externo de las plumas coberteras permite a las aves retener una capa aislante de aire que es alimentada con el calor corporal. En invierno las aves adoptan formas más redondeadas para reducir la superficie de contacto con el exterior, adquiriendo más grosor mientras esponjan su plumaje y minimizan la pérdida de calor. A algunos de los pájaros más pequeños que viven en nuestras latitudes (chochín, mito), esta estrategia les ha permitido colonizar los rudos ambientes de las cumbres.
Otras adaptaciones son de comportamiento. Los hábitos gregarios y la formación de dormideros, (chovas y pinzones), además de otras funciones de carácter social, suponen ventajas competitivas en determinados hábitats. Muchas especies en invierno se vuelven familiares y sus concentraciones les sirven para disminuir los riesgos de ser cazados por sus enemigos a la par que produce calor de grupo. Igual efecto tiene la localización de oquedades y agujeros en la tierra o en los árboles o el refugio en masas forestales, convenientemente seleccionadas al abrigo de corrientes.
El viento es otro de los factores que influye decisivamente en el comportamiento y en la forma de las aves. Algunas especies como las chovas piquirrojas son verdaderos acróbatas gracias a sus alas anchas y redondeadas de fácil maniobrabilidad o los cernícalos que aprovechan las corrientes de ladera para mantenerse literalmente clavadas en sus vertiginosos descensos para capturar sus presas. Para las grandes rapaces planeadoras como el águila real o el buitre leonado, el aprovechamiento de las corrientes térmicas, con un mínimo batir de ala, les permite largos movimientos con un mínimo esfuerzo. Otras especies como la perdiz o pequeñas aves de alas cortas, sortean los vientos realizando pequeños desplazamientos sin apenas elevarse del suelo.
Otro problema de la vida en la alta montaña deriva de la obtención de alimento, ya que durante varios meses del año la superficie suele estar cubierta de nieve, ocultando las fuentes de energía y originando un mayor gasto en la búsqueda de recursos para la supervivencia. Unas especies solucionan este problema realizando desplazamientos en altitud. Por ejemplo la alondra, el escribano montesino o las chovas descienden hasta el altiplano del Marquesado del Zenete o hasta las vegas del litoral para buscar alimento. Otras como el mirlo acuático o la lavandera cascadeña se mudan hasta los tramos inferiores de los cursos fluviales llegando incluso hasta la misma ciudad de Granada por el río Genil.
La collalba gris, el roquero rojo o el escribano hortelano, realizan movimientos de mayor envergadura emigrando a finales de verano a sus cuarteles de invernada africanos. Por el contrario hay otras especies que llegan a Sierra Nevada precisamente en otoño-invierno, procedentes del centro y norte de Europa, ocupando los hábitats desalojados de matorrales de hoja caduca y enebrales en la época de fructificación. Es el caso del mirlo capiblanco uno de nuestros dispersadores de semillas más activos y eficaces.
En ocasiones la nieve funciona como frigorífico que almacena el alimento (insectos, semillas) arrastrado por el viento hasta los neveros donde acuden con frecuencia acentores, colirrojos tizones o lavanderas blancas (que reciben por esta costumbre el nombre local de aguzanieves).
Finalmente hay estrategias especialmente curiosas como la del alcaudón, que forma una despensa con su presas convenientemente empaladas en los pinchos de los espinos, o el arrendajo que entierra bellotas que luego va rebuscando cuando escasea el alimento.
El incremento de actividades humanas en la alta montaña, como las de la estación de esquí, montañeros y senderistas, es una fuente extra de alimento que aprovechan los especialistas de las cumbres como el acentor alpino o especies oportunistas como el gorrión común y el chillón o el mirlo.
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