La poesía le vuelve a despojar de su cargo de fiscal superior en 'Las visitas de Caronte', una colección de poemas surgidos de la inquietud de la existencia
YENALIA HUERTAS GRANADA
Al poeta y escritor Jesús García Calderón (Badajoz, 1959) le interesa no solo la mitología griega, sino todos los mitos clásicos, por lo que significan para nuestra cultura y por la interpretación que se hace de ellos a lo largo de la historia de la Literatura. Siempre le habían atraído y, en un momento determinado, la pérdida de distintas personas vinculadas de un modo u otro a su vida le hizo acercarse al barquero de Hades para escribir Las visitas de Caronte, editado por La Isla de Sistolá.
En la mitología griega, Caronte era el encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado a otro del río Aqueronte si tenían una moneda para pagar el viaje. "La muerte de distintos seres queridos, de muy diferentes edades y en situaciones muy distintas me hizo promover una reflexión sobre las visitas de Caronte y a partir de ahí se van alternando poemas puramente autobiográficos con otras reflexiones de carácter metafísico y con influencias muy diversas, algunas veces de poetas contemporáneos, otras veces de poetas clásicos", aclara el autor.
Esa íntima reflexión que el poeta regala al lector en estos nuevos poemas lleva a distintos lugares comunes, "como a la referencia al paso del tiempo o la relación con los hijos".
Sobre la obra, que ha visto la luz en 2014 dentro de la Colección Tierra, hay interpretaciones muy diversas. Hay quien ha observado una conversación del autor con su madre. Otros han visto una recopilación sobre una serie de mitos clásicos. "Cada uno viene ofreciendo una respuesta distinta. Yo, sinceramente, no sabría cuál de ellas es la más acertada. Lo único que he hecho es comprobar toda la influencia que dentro de mi forma de ser, de mi temperamento, de mi alma, proporcionaban estas experiencias, en principio negativas, pero que luego no tienen que serlo", indica. Y no tienen que serlo porque, como agrega, cuando se reflexiona de una manera más sosegada se llega a una mezcla de sensaciones, entre la esperanza y la lucidez, que no son necesariamente negativas aunque en su planteamiento lo parezcan.
El libro está escrito en versos libres. Casi todos los poemas son silvas, una forma poética que alterna el endecasílabo con el heptasílabo, aunque para García Calderón hay otra definición de silva muy acertada: "Vicente Sabido la indica en uno de sus libros y es ese poema que sale de una sola vez y de golpe, con un solo impulso del poeta". Muchos de los versos del último poemario del extremeño, según confiesa, se han ido gestando en su interior "de una forma bastante compleja para luego salir de un solo golpe".
Aunque la muerte sea sinónimo de lamento y de dolor, los poemas de García Calderón no son tristes. "El libro -aclara- parte de un presupuesto y es que vamos ya en la barca, dormidos. Porque el primer impulso de la pértiga es el nacimiento. Entonces, lo que vivimos es el sueño de la razón, y el despertar es lo que identificamos generalmente como el morir. Si partimos de ese planteamiento -señala- todo es muy relativo".
Para García Calderón, en la vida se produce "un proceso cambiante que nos conduce solo al territorio de la sospecha". Cree que a lo largo de la existencia hay una corriente de sensaciones que se van sucediendo pero sin conducirnos a ninguna certeza, por lo que, como dice uno de los versos, "vivir es no saber por qué vivimos". Lo que sí quizá ha descubierto, según confiesa, "es que con el paso del tiempo las personas que han optado por buscar la virtud, por encontrar un sentido honesto a la existencia, suelen serenarse y encontrar una manera sencilla de vivir que les hace más felices".
En Las visitas de Caronte hay, al igual que en La mirada desnuda -el poemario anterior del extremeño- versos profundamente reflexivos, que vuelven a despojar a García Calderón de su cargo de fiscal superior de Andalucía para mostrar a un hombre que asiste al tránsito de la vida con una sensibilidad única, en la que subyace la eterna inquietud de encontrar respuestas. "Es, sobre todo, una reflexión sobre nosotros mismos y sobre la manera que tenemos de enfrentar estas preguntas de la existencia", matiza.
El autor, que siempre ha dotado a sus libros de una temática uniforme, no se atrevería a calificar sus versos de poesía filosófica; serían en todo caso, "una poesía metafísica". De la treintena de composiciones que hilvanan Las visitas de Caronte no hay una que merezca liderar a las demás. "No hay ningún poema que sea al que conduce todo el libro, como en cierta ocasión dijo Borges de alguno de sus últimos libros de poemas. Evidentemente, todos se refieren a mí y a la manera que tengo de destilar un determinado momento de mi vida y mi relación con los demás", explica.
Lo que sus versos buscan esta vez, más que la verdad, "es la idea de dignidad del ser humano"; de afrontar su acontecer diario con la cabeza erguida. "Todo lo que sabemos lo aprendemos de los demás y, sobre todo, en muchas ocasiones, de las personas que están más cerca de nosotros. Quizás lo que haya es una preocupación por seguir aprendiendo de ellas una vez que ya no están con nosotros. Porque el recuerdo es tan fértil que algo que vamos recordando un día y otro nos proporciona nuevas enseñanzas". Cierto es que muchas veces olvidamos a los demás, "y cuando olvidamos a los demás nos estamos olvidando a nosotros mismos". Por eso, el libro lo que ha querido "es reflejar ese deseo, que también es un deseo incompleto siempre, de no olvidar a todas aquellas personas a las que debemos algo, y al mismo tiempo reflexionar sobre todo estos grandes enigmas que nos rodean".
En la mitología griega, Caronte era el encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado a otro del río Aqueronte si tenían una moneda para pagar el viaje. "La muerte de distintos seres queridos, de muy diferentes edades y en situaciones muy distintas me hizo promover una reflexión sobre las visitas de Caronte y a partir de ahí se van alternando poemas puramente autobiográficos con otras reflexiones de carácter metafísico y con influencias muy diversas, algunas veces de poetas contemporáneos, otras veces de poetas clásicos", aclara el autor.
Esa íntima reflexión que el poeta regala al lector en estos nuevos poemas lleva a distintos lugares comunes, "como a la referencia al paso del tiempo o la relación con los hijos".
Sobre la obra, que ha visto la luz en 2014 dentro de la Colección Tierra, hay interpretaciones muy diversas. Hay quien ha observado una conversación del autor con su madre. Otros han visto una recopilación sobre una serie de mitos clásicos. "Cada uno viene ofreciendo una respuesta distinta. Yo, sinceramente, no sabría cuál de ellas es la más acertada. Lo único que he hecho es comprobar toda la influencia que dentro de mi forma de ser, de mi temperamento, de mi alma, proporcionaban estas experiencias, en principio negativas, pero que luego no tienen que serlo", indica. Y no tienen que serlo porque, como agrega, cuando se reflexiona de una manera más sosegada se llega a una mezcla de sensaciones, entre la esperanza y la lucidez, que no son necesariamente negativas aunque en su planteamiento lo parezcan.
El libro está escrito en versos libres. Casi todos los poemas son silvas, una forma poética que alterna el endecasílabo con el heptasílabo, aunque para García Calderón hay otra definición de silva muy acertada: "Vicente Sabido la indica en uno de sus libros y es ese poema que sale de una sola vez y de golpe, con un solo impulso del poeta". Muchos de los versos del último poemario del extremeño, según confiesa, se han ido gestando en su interior "de una forma bastante compleja para luego salir de un solo golpe".
Aunque la muerte sea sinónimo de lamento y de dolor, los poemas de García Calderón no son tristes. "El libro -aclara- parte de un presupuesto y es que vamos ya en la barca, dormidos. Porque el primer impulso de la pértiga es el nacimiento. Entonces, lo que vivimos es el sueño de la razón, y el despertar es lo que identificamos generalmente como el morir. Si partimos de ese planteamiento -señala- todo es muy relativo".
Para García Calderón, en la vida se produce "un proceso cambiante que nos conduce solo al territorio de la sospecha". Cree que a lo largo de la existencia hay una corriente de sensaciones que se van sucediendo pero sin conducirnos a ninguna certeza, por lo que, como dice uno de los versos, "vivir es no saber por qué vivimos". Lo que sí quizá ha descubierto, según confiesa, "es que con el paso del tiempo las personas que han optado por buscar la virtud, por encontrar un sentido honesto a la existencia, suelen serenarse y encontrar una manera sencilla de vivir que les hace más felices".
En Las visitas de Caronte hay, al igual que en La mirada desnuda -el poemario anterior del extremeño- versos profundamente reflexivos, que vuelven a despojar a García Calderón de su cargo de fiscal superior de Andalucía para mostrar a un hombre que asiste al tránsito de la vida con una sensibilidad única, en la que subyace la eterna inquietud de encontrar respuestas. "Es, sobre todo, una reflexión sobre nosotros mismos y sobre la manera que tenemos de enfrentar estas preguntas de la existencia", matiza.
El autor, que siempre ha dotado a sus libros de una temática uniforme, no se atrevería a calificar sus versos de poesía filosófica; serían en todo caso, "una poesía metafísica". De la treintena de composiciones que hilvanan Las visitas de Caronte no hay una que merezca liderar a las demás. "No hay ningún poema que sea al que conduce todo el libro, como en cierta ocasión dijo Borges de alguno de sus últimos libros de poemas. Evidentemente, todos se refieren a mí y a la manera que tengo de destilar un determinado momento de mi vida y mi relación con los demás", explica.
Lo que sus versos buscan esta vez, más que la verdad, "es la idea de dignidad del ser humano"; de afrontar su acontecer diario con la cabeza erguida. "Todo lo que sabemos lo aprendemos de los demás y, sobre todo, en muchas ocasiones, de las personas que están más cerca de nosotros. Quizás lo que haya es una preocupación por seguir aprendiendo de ellas una vez que ya no están con nosotros. Porque el recuerdo es tan fértil que algo que vamos recordando un día y otro nos proporciona nuevas enseñanzas". Cierto es que muchas veces olvidamos a los demás, "y cuando olvidamos a los demás nos estamos olvidando a nosotros mismos". Por eso, el libro lo que ha querido "es reflejar ese deseo, que también es un deseo incompleto siempre, de no olvidar a todas aquellas personas a las que debemos algo, y al mismo tiempo reflexionar sobre todo estos grandes enigmas que nos rodean".
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