El poder de un botón de “bloquear” nos está haciendo mucho daño como sociedad y ha hecho que perdamos nuestro poder de autocrítica.
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No soportamos a la gente que piensa diferente a nosotros, cada vez somos menos tolerantes ante comentarios o posturas críticas hacia nuestra forma de expresarnos. El poder de un botón de “bloquear” nos está haciendo mucho daño como sociedad y ha hecho que perdamos nuestro poder de autocrítica.
En esta época en la que surgen personas interesadas en estudiar cursos de coaching para poder a aconsejar a otras personas qué hacer con sus vidas, me topé con una de ellas en redes sociales, quien se presenta como Ana Lucía coach. En una reciente publicación, la coach de origen mexicano incluyó fotografías de sus tres empleados y los presentó ante su audiencia de 15.000 seguidores en Instagram. En la descripción de estas fotografías describió esta información como algo “sumamente íntimo”, algo que cuestioné en un comentario debajo de su publicación. ”¿Por qué el revelar los nombres de tus colaboradores es algo íntimo?”.
Lo que recibí como respuesta unas horas después fue un “bloqueo”.
Sirva este ejemplo para comprender algo más peligroso que no siempre se observa con la importancia que tiene: la decadencia de nuestro entendimiento. Para llamar la atención, términos como “intimidad” son mal usados y sobreutilizados, lo que trastoca nuestro lenguaje y por tanto nuestra comprensión del mundo. Cuando alguien cuestiona al respecto de esa “intimidad” y como respuesta bloqueas ese comentario y al usuario estás cayendo en lo que el gran sociólogo polaco Zygmunt Bauman califica como “un diálogo irreal”, ya que terminas por sólo hablar con gente que piensa lo mismo que tú. Y este es el gran peligro de nuestros tiempos en la era digital. Crear cajas de resonancia que solo reproduzcan nuestra única visión de las cosas, que no cuestionen, que sólo aplaudan y asientan ante nuestra postura.
La acción de “quitar del radar” a gente que asume una postura crítica ante planteamientos de otra lejos de hacernos avanzar nos acalla y mina nuestra capacidad de cuestionarnos. Dejando así un círculo de afirmaciones y públicos aplaudidores que nada cuestionan.
El poder de un botón de “bloquear” nos está haciendo mucho daño como sociedad y ha hecho que perdamos nuestro poder de autocrítica.
La polarización que enfrentamos no es necesariamente un efecto de la red social como tal, vivimos en un contexto en el que cada vez estamos menos dispuestos a aceptar la diferencia. Nuestros líderes políticos no generan condiciones de diálogo sino que, al contrario, se encierran en sus propios argumentos y tienden a desacreditar las voces opositoras o disidentes de antemano. Ahí tenemos el caso del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, o los debates en torno al Brexit.
Al no haber disenso no hay pluralidad, y la construcción de nuestra democracia languidece.
Lo que una opinión o postura contraria representa es una oportunidad de abrir nuevas perspectivas y cuestionamientos, lo que permite avanzar y sumar a nuestros propios argumentos. Las tertulias y cafés literarios, que tuvieron auge en el siglo 19 y 20, se planteaban justamente eso: escuchar una diversidad de opiniones. Así surgieron los grandes pensadores de ese siglo, como Jean Paul Sartre, Christian Andersen o Sigmund Freud, quienes apostaron por tomar el pulso de la calle. Se reunían en las cafeterías que más frecuentaban y estas se convirtieron en una especie de oficina para ellos.
Las redes sociales pudieron haberse convertido en los cafés literarios del mundo digital, en donde se comparten y debaten posturas distintas sobre temas torales que atañen al ser humano, a la sociedad, al desarrollo humano; sin embargo la promesa de conexión cada vez más se torna en mundos de resonancia en donde te “bloqueo por no opinar como yo”.
Es como si con esta conducta regresáramos a la edad de tres años en la que si algo no es a tu gusto lo avientas, lloras, gritas o te volteas. Un niño de tres años no tiene aún la capacidad de expresarse en profundidad y con claridad sobre lo que quiere, lo que no le gusta o argumentar una razón por la que algo no le parece.
-Ah! ¿No te parece mi opinión?
-Te bloqueo.
Es la decadente y fácil respuesta a una mente sin construcción de argumentos, usuarios que no entienden que el disenso es igual de importante que el consenso.
El “bloqueo” en redes sociales por leer algo contrario a lo que estamos haciendo nos regresa a esa edad mental y lo más grave y peligroso es que mina nuestra capacidad de investigar más allá o de aceptar que hay pluralidad. El derecho a disentir es más necesario que nunca. Empieza por preguntarte si tienes la capacidad de escuchar y debatir ideas distintas a la tuya sin atacar si no argumentar.
El ser expuestos por alguien más ante nuestros miles o millones de usuarios genera tal temor que preferimos evitarlo a toda costa.
Hace un tiempo conocí a un joven británico quien con el afán de ejercitar su capacidad de argumentación se unía grupos extremistas en Facebook y creaba un debate sobre su postura política y social ante ciertos temas. Hace cinco años que lo conocí y me explicó este ejercicio que procuraba hacer recurrentemente y que a mí me pareció algo innecesario. No obstante, al evidenciar las actuales susceptibilidades de los usuarios lo creo más que pertinente.
El autor de La cultura en el mundo de la modernidad líquida dilucida una de las posibles respuestas ante este planteamiento. En un entrevista con el diario El País Bauman asegura que con las redes sociales “la gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización. Pero en las redes es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades sociales”.
La generación de las redes sociales es una generación que se enfrenta diariamente a presiones y frustraciones derivadas de los modelos estereotípicos de felicidad lo que contribuye a la agresividad constante. El ser expuestos por alguien más ante nuestros miles o millones de usuarios genera tal temor que preferimos evitarlo a toda costa, aunque con ello terminemos por vivir en pequeños y ficticios cotos de poder que nos aíslan de la realidad y nos retratan un escenario irreal.
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