¿Por qué pasar más de una década a lado de alguien que no comparte los mismos sueños ni los mismos planes?
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La historia de los matrimonios en el imaginario colectivo suele comenzar con dos personas que se aman tanto que no pueden vivir más tiempo lejos el uno del otro. Necesitan vivir en la misma casa, comer en la misma mesa, bañarse en la misma regadera, dormir en la misma cama, sentarse a mirar tele en el mismo sillón, comer del mismo tazón de palomitas, mientras se cubren con la misma manta. Así empezaste tú.
No se supone que la historia de un matrimonio comience con un hombre cansado de estar solo en una cama, en una ciudad, en un planeta, en una cabeza y de una mujer tratando de escapar de su casa, de su familia, de su realidad, de sí misma. Pero así empecé yo.
La historia de un matrimonio en ocasiones comienza con dos personas enamoradas que están esperando la llegada de un bebé. A veces planeado, a veces, no; pero se espera que sea un bebé muy amado.
La historia de nuestro matrimonio comenzó un mes después de que te dijera que estaba embarazada y de que huyeras a tu pueblo natal cuando me negué a abortar a nuestro bebé.
Ella sucedió. Y enseguida nuestro matrimonio.
Pero mientras ella sucedía, simplemente no recuerdo qué sucedió contigo. Estoy segura que tú tampoco recordabas por qué estábamos viviendo un matrimonio.
Me abrazaba a ti cada noche. Estaba segura. Me hacías sentir segura, porque al final me habías dejado subirme a una lancha que flotaba, mientras mi barco lleno de remaches, se hundía irremediablemente.
Me agarré de ti y tú me sostuviste, porque cuidar de mí te hacía sentir menos solo. Yo estaba, tú estabas y ambos nos sosteníamos fuertemente de las manos y podíamos dormir.
Pero cada mañana yo te estorbaba, la bebé te estorbaba y pasabas largas horas mirando la ventana como si estuvieras pensando en que solo tenías 22 años y que te estabas perdiendo de salir de fiesta con los amigos y de besar a otras mujeres.
Te llenabas de nostalgia en las tardes, mientras te sentabas frente a la ventana a pensar en todas las cosas que no tenías y estoy segura que me odiabas.
Pero también de viajar y de conocer lugares e historias increíbles. Y todo porque mientras te escondías en el pueblito donde naciste, te imaginaste que yo simplemente no podría cuidar sola a una bebé.
Y es que una chica de 19 años, que aún estaba en la escuela, que se drogaba en las fiestas y que se sentía segura, porque andaba con un chico mayor que ya trabajaba y tenía carro, definitivamente no iba a poder cuidar a tu bebé. Tenías que regresar, pero... cómo me odiaste durante todo el camino de vuelta a la ciudad.
Te llenabas de nostalgia en las tardes, mientras te sentabas frente a la ventana a pensar en todas las cosas que no tenías y estoy segura que me odiabas sordamente hasta que te decía que estaba lista la cena. Te acercabas y me dabas un beso en la frente.
Nos acostábamos juntos y teníamos sexo y entonces tuvimos otro hijo. Sí, porque tú creías que yo lo quería, porque yo era la que quería casarme y tener una familia.O eso pensabas, aunque muchas veces te dije que mi sueño era irme a estudiar a Italia.
A veces, yo también me sentaba a mirar a través de esa ventana y también me imaginaba que la vida estaba en otra parte. Y entre tanto, tú no encontrabas la fuerza para decir que nada de lo que construimos era lo que querías.
Lo mejor de ti nunca lo conocí. Lo mejor de mí es algo que nunca conocerás, porque la historia de nuestro matrimonio, como la de muchos otros, comenzó con egoísmo, con falta de comunicación, con desinterés, con menosprecio, con mucho ego, pero con muy poco amor propio y con mucha inmadurez.
Pero sucedió.
Y la vida nos rebasó y, de repente, se sucedieron más de 10 años en los que vivimos odiando estar en un matrimonio, a tal punto que hasta la palabra nos parecía detestable.
Yo quería una familia. Tú solo no querías estar solo. Yo quería casarme. Tú solo querías compañía. Tú creíste que me amabas. Yo creí que te amaba.
La historia de un matrimonio a veces termina con muchos gritos, con ofensas y palabras que desgarran el alma.
Y al paso de los años aún no me explico cómo pudimos pasar tanto tiempo viviendo un matrimonio, en la misma casa, en la misma regadera, en la misma mesa, en la misma sala, en la misma cama con un perfecto desconocido.
¿Por qué pasar más de una década a lado de alguien que no comparte los mismos sueños ni los mismos planes? ¿Por qué pretender que podemos vivir en pareja con alguien con quien nos es imposible compartir una charla, una salida al cine, una tarde en un parque?
La historia de un matrimonio a veces termina con muchos gritos, con ofensas y palabras que desgarran el alma. Pero también con dos personas que se dan cuenta de que jamás quisieron escucharse el uno al otro; de que jamás fueron amigos y de que jamás se interesaron como seres humanos.
Nuestra historia terminó afuera del juzgado. Te acercaste a mí y me dijiste: “yo siempre quise vivir solo: mi sillón, mi baño, mi mesa, mi cama; sin embargo, me gustaba cuando venías los fines de semana. Pensé que si te lo decía, te iba a perder”.
Te besé en la mejilla a manera de despedida. Guardé en mi bolsa el acta de divorcio y me alejé. Me sentí como un cáncer que empezó en el dedo meñique de tu pie y se extendió por todo tu cuerpo, mientras tú solo lo dejabas fluir, hasta que te consumió y te moriste.
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