La filósofa y feminista Ana de Miguel. |
SOBRE LA DOBLE VERDAD. Ana de Miguel (Santander, 1961) es profesora titular de Filosofía Moral y Política en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Además, dirige en la Complutense el curso Historia de la Teoría Feminista, donde sucedió en 2005 a Celia Amorós. Entre sus títulos, ‘Marxismo y feminismo en Alejandra Kollontai’ o ‘Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección’. Su último ensayo, ‘Ética para Celia’ (Ediciones B), dirigido sobre todo a un público joven, invita a mirar de frente a la red de dobles verdades que se tejen a partir de lo masculino y lo femenino.
–’Ética para Celia’, un libro como mapa existencial para su hija (que no se llama Celia). Una brújula contra ese “algo podrido” que todas terminamos percibiendo pero que se tarda en concretar.
–Al dirigirme a mi hija, que también es una forma de dirigirse a una misma, me planteé precisamente esa duda: ¿debo contarle la trastienda de la vida, algo que se llega a conocer con muchos años? ¿Puedo contarle a Celia, en definitiva, que a lo largo de la historia han sido los hombres los que han decidido que, para vivir su vida, debían anular la nuestra? Algo que se ha hecho, desde luego, bajo la gran prerrogativa de que, por naturaleza, lo único que desean las mujeres es ser madres y esposas... De alguna forma, los hombres encontraron, y luego dieron por hecho, que subirse a nuestros hombros era la forma de llegar más alto.
–Al final, esos eran los hombros de gigantes.
–O de enanas, porque nos jibarizaron, pero les resultamos muy útiles. Todo el progreso artístico y técnico, que lleva principalmente nombre de varón, no se habría podido hacer sin las mujeres.
–’¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?’ .
–Es el sugerente título del libro de Katrine Marçal, donde puntualiza que si Adam Smith tenía un filete en su mesa, era gracias a su madre, un detalle que parecía habérsele pasado al analizar la sociedad de mercado... Hay que desarrollar la autoconciencia de la especie para saber quiénes somos y qué hemos hecho hasta ahora los seres humanos. Es una perspectiva que nos hace cambiar la sociedad de arriba a abajo.
–”Canta, oh, musa, la cólera de las mujeres”. Pero no es un canto antiguo, sino muy presente.
–La mitología ya nos dice que Zeus era el gran deseador, el violador impune, y Hera, la mujer amargada. Ya entonces, la mitología nos enseña que los hombres no ponen límite a sus deseos y que las mujeres están para sucumbir a ellos. La civilización cristiana también abundó en esta línea, aunque planteando una doble moral. Hasta lo más rompedor del mundo, que era Nietzsche, viene a coincidir en lo fundamental: el hombre no debe poner límites a sus sueños, pero las mujeres no pueden ni soñar. Ser hombre ha sido tener la esposa y la familia, la amante y la puta. No renunciar a nada, que a veces parece que se traduce por no renunciar a ninguna mujer. Mira, cuando mi abuela me veía con una barriga, tan tranquila, sin casarme, le salían unas risas... Porque ella había visto cómo, cuando una niña se quedaba embarazada, se quedaba fuera de todo, y al hombre no se le pedía responsabilidad alguna.
–Y, hasta hace poco, fue lo normal.
–Hasta que, hace doscientos y pico años, unas cuantas mujeres empezaron a decir: "A ver si es que nos están tomando el pelo..." Ese “olor a podrido” que decías, hoy es distinto, claro, pero el mensaje viene a ser: “Ten cuidado con lo que señalas, porque tarde o temprano, te vamos a dejar fuera”.
–Bruja.
–Kate Millett decía que, entre otras cosas, el capitalismo ha triunfado porque su sistema socializador es casi perfecto. Pero yo creo que ha triunfado por el miedo.
–Aunque siga siendo el mism
–Una de las cosas que apunta es que todo parece haberse convertido en cuestión de actitud, más allá de las condiciones materiales. Un coelhismo ilustrado. ¿Cómo cala esto en los jóvenes?
–El dichoso mensaje del todo lo puedes, cuando la vida tiene muchos límites por todos los lados: empezando porque somos mamíferos. Para dar sentido a las cosas, el ser humano necesita mucha seguridad material. A la juventud les ofrecemos sueños y les hemos cerrado por abajo los pies, les hemos quitado autonomía material y económica.No es que uno sea único en un sentido excepcional, sino que es necesario para los demás y el mundo, y lo que les trasmitimos es que no hacen falta, que son material fungible. Todo eso de no dejar de ser niños... El planeta necesita personas maduras.o, el mensaje ha cambiado de piel: hay cosas que no se pueden decir, o hacer, tal y como se hacían hace dos siglos.
–En los tiempos de la igualdad formal, todo lo que sucede es porque alguna mujer lo quiere. Existe el porno porque alguna mujer quiere hacerlo; si hay prostitución, es que hay mujeres que quieren, dejémoslas;las amas de casa, si quieren serlo... Y al final, lo que realmente quieren las mujeres –ese misterio para el mismo Freud–, que es que los hombres limpien, pues no aparece por ningún sitio. Cuando digo esto me refiero a que las mujeres lo que quieren es poder depender de alguien emocionalmente, y actuar en igualdad.Tener también, como tienen los hombres, opción a lo dionisíaco y a lo apolíneo –y con esto no estoy quitándole horror a ciertos trabajos, o ciertas circunstancias históricas–. Da la casualidad, además, de que dedicarse a lo dionisíaco no comulga muy bien con el hecho de tener crías y cuidarlas, porque necesitan ser cuidadas, mucho, para el asunto este del “perseverar en el ser”.
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