Conocer que Garamendi lloraba por haberse mostrado comprensivo con los indultos y por la reacción furibunda del PP deja un cierto regusto decepcionante
¿Por quién lloran los empresarios? |
No preguntes por quién doblan las campanas, las campanas doblan por ti", nos planteaba Hemingway desde las páginas de su obra más célebre.
En la televisión, la imagen impactante de un señor de mediana edad, llorando a lágrima viva en la mesa presidencial de un congreso de relumbrón. Su imagen proyecta un profundo desahogo, la liberación repentina de un incontenible cúmulo de pesares que hubieran desbordado los diques de su resistencia.
El personaje en cuestión es, nada más y nada menos que el presidente de la CEOE, el todopoderoso presidente de los empresarios españoles, Antonio Garamendi, lo que hace más impactante la escena. Los ricos, y los todopoderosos, también lloran.
Vista la imagen sin la consiguiente explicación del locutor de turno, el acto aparece cargado de emotividad y aporta un componente humano estremecedor a un personaje al que se le presupone la capacidad de distanciamiento del mundo real que socialmente se atribuye al empresariado.
Aun sin conocer los datos que han motivado la inédita reacción, un impulso irrefrenable me cuestiona internamente: ¿por quién lloran los empresarios? Y un listado de problemas sociales se disponen en fila india dispuestos a erigirse como elemento motivador de las conmovedoras lágrimas.
Sin duda, la situación económica sufrida por nuestro país con motivo de la crisis provocada por la pandemia aparece como la causante más probable de tan justificado llanto. La muerte de miles de españoles de la forma más dramática, la zozobra de cientos de miles de empresarios obligados a detener su actividad como única forma de luchar contra la expansión del virus, la inestabilidad de millones de familias caminando por la cuerda floja de unos ERTE que amenazan con transformarse en ERE.
Sin duda, la explicación a la triste reacción de Garamendi no puede ser más que la acumulación de todo lo sufrido por la sociedad española, justo cuando parecía que sacábamos cabeza después de atravesar una década de sufrimiento y dolor por los destrozos provocados por la crisis financiera y la maldita burbuja del sector inmobiliario que arrasó con el sector de las socialmente comprometidas cajas de ahorro y con los sueños de millones de españoles.
Sin duda, la acumulación de malas noticias económicas y el sufrimiento personal es lógico que acabe desembocando, tarde o temprano, en el desbordamiento de las emociones y la expresión de la más profunda tristeza ante todo lo ocurrido. Y como catalizador, cualquier titular de los últimos días podría ser el lógico detonante: las 6.500 familias que Caixabank echará a la calle junto a las 3.000 de BBVA; o la situación de los jóvenes que después de acumular títulos e invertir años en su formación terminan trabajando lastrados por la inestabilidad económica y personal; o, quizás, la constatación de que no hay dinero para pagar las pensiones de los hijos del baby boom, después de toda una vida pagando con su esfuerzo las pensiones de sus mayores, mientras cuidaban al tiempo de sus familias.
O también podrían venir las lágrimas de Garamendi a enjugar la situación de un sector turístico que ve ahora como una imprevista quinta ola de contagios les arruina un poco más y frustra la ansiada recuperación de la temporada de verano. O también…
Lamentablemente son tantos y tan varios los motivos que justificarían las lágrimas que no deja de sorprender el motivo real que llevó al presidente de la CEOE a derrumbarse delante de la plana mayor de la economía española.
Una valentía como la demostrada por Garamendi al mostrar sus emociones ante un foro tan nutrido, y tan relevante, se merecería, sin duda, una motivación más noble. Conocer que el bueno Garamendi lloraba por haberse mostrado comprensivo con los indultos y por la reacción furibunda del PP y, en concreto, de su presidente Pablo Casado, deja un cierto regusto decepcionante.
Cierto es que la imagen regalada por la CEOE contribuye a la necesaria humanización de un sector como el de los grandes empresarios, tan necesitados de mostrar un poco de empatía con el resto de la sociedad. Sin embargo, los motivos resultan pueriles.
Como lamentable conclusión, si te preguntas por quién lloran los empresarios, no cabe más opción que reconocer que los empresarios, no lloran por ti.
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