EFE |
Escribí “sin igualdad no hay libertad”, según afirmó el misógino Rousseau, autor del “Contrato Social”, que estableció la regla fundacional del Estado moderno: “lo público-masculino”, “lo privado-femenino”, división social del patriarcado y que el filósofo francés elevó a categoría para el nuevo Estado; la ciudadanía era solo para hombres y esa bonita afirmación solo valía para ellos. Las mujeres tuvieron que pelear durante, aproximadamente, dos siglos para conseguir la ciudadanía, condición necesaria, pero no suficiente, para obtener el resto de los derechos.
Y así nos pasa con todo, también con la justicia. Reitero que sin igualdad no hay libertad ni democracia, y la democracia tiene que ser feminista, recordando que “el feminismo no es una escuela de adoctrinamiento sino de reflexión permanente y de búsqueda de soluciones acertadas a problemas reales que afectan a las mujeres” (Anna Caballé). La democracia es todo esto: libertad, igualdad, justicia, solidaridad, diversidad, aunque sin justicia la democracia se pierde.
En los casos de violencia machista, las mujeres denunciantes no se fían del sistema judicial. Así lo ha manifestado hace pocos días la expareja del futbolista Rubén Castro ante un tribunal: “yo ya no creo en la justicia”. Su abogada, Amparo Díaz, dice: “por desgracia hay muchas mujeres que, tras presentar denuncia contra su pareja o expareja, sufren un reproche de su entorno, sobre todo si el hombre es poderoso”. Muchas mujeres sufren acercamientos a pesar de esa orden de protección y no los denuncian porque temen más desgaste judicial y represalias en su entorno”. “La mayoría de las mujeres víctimas de violencia de género temen no ser creídas, y lo cierto es que los juzgados no pocas veces las tratan a ellas de forma que parecen las sospechosas”. ”Mucho se habla y escribe sobre denuncias falsas de malos tratos, pero poco se comenta la de mujeres que no denuncian o denuncian solo parcialmente por miedo a represalias, a los contactos de los maltratadores o a que presenten testigos falsos, y por desconfianza en las personas que intervienen en los procesos judiciales” Denunciar es una proeza difícil para las mujeres, porque no las creen. Las mujeres tienen que demostrar su inocencia, denunciar en solitario es más difícil que en grupo y con repercusión mediática; tenemos casos recientes, con nombres famosos, que lo ponen de relieve. “La violencia forma parte de los derechos del hombre”.
Las mujeres han “sacado del armario” el acoso sexual y laboral que padecen diariamente, durante siglos, sin que se tenga conciencia masculina de que eso ocurre. La causa es siempre la misma, la subordinación femenina, el que siempre ha sido así y que ellos tienen deseos que no pueden refrenar. ¿Y no hay justicia para las mujeres? ¿Y seguimos soportando asesinatos de mujeres casi diariamente, sin que haya una protesta masiva de hombres y mujeres? ¿Y qué clase de democracia es esta sin justicia para las mujeres?
No puedo dejar de recordar, y recomendar, el libro de Ivan Jablonka, “Laëtitia o el fin de los hombres” en el que se narra el asesinato y descuartizamiento de una joven de 18 años, a manos de un asesino que no confesó donde había escondido el cadáver y tardó semanas en aparecer. “Este suceso es excepcional desde todo punto de vista, por la onda expansiva que suscitó, por su eco mediático y político, por la importancia de los recursos desplegados para dar con el cuerpo, por las doce semanas que duraron las búsquedas, por la intervención del Presidente de la República, por la huelga de los magistrados. No es una mera causa penal: es un asunto de Estado”.
Terminar haciendo una breve referencia a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estado de alarma, es un ¨salto” difícil. Del disparate jurídico y político que supone se ha escrito bastante por expertos muy cualificados y se seguirá haciendo; es inconmensurable: el acto judicial más sin sentido de todos los conocidos; se puede criticar todo lo que se quiera; las sentencias hay que acatarlas, pero son susceptibles de desacuerdos; esto también es democracia. Es una sentencia ilógica, y el derecho y su aplicación no pueden nunca carecer de lógica; la lógica jurídica es esencial en el mundo judicial.
Es una sentencia que, además, no sirve para nada más que para dar oxígeno a Vox, que recurre algo que, por otra parte, ha votado favorablemente. El catedrático Javier Pérez Royo escribe: “La decisión del TC es sencillamente incomprensible en términos jurídicos. Tal vez sea muy mal pensado, pero tengo la impresión de que la mayoría de magistrados que ha han dictado esta sentencia han pretendido enviar un doble mensaje: Uno primero a Vox, animándolos a recurrir en el futuro, y otro segundo al Gobierno: perded toda esperanza”. Estamos en un callejón sin salida que lleva a concluir que sin justicia no hay democracia y hay que resolverlo sin falta.
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