Ya las alpujarreñas nazaríes utilizaban prendas interiores de seda. En 1511 se creó en Granada la Casa del Arte de la Seda. Los empresarios López Barajas tuvieron hasta 5.000 empleados
JOSÉ LUIS DELGADO / GRANADA
La exposición temporal A la luz de la seda, en el Palacio de Carlos V hasta el 31 de diciembre, pone de actualidad la importancia de la seda en el Reino de Granada mantenida después en época cristiana.
La industria sedera estaba extendida por toda la Península pero se inició en Al-Andalus en el siglo IX en los centros de Córdoba, Granada y Almería. Aunque parece que la de Granada era la mejor. Ya lo dijo Ibn-Al Jatib en el siglo XIV y lo repiten Münzer y Navaggiero.
Cuando el noble flamenco y cronista de Felipe II, Antonio de Lalaing, vino a España acompañando al rey, dejó escrito que Granada era muy comercial, principalmente en sedas porque los mercaderes compraban aquí las mejores y las trabajaban en Italia. Los paños se vendían en el Zacatín y se confeccionaban en la Alcaicería. Curiosa palabra que significa casa del César (al- caesaria), de donde se deriva Alcaicería.
Era la seda un producto de lujo que la Granada musulmana exportaba a todo el Mediterráneo; luego los cristianos trataron de mantenerla y llevarla a América. Las Alpujarras eran un extenso bosque de moreras y morales (moreras negras y blancas) que daban un perfecto alimento al gusano de seda. Se prefería la morera blanca porque la seda era más fina; incluso se llegó a prohibir la plantación de moreras negras para mantener la calidad del producto granadino frente a los murcianos y valencianos. Lo que sería hoy la denominación de origen.
Los capullos se obtenían en verano y se hilaban en invierno; pero luego había que torcer y teñir las fibras. Era el gremio de los torcedores uno de los más importantes y ricos de Granada. Todavía se conserva en el Sacromonte la cruz de alabastro blanco con la inscripción que los hermanos de la Natividad de Nuestra Señora, es decir el Gremio de los Torcedores, dedicó a los mártires en 1604. Tenían hasta su propia casa de acogida para los torcedores pobres y un hospital para sus enfermos.
En 1511, se creó en Granada la Casa del Arte de la Seda que tenía su sede en la calle Cobertizo de Santo Domingo. Su misión era medir, pesar y certificar con su sello la calidad de las sedas. A mediados del siglo XVI se labraba tanta seda en Granada y su reino que casi toda la gente vivía de los más de 300 tornos que había; y un siglo después funcionaban unos 3.000 telares que producían sobre todo rasos, felpas y brocados.
Dicen que de un total de 40.000 hombres, mujeres y niños que había en la capital hacia 1568, 4.000 tejían la seda, 300 se dedicaban a la compraventa y otra buena parte la componían los hiladores, torcedores, tintoreros, bordadores y sastres.
Los productos más frecuentes eran los tafetanes, damascos, terciopelos, pañuelos, medias, fajas, guantes y gorros; pero hemos leído por ahí que ya las moras alpujarreñas usaban lencería fina de seda para su ropita interior.
Fue en el siglo XVII cuando la calidad de la seda se deteriora y Granada va perdiendo fama; la sublevación y luego expulsión de los moriscos, las cargas fiscales, la competencia de otras regiones, la reconversión de las tierras con otros cultivos, etc. fueron cambiando el paisaje agrícola y económico.
A pesar de todo, todavía se hizo famosa una familia de sederos. El primero se llamaba José López Barajas Pantoja y Moya, nacido en Cozvíjar en 1712, aunque con ascendientes en Purchil. Controlaba 1.570 telares y enviaba un género de excelente calidad a América. Eran las mejores sedas por su "exquisita labor, limpieza de los tintes y exactitud de la longitud de las piezas", según el profesor Garzón Pareja que sabía bastante de esto. La familia López Barajas llegó a tener 5.000 empleados.
Como de gusanos y capullos estamos sobrados, solo faltan unos cuantos empresarios como estos que hilaran fino y aliviaran las listas del paro para que Granada anduviera de nuevo como una seda.
La industria sedera estaba extendida por toda la Península pero se inició en Al-Andalus en el siglo IX en los centros de Córdoba, Granada y Almería. Aunque parece que la de Granada era la mejor. Ya lo dijo Ibn-Al Jatib en el siglo XIV y lo repiten Münzer y Navaggiero.
Cuando el noble flamenco y cronista de Felipe II, Antonio de Lalaing, vino a España acompañando al rey, dejó escrito que Granada era muy comercial, principalmente en sedas porque los mercaderes compraban aquí las mejores y las trabajaban en Italia. Los paños se vendían en el Zacatín y se confeccionaban en la Alcaicería. Curiosa palabra que significa casa del César (al- caesaria), de donde se deriva Alcaicería.
Era la seda un producto de lujo que la Granada musulmana exportaba a todo el Mediterráneo; luego los cristianos trataron de mantenerla y llevarla a América. Las Alpujarras eran un extenso bosque de moreras y morales (moreras negras y blancas) que daban un perfecto alimento al gusano de seda. Se prefería la morera blanca porque la seda era más fina; incluso se llegó a prohibir la plantación de moreras negras para mantener la calidad del producto granadino frente a los murcianos y valencianos. Lo que sería hoy la denominación de origen.
Los capullos se obtenían en verano y se hilaban en invierno; pero luego había que torcer y teñir las fibras. Era el gremio de los torcedores uno de los más importantes y ricos de Granada. Todavía se conserva en el Sacromonte la cruz de alabastro blanco con la inscripción que los hermanos de la Natividad de Nuestra Señora, es decir el Gremio de los Torcedores, dedicó a los mártires en 1604. Tenían hasta su propia casa de acogida para los torcedores pobres y un hospital para sus enfermos.
En 1511, se creó en Granada la Casa del Arte de la Seda que tenía su sede en la calle Cobertizo de Santo Domingo. Su misión era medir, pesar y certificar con su sello la calidad de las sedas. A mediados del siglo XVI se labraba tanta seda en Granada y su reino que casi toda la gente vivía de los más de 300 tornos que había; y un siglo después funcionaban unos 3.000 telares que producían sobre todo rasos, felpas y brocados.
Dicen que de un total de 40.000 hombres, mujeres y niños que había en la capital hacia 1568, 4.000 tejían la seda, 300 se dedicaban a la compraventa y otra buena parte la componían los hiladores, torcedores, tintoreros, bordadores y sastres.
Los productos más frecuentes eran los tafetanes, damascos, terciopelos, pañuelos, medias, fajas, guantes y gorros; pero hemos leído por ahí que ya las moras alpujarreñas usaban lencería fina de seda para su ropita interior.
Fue en el siglo XVII cuando la calidad de la seda se deteriora y Granada va perdiendo fama; la sublevación y luego expulsión de los moriscos, las cargas fiscales, la competencia de otras regiones, la reconversión de las tierras con otros cultivos, etc. fueron cambiando el paisaje agrícola y económico.
A pesar de todo, todavía se hizo famosa una familia de sederos. El primero se llamaba José López Barajas Pantoja y Moya, nacido en Cozvíjar en 1712, aunque con ascendientes en Purchil. Controlaba 1.570 telares y enviaba un género de excelente calidad a América. Eran las mejores sedas por su "exquisita labor, limpieza de los tintes y exactitud de la longitud de las piezas", según el profesor Garzón Pareja que sabía bastante de esto. La familia López Barajas llegó a tener 5.000 empleados.
Como de gusanos y capullos estamos sobrados, solo faltan unos cuantos empresarios como estos que hilaran fino y aliviaran las listas del paro para que Granada anduviera de nuevo como una seda.
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