Ha debido ser un sábado largo para los 28 líderes de la Unión Europea. Les imagino en sus respectivos salones o despachos, escondidos tras las cortinas o contorsionándose debajo de su sillón favorito. Quizás han despachado dosieres de orden menor sin solución de continuidad o hablado a sus fieles en un acto de partido. Esfuerzos baldíos para no sentirse aludidos por el rapapolvo moral que ha lanzado sobre sus cabezas el papa Francisco, de visita en la isla de Lesbos. En Grecia se encuentran en estos momentos más de 50.000 refugiados repartidos en rudimentarios campos o al descubierto a la espera de que les demos una solución.
"Esperemos que el mundo preste atención a estas escenas de tragedia y desesperada necesidad y responda conforme a nuestra humanidad compartida", ha declarado el papa. Tras la visita, ha volado de regreso a Roma junto con doce refugiados sirios, tres familias musulmanas que, abandonadas a su suerte por unos líderes europeos que están insoportablemente missing en la más grave crisis de refugiados que ha visto el continente tras la II Guerra Mundial, empezarán ahora una nueva vida en Roma gracias al líder de otra fe religiosa.
¿Qué habrán pensado los líderes de países como Hungría o Eslovaquia que han afirmado en repetidas ocasiones que no se harán cargo de ningún refugiado que sea musulmán?
Los mismos 28 líderes europeos que se indignaron con la fotografía de Aylan, el niño sirio que murió en una playa, son los que meses después firmaron un acuerdo con Turquía para expulsar a todos los aylanes y sus familias
El mensaje de humanidad que ha lanzado el papa es especialmente iluminador en una Europa en la penumbra, con líderes sumidos en una inmoral e irresponsable carrera por resaltar las diferencias con sus vecinos en el mejor de los casos y por descalificar directamente a los refugiados en el peor. Los 28 líderes de la Unión Europea no han tenido el valor de ir a visitar a los refugiados y ver de cerca las caras de los niños, mujeres y familias para ponerles nombres. La próxima cumbre europea sobre refugiados debería celebrarse en Lesbos. Estoy seguro que si lo hicieran les costaría un poco más seguir tratando este asunto con la frialdad con la que se meten números en un cuadro de Excel.
Los mismos 28 líderes europeos que se indignaron con la fotografía de Aylan, el niño sirio que murió en una playa, pero que meses después firmaron un acuerdo con Turquía para expulsar a todos los aylanes y sus familias. Los mismos que han incumplido el modesto plan de la Comisión Europea para dar una vida digna a 160.000 refugiados en un espacio de 500 millones de habitantes (cifras irrisorias si pensamos que sólo en Turquía hay en estos momentos unos 3 millones de refugiados). Los doce refugiados que se ha llevado el papa en este importantísimo gesto son más de los que han acogido a día de hoy 21 países de la UE. Y qué decir de los 18 refugiados que han llegado a España, del total de 16.000 que el gobierno se comprometió a acoger.
Visité Serbia y Hungría en septiembre pasado. Vi de cerca la llegada de miles de refugiados que cruzaban la frontera a pie por una vía de tren. A su entrada en la Unión Europea les esperaba el caos. Vi algunas mujeres embarazadas que llevaban consigo el peso de la esperanza de poder dar a sus futuros hijos un mundo de paz. Tomé la foto de un niño sirio llamado Mahmud, del que me he acordado tantas veces. ¿Lo habrá logrado? ¿Dónde estará? El viaje me cambió la forma de ver la vida y la manera de comprender la crisis de refugiados. Lo mínimo que deberíamos pedir a los 28 es que salgan de debajo de sus sillones y se dirijan a Lesbos.
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