La frase que encabeza este post es una de las frases más repetidas en los teatros madrileños en los últimos años. Procede de Comedia sin título de García Lorca, el inagotable. A ella recurren todos los profesionales del teatro que reclaman otra forma de hacer las cosas, otra forma de ver, una manera menos convencional de contar en un teatro. Una frase que se puede escuchar en la obra Los bancos regalan sandwicheras y chorizos de la jovencísima compañía José y sus hermanas que se ha podido ver en la sala pequeña del Teatro Español. Obra que ha coincidido en la cartelera con Un cine arde y diez personas arden que ha puesto en pie la compañía Grumelot en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid, donde son compañía residente. Obras muy similares en la puesta en escena, el triunfante teatro inmersivo que ofrece esas experiencias que demanda el mercado del ocio. Sin embargo, la primera se queda en contar “lo que pasa” mientras que la segunda cuenta “lo que nos pasa”. ¿Que qué significa esto?
Significa que Los bancos… con esa energética y furiosa denuncia de las profundas vetas que quedan del franquismo en la sociedad actual, cuenta eso, las profundas vetas que quedan del franquismo en la sociedad actual. No incluyen nada sobre cómo se viven a nivel individual debido al sesgo sociopolítico que han elegido dar al teatro que hacen y que quieren seguir dando. Lo que ni es bueno ni malo en sí mismo, pero que de alguna manera les impide hablar de lo que “nos” pasa. Digamos que se quedan en teatro documento, de noticias de periódico o archivo histórico. Teatro lleno de datos. Un collage con historias y canciones que vienen de allí y de aquí, que suenan bien gracias a que sus jóvenes actrices saben cantar y le dan cierto sesgo de musical, un musical sociopolítico. Historias que traen desde el siempre socorrido Lorca y el flamenco hasta el rompedor y apreciado Pablo Gisbert de El Conde de Torrefiel.
Frente a ellos, Un cine arde… es una obra que vista superficialmente, es decir, analizada desde el punto de vista técnico, sería muy similar en su puesta en escena. Sin embargo, ellos sí que cuentan lo que “nos” pasa porque frente a la denuncia, la indignación y el cúmulo de datos han decidido trabajar con los sentidos y el misterioso sentimiento de la vida que provocan. Frente a la furia la poesía. Una declaración de intenciones que llega al espectador desde que entra en la sala, le sientan frente a las butacas de un cine perfumado sutilmente con un olor a palomitas quemadas. Un olor que se hace presente poco a poco. Un olor que interroga la pituitaria y hace pensar al espectador ¿a qué huele?
Y es que esta última obra cuenta las historias de un grupo de personas que se concentran en un cine para ver la vieja película Guillermo Tell de Heinz Paul. Lo que piensan y hablan antes de que comience la película y se propage el incendio del que no van a poder escapar y por el que van a morir. Personajes atrapados en sus relaciones con el otro y los otros. Ya sea ese otro un amigo, una pareja, un grupo de amigos, la familia o los extraños que se encuentran y se juntan en un cine para mirar. Un otro que incluso está presente justo porque no está, justo por su ausencia.
Personajes que se presentan al espectador sentados en sus butacas y con un cubo de palomitas extra-grande en la cabeza. Una metáfora de cómo se piensa popularmente en el cine y el propio arte cinematográfico. Como un negocio para vender palomitas, para implantar esas palomitas en el cerebro de un espectador que se busca en la penumbra de un cine en el que se proyectan tráilers (¿camiones?) de Movierecord y anuncios kitsch de Pepsi y llenos de celebrities.
Los datos, las imágenes, las canciones y las acciones de “Los bancos…” son (metafóricamente) escupidas desde el escenario al espectador, a veces a un volumen que anula su capacidad de reacción consciente (uno no puede dejar de querer bailar el reguetón de La gasolina, ni por todas las connotaciones que tenga). Como los niños que quieren ser escuchados o atendidos y no dejan de dar la brasa a los padres. Sin embargo, en Un cine arde… las escenas son representadas con una calma urgente. Calma de quién acepta sus contradicciones en la urgencia de un incendio, una sociedad que se quema por lo que pasa fuera. Fuera del cine, fuera del teatro.
¿Que qué es lo que les quema? Ese álbum de cromos que la vida nos va dando en forma de familiares maltratados, alcoholizados, con cánceres, que malgasta el dinero y se desgasta en prostíbulos o que silencia una homosexualidad presente. Esas cosas de las que no se hablan en la familia porque siempre hay algo más urgente, como un niño ligeramente herido que reclama la atención de una madre.
Cuenta las profundas vetas que quedan del franquismo en la sociedad actual.
Frente a todo ese sufrimiento descrito en Los bancos…, está Un cine arde… con todo ese amor por el otro al que se quiere y al que se le ha hecho daño o nos ha hecho daño. Ese via crucis humano, una de las mejores escenas de la función, bien distinto del que ofrece la reescritura del Papa Juan Pablo II que recurriendo a la Biblia, y más concreto a los Nuevos Evangelios, elimina la debilidad divina. Tanto la física, las caídas de Jesús llevando la cruz, como la humana, por las mujeres.
Sí, lo que pasa es un pasado que no ha dejado de ser y de estar presente aunque haya que gritarlo para oírlo y verlo, como cuenta Los bancos regalan sandwicheras y chorizos. Sin embargo, como propone Un cine arde y diez personas arden, lo que nos pasa es un clásico universal, por muy contemporáneo que se lo quiera vestir. Un posible clásico, en blanco y negro, como la película que van a ver los personajes de la obra, que está relacionado con el sin sentido de la historia sentimental de cada individuo. El sinsentido que exige crear, crear vínculos, crear sociedad, con responsabilidad, amor y humor en un mundo que arde, que nos quema, que no se da cuenta que somos cuerpo, material fungible necesitado de amor, cariño y humor. Esa necesidad que nos (con)mueve.
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