TRIBUNA
Temo que esta situación genere en mucha gente cuadros psicopatológicos que pueden llegar a ser crónicos si no se diagnostican a tiempo y son adecuadamente tratados
La áspera realidad de la pandemia |
Durante el confinamiento me sorprendí un día pensando en el privilegio de ser testigo de este particular acontecimiento. Enseguida recapacité y llegué a la conclusión de que hubiera preferido no vivir esta desgracia. Todo el mundo va disfrazado, se habla con una mascarilla puesta, se observa la distancia social y, por lo tanto, no podemos darnos la mano y mucho menos abrazarnos, ni siquiera a los familiares o seres queridos. Hay una carencia de espontaneidad, una desconfianza que nos impide expresar con soltura y agrado nuestros sentimientos. No es que sea un hombre romántico y dado a muchas efusiones, pero echo de menos la espontaneidad que emana del encuentro con un buen amigo o amiga, de un vecino o vecina, o de un antiguo amor. Lo que es peor, no hay todavía fecha de caducidad para la pandemia. Algunos niños y adultos proyectan todavía miedo para salir a la calle y les cuesta hacer la transición que les permitirá más adelante adaptarse, no se sabe cuándo, a la nueva normalidad. Temo que esta situación genere en mucha gente cuadros psicopatológicos que pueden llegar a ser crónicos si no se diagnostican a tiempo y son adecuadamente tratados.
Las circunstancias especiales, como las guerras, las catástrofes naturales, los accidentes aéreos y marítimos y las grandes epidemias, suelen parir diferentes patologías mentales, agudizar algunas como las depresiones, el estrés, los síntomas de ansiedad, el insomnio, o reactivar procesos que estaban en vías de recuperación o de remisión y exacerbar los trastornos de la personalidad. El Covid-19 puede alumbrar, o ha engendrado ya, enfermedades mentales como los trastornos citados, que se evidencian en la abundancia de solicitudes de consultas de psicología y de psiquiatría. Situación que puede también dar lugar a intentos de suicidio; más tarde, a un trastorno postraumático, y favorecer o recrudecer cuadros más graves como las psicosis.
Independientemente del origen geográfico de esta pandemia, este ambiente ha trastocado seriamente nuestra vida y hace falta un replanteamiento de nuestras costumbres, tanto a nivel personal, como social. Ya dije una vez: "Se calculan los daños, se cuentan los muertos, pero resultará indescifrable el dolor humano". Porque nadie puede calibrar con certeza los estragos a nivel psíquico generados por esta plaga. Incluso, basta ver el comportamiento de los animales -sobre todo, domésticos- para comprender un poco la dimensión del mal. Algunos, como los perros, están visiblemente nerviosos, irritables y perplejos por no poder correr, hacer sus necesidades, husmear, y relacionarse con sus congéneres como de costumbre. Hace unos días presencié una emotiva escena, la actitud de un hombre mayor que iba paseando a su can, mostrándose ese muy rebelde a la hora de volver a la casa. El anciano, pacientemente, intentaba explicar a su adorado peludo por qué tenían que regresar tan pronto a la vivienda. "Fuera hay algo muy malo y te puedes enfermar, si pasamos más tiempo", le dijo. La forma de dirigirse a su mascota me conmovió, porque el pobrecito animal pareció entender el mensaje y, tras escuchar, dejó de ofrecer resistencia.
Es imprescindible, insisto, que haya una colaboración muy estrecha entre la psiquiatría y la psicología a fin de intentar solventar, con un mínimo de acierto, las dificultades, inquietudes y el malestar que presentan los pacientes que se ven obligados a solicitar ayuda, demostrando ser muy vulnerables ante los dolorosos hechos acontecidos: las muertes, los afectados, los contagios, los duelos... No se debe estar prescribiendo a mansalva ansiolíticos y otros psicofármacos que, obviamente, hacen falta a algunos enfermos, ya que es menester evitar psiquiatrizar a todos. Los psicólogos tienen un papel muy importante que desempeñar, como saberles escuchar, fomentarles la autoestima y, sobre todo, ayudarles a utilizar sus propios recursos para enfrentarse a esta áspera realidad.
Por último, quiero rendir un merecido homenaje a los sanitarios que están en primera línea dando lo mejor de ellos, con su buen hacer, su dedicación y su solidaridad, dignificando así la profesión que profundamente aman, al precio de sus propias vidas.
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