El escritor jerezano Javier López Menacho. |
CÓMO BUCEAR EN LO DIGITAL. En pleno horror de la crisis del ladrillo, publicó Yo, precario, sobre su peculiar vía crucis laboral. Javier López Menacho (Jerez, 1982) se ha ido forjando un perfil especializado en asuntos de comunicación y reputación digital –entre sus libros, también títulos como La farsa de las startups o Yo, charnego-. Su última publicación, La generación like. Guía práctica para padres y madres en la era multimedia (Catarata), pretende arrojar algo de luz en un escenario cambiante y del que, por primera vez en la historia, los padres saben menos que sus hijos.
–¿Cuántas generaciones han pasado, tecnológicamente hablando, entre los padres e hijos de hoy día?
–Veinte de los últimos cuarenta años han sido de intensificación tecnológica e hipersocialización. Esto supone una disrupción tremenda:el boom tecnológico te cambia todo el paradigma educativo, que nunca ha sido fácil, de la noche a la mañana y de forma intensa. A todos, claro, porque esto ya no va de educar a los niños, sino de educarnos a todos, tratando de entender lo que está pasando, aprender y ponerlo en un espacio común. Por ejemplo, algo que en principio podía no parecer mal, como la economía colaborativa, terminó en nada de tiempo demostrándose un agujero de precariedad. Todo pasa tan rápido que hay oportunidades que luego resultan ser trampas: algo que también podría aplicarse a lo de las redes sociales. Hemos de educarnos en algo que antes no existía.
–”Los algoritmos –dice una de las citas que recoge ‘La generación like’– aprenden y nos ganarán siempre”. Vaya, la batalla con los robots no era como pensábamos.
–Usar un móvil es una lucha desigual, por eso hay autores que dicen que la adicción a las nuevas tecnologías no es exactamente como otras adicciones.Detrás de las cosas que consultas y te gustan, hay un montón de ingenieros de sistema especialistas en marketing que saben cómo es una pantalla, cómo usar el mapa de calor, tus frecuencias... Y, al otro lado, lo mismo está mi madre de 70 años. La lucha es totalmente injusta, pero todos los procesos ciudadanos pasan por la red, estás condenado a pasar por este canal. Hace falta un marco de regulación que nos proteja como ciudadanos, no sólo referente a privacidad, sino también respecto a bulos e intereses privados que invaden el espacio público.
–Respecto al cambio de costumbres: la pantalla como “chupete emocional”. Por un lado, los expertos. Por otro, la realidad.
–Es una constante en el libro:lo ideal y lo real, y cómo nunca coinciden. Con esto, igual que con la edad adecuada para tener un móvil, les damos a los padres unas responsabilidades que no están en su mano: tienes un trabajo en el que te explotan todo el día, o uno que te da poco dinero y tienes que hacer extras, que luego llegues a casa y les des tiempo de calidad a tus hijos es muy complicado. Me parece que juzgamos de forma muy severa: lo que hay que intentar es que la gente tenga algo más de tiempo en su vida.
–Menciona un estudio hecho a jóvenes de veinte años en el que la mayoría decía que ellos creían que la edad para un móvil eran los doce o trece años, aunque ellos mismos los habían pedido o tenido antes.
–Es que ellos mismos son muy conscientes de lo que está pasando. Muchas veces, las viejas generaciones están todo el día enganchadas, pero hay que ver qué malos los chavales. De hecho, no son tan malos si tenemos en cuenta que la mayoría de delitos que surgen en internet los cometen adultos. Los jóvenes tienen sus propias reglas y se autoregulan a su manera.
–Otra de esas brechas entre teoría y realidad es la elaboración de un “acuerdo” intergeneracional.
–Todos los especialistas lo repiten. Es una propuesta que se popularizó a partir de algo similar que hizo una mujer en Estados Unidos. Básicamente, es una apuesta por la flexibilización y el diálogo. No sé qué efectividad tiene, pero sí sé que nadie lo hace.
–No sé qué opciones puede ofrecer, en cualquier caso, el mundo real.
–Yo creo que es positivo educar en el valor de la experiencia, en que el mundo exterior es más emocionante que la pantalla: viajar, bañarse en el mar, el aire fresco, comer y oler... eso no está en el móvil. Claro, que eso de “lo de fuera mola más” se nos ha ido al garete en tiempos de covid... Pero es que vemos tantas cosas sin estar en contacto con ellas que nos insensibilizamos: por eso, además, el nivel de violencia tolerada suele ser cada vez más bestia, porque lo has visto en una pantalla, y lo mismo ocurre con la hipersexualización.
–Respecto a ese tema: la presencia constante del erotismo y del sexo en una escala impropia para la edad. Con agravantes como que el 92% del sexting termina siendo visto por terceros.
–Esa hipersexualización a la que se ven sometidos los niños no surge por esporas: las plataformas audiovisuales saben que el sexo vende, mucho, y es más barato (en Educación tóxica, Jon Illescas habla mucho sobre esto). Pero esa percepción de que es lo guay y lo normal llega a personas que no están mentalmente preparadas para exhibirse en público. Las letras reguetoneras tienen mucho de esa hipersexualización y es algo hegemónico.
–Y, en las clases, ¿móvil o no?
–Hay dos líneas profundamente divididas. Hay una corriente que dice que podrían aprovecharse sus posibilidades educativas. Yo soy del lado conservador: pienso que para usar el móvil hay otros espacios. De hecho, la mayor parte de la legislación ha ido avanzando por ahí .
No hay comentarios:
Publicar un comentario