En casa. La elección de Sevilla para cerrar su gira tiene que ver con ser la ciudad donde viven estos cuatro sobrinos, a los que el cantante marcó profesionalmente.
FRANCISCO CORREAL, SEVILLALOS versos son del libro Paseo de los Tristes. Cuando Javier Egea, su autor, ganó en 1982 el premio de poesía Juan Ramón Jiménez, Antonio Castro y Antonia Ríos acababan de trasladarse con su familia desde Granada a Sevilla. "He sacado los discos de hace años / y de golpe quisieron ser de hoy". Clara, Irene, Rocío y Antonio Castro Ríos son los cuatro hijos de este matrimonio. Antonia, su madre, es la cuarta de siete hermanos. El más pequeño se llama Miguel Ríos y esta noche empieza en Sevilla, la patria adoptiva de sus adorables sobrinos, a poner fin a su carrera.
Han sacado los discos de hace años y también los años de hace tantos discos. Miguel, el hijo de Irene Castro, tiene diez años, y escucha arrobado las historias que sus tías cuentan de tío Miguel. El tío-abuelo rockero. Entre Antonia, su madre, y Miguel, hay en esta collera familiar dos tías mellizas, Tere y Meli. Aquel traslado profesional y familiar ha sido determinante para que el cantante elija Sevilla como ciudad crepuscular de su corte de coleta. Metáfora de la Maestranza, junto a las estatuas de Curro y Pepe Luis, que les resulta muy familiar a algunas de sus sobrinas. Irene y Rocío, las medianeras, debutaron en las lides artísticas el 17 de mayo de 1985 en el concierto que Georges Moustaki dio en lo que era cuartel de Artillería y ahora es teatro de la Maestranza. El mismo escenario en el que Irene trabaja desde 1994 y donde su tío se sintió con la Big Band Ríos como un americano al volante de un Cadillac.
Este cuarteto de sobrinos vino con ritmos de pentagrama. Clara nació en 1962; Irene, en 1964; Rocío, en 1966; Antonio, en 1968. "A diferencia de lo que ocurre en casi todas las familias", dice el benjamín y único varón, "aquí el pequeño es el más centrado". Es economista y abogado y antes de volver a Sevilla trabajó en Madrid para multinacionales y consultorías. Se redimió de palabras tan poco rockeras poniendo sus conocimientos al servicio de inicitivas artísticas y culturales. Son cuatro de los 21 sobrinos del cantante.
La figura del tío es fundamental en la cultura. Desde la película Mon Oncle, de Jacques Tati, a la fascinación que ilustres sobrinos como Julio Caro Baroja, Javier Bardem o los hermanos Llorente sintieron por sus tíos respectivos Pío Baroja, Juan Antonio Bardem o Paco Gento. Miguel Ríos marcó de forma suave, sin imposiciones, el devenir profesional de sus sobrinos. Hay un punto de inflexión: la gira de 1983 que el cantante tituló con el shakesperiano título de El rock de una noche de verano. "Yo tenía 16 años y fui en esa gira cuidando de mi prima, la hija de mi tío", cuenta Irene, "iba en el autobús de los artistas, con Luz Casal, Leño y los músicos de mi tío. Fue un trampolín". Aquella niña de tres años, la prima de estos sobrinos, se llama Lúa y fiel a su legado tiene un grupo de rock en Nueva York.
Clara, la mayor de los cuatro, es la que más tiempo ha estado con su tío. "También estuve en esa gira, y a partir de 1987 entré en plantilla con él. Ese año es cuando hace en televisión el programa Qué noche la de aquel año. Un programa en el que colaboraba gente como Wyoming o Moncho Alpuente y por el que pasaron desde Felipe González a Manuel Fraga". Clara ha sido sucesivamente asistente, secretaria y mánager de su tío, participando con él en el sinnúmero de giras, de viajes a América. "El 29 de abril de 1989 llenó la plaza de toros de México. Un acontecimiento musical y político, porque el rock no estaba muy visto en ese país".
Irene Castro trabaja en el teatro Alameda, aunque se forjó en aquella primavera cultural que con el paraguas de una bonanza económica y política se llamó Cita en Sevilla. En un antiguo cuartel que ahora es predio de tenores y sopranos se vio cantar a Nina Hagen y Ian Dury, a Frank Zappa y Joe Cocker.
Miguel Ríos en el auditorio Rocío Jurado. Dos nombres telúricos de la canción española, dos embajadores de Andalucía en el mundo. Esta gira la empezó el cantante el 17 de septiembre de 2010 en Granada y la concluye justo un año después, con la propina del sábado, en la Cartuja de Sevilla. Con el Granada en Primera División. Sus cuatro sobrinos nacieron en la década de los sesenta. Años de efervescencia rockera y del Madrid ye-yé del que este cantante se hizo incondicional. El contrapunto de su amigo colchonero Joaquín Sabina.
Miguel y Antonia Ríos, el cantante y la madre de sus sobrinos, son dos de los siete hijos de Miguel y Antonia. Se quedaron con los nombres-insignia del matrimonio del que surgió el patriarca del rock hispano. Antonia nació en 1935 y su hermano Miguel en 1944. Hijos de un hombre que siempre trabajó con las maderas. Su padre debe ser la fuente genética en la que el cantante bebió para explicar su despedida diciendo que "yo más que una estrella soy un currante y los currantes sí nos jubilamos".
Una despedida con matices. Un largo adiós, como la novela de Raymond Chandler que también sirve de título para el segundo grupo de poemas del libro de Egea Paseo de los Tristes. Sacan los discos de hace años. Clara se queda con Reina de la noche "porque cada vez que la escucho me hace sentirme la reina de la noche". Irene, con Raquel es un burdel. Rocío elige Antinuclear. Antonio, el comedido abogado y economista, opta por Bienvenido yBye bye Ríos.
Afecto y magisterio. Es lo que han encontrado en este Miguel tío-abuelo del Miguel de diez años que no conoció el rock del siglo XX cambalache, problemático y febril. A dos pasos delcoso con el que Irene y Rocío tomaron la alternativa con Moustaki, a orillas del Guadalquivir, estos afluentes de la sangre son ríos de Miguel. Clara, la primogénita, la más pegada a esa estela de genio e ingenio, trabaja ahora con María Pagés, la bailaora que va a homenajea en Avilés al arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, un roquero (de roca) de 103 años que también se resiste a jubilarse.
Un año de Granada a Sevilla. Como el Manual para viajeros y lectores en casa de Richard Ford. Miguel Ríos ha invertido el camino que recorrió Antonio Domínguez Ortiz, el sevillano que se fue a Granada. Ha dicho que eligió Sevilla para cerrar el telón "por familiaridad, porque tengo aquí familia que me lo propuso". Una sobrina en el Maestranza, cerca de las Atarazanas, otra en el Alameda. Los escenarios en los que se vivió el trasiego de artistas y adyacentes cuando la Casa de la Contratación se fue hasta Cádiz.
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