Carlota Mateos. |
-Hace 20 años, en Londres, conoció a Isabel. ¿Qué les llevó a ese hotel de Asturias que comenzaron regentando al inicio de Rusticae?
-Yo tenía 20 años y vi clara la oportunidad de llevar a cabo un proyecto. Mis padres habían construido un hotel, no podían llevarlo en ese momento, así que Isabel y yo les ofrecimos regentarlo durante un año. Entonces nos dimos cuenta de que hacía falta una marca que aglutinase a los mejores hoteles con encanto y ponerlos en valor.
-Creo que los cuatro primeros años de Rusticae fueron duros.
-Sí, durante esos años estábamos, prácticamente, subvencionando a los hoteles. Habíamos sido hoteleras y sabíamos que son economías familiares, con pocos medios, por eso estábamos vendiendo unos servicios a la mitad de precio. No era sostenible, así que llegó un momento que dijimos "o cobramos esto a lo que vale, o nunca vamos a conseguir hacer sostenible a la compañía". Hicimos una subida de tarifas del ciento y pico por ciento, los hoteleros lo entendieron, sabían que estábamos dando duros a pesetas, el 80% se quedó.
Por otro lado, la gente estaba ávida de un nuevo modelo de turismo, que no fuera el hotelazo de sol y playa, el mastodonte de hormigón. Buscaban una vuelta a los orígenes.
-Fueron pioneras en hablar de experiencias, una palabra que ahora no paramos de oír.
-Sí, ahora el cliente se ha sofisticado, no quiere lo que le ofrecen a todo el mundo. Ofrecer una experiencia no es montar una actividad; en una experiencia tienen que ver muchos factores, es algo mucho más complejo. Se puede hacer cuando tienes control, volúmenes manejables, no cuando tienes que dar experiencias a 10.000 personas al día. Una experiencia requiere de personalización, saber si tu cliente busca gastronomía, busca aventura...
-¿A qué problemas se enfrentaba la gente del campo a diario?
-Cuando montamos Rusticae nos dimos cuenta de que el campo era muy dependiente de la actividad agropecuaria, pero además una actividad agropecuaria subvencionada por Europa, no era una actividad sostenible por sí misma. Es una industria que no termina de reciclarse. Con el turismo con encanto y de calidad queríamos generar una fórmula de reciclado en el tejido económico del campo mediante la puesta en valor y preservación de sus activos, como las edificaciones (molinos, masías, palacios, cortijos....), el paisaje o la artesanía; darles valor de una manera respetuosa con el medio ambiente, creando además empleo estable y de calidad. Pensamos que en el turismo puede haber una vía de reenganche para la economía rural, pero ese turismo no tiene que cometer los errores del sol y playa.
-Ahora, con la nueva empresa de la que es socia, con PlenEat, plantea una nueva forma de soporte para el medio rural.
-Con PlenEat buscamos que la agricultura no sea dependiente de las subvenciones que puedan dar, o no dar, en la Unión Europea. Creemos que el futuro de la agricultura puede estar en la agricultura ecológica.
España ya es el primer productor de Europa en agricultura ecológica, pero está exportando el 80%. Además, el crecimiento de consumo aumenta más de un 20% cada año. Estamos creciendo como consumidores y somos muy fuertes como productores. Con un modelo bien planificado podemos generar empleo estable y, además, podemos impactar positivamente en el medioambiente. La agricultura ecológica no vierte productos químicos ni en las aguas, ni en el aire.
-¿Podemos comer todos de la agricultura ecológica?
-Sí, y la prueba está en que en España ya hay industrias enteras que se están pasando al ecológico. Claro que se puede, pero hay muchos intereses creados en el mundo de los pesticidas, de los herbicidas, de las semillas genéticamente modificadas... España ya es la quinta huerta de agricultura ecológica en el mundo y no estamos viendo ninguna crisis apocalíptica.
-¿En qué consiste PlenEat?
-En la ciudad estamos desarrollando tres líneas de negocio: comedores de empresas 100 por 100 ecológicos, máquinas de vending donde poder comer, y expositores de comida fría para cadenas de supermercado, tiendas de barrio y cafeterías de hospitales.
Queremos crear demanda, un consumo constante que impacte en el campo. Tenemos un proyecto en la Manchuela, en Cuenca, una zona en España con una densidad de población menor que la de Laponia; aquí queremos comprar tierras de labor y generar industrias de transformación: una harinera, una panificadora, una quesería, una granja de pollos, otra de huevos... Así conseguiremos que la gente trabaje en su pueblo con un impacto mínimo.
-¿Nota el techo de cristal en el mundo empresarial?
-La verdad es que yo no he sentido nunca ese techo de cristal, he sido siempre muy bien recibida; de hecho, casi al revés. Al ser la única mujer, casi podría decirte que me han recibido con más agrado. Pero soy muy consciente de que en el trabajo por cuenta ajena hay un techo de cristal enorme. En turismo rural es la mujer la que genera la gran tracción; entre los agricultores tengo menos experiencia, aunque me imagino que es un sector más masculino.
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