TRIBUNA
Fe de sexo |
verdaderamente pasmado, hablando de sexo, me quedé hace unos días después de escuchar lo que sobre esta materia dijo la vicepresidenta Calvo Poyato. Y eso que sobre esas cuestiones uno ya va estando algo oxidado. Decía la profesora cordobesa, muy ufana, a los medios, algo así como que el consentimiento para el sexo deberá ser en el futuro expreso. Caso contrario, podrá considerarse agresión, lo que llevará consigo indefectiblemente la correspondiente sanción.
Al cabo de unas horas de escucharla, cuando se me pasó la sorpresa, mi cabeza de jurisconsulto comenzó a darle vueltas: ¿Se refería la señora ministra a las relaciones de fuera o también a las de dentro de la pareja? ¿A las esporádicas o también a las habituales? La contestación que encontré a la cuestión me pareció entonces clara, pues aplique al asunto la vieja máxima romana: "Ubi Calvus Poyatus non distinguit, nec nos distinguere debemus", o lo que es lo mismo, si la ministra no distingue, nosotros tampoco debemos hacerlo.
La siguiente vuelta se refería a la forma de prestar ese consentimiento. Verán. Toda relación sexual es, en cierta manera, y a salvo los tríos, los cuartetos, los fules e incluso las escaleras, una relación jurídica bilateral; esto es, una relación entre dos personas que, en muchas ocasiones, produce consecuencias. Y en nuestro Ordenamiento Jurídico son tres los elementos esenciales que integran ese tipo de relación: el consentimiento, el objeto y la causa. Vayamos, pues, con el primero.
El consentimiento para preservar la licitud de la relación ha de ser expreso, dijo la ministra. Y en nuestro Derecho no hay ningún obstáculo para que el consentimiento expreso sea verbal. Claro que, como habitualmente en esos casos no hay nadie mirando, habrá que dejar constancia del mismo de alguna manera, a no ser que, como ocurre con la ley de violencia de género, se pretenda con las relaciones sexuales invertir la carga de la prueba, lo que, a mi juicio, sería una gran barbaridad que pondría en grave peligro hasta nuestra propia supervivencia.
Sea como fuera, parece que por razones de seguridad jurídica, que es la tercera cuestión que se me vino a la cabeza, convendría articular algún sistema que diera fehaciencia a la jodienda. Y para eso, nada mejor que un cuerpo de fedatarios que llevasen, muy ordenado por fechas, un registro en el que constasen por escrito esos documentos de prestación de consentimiento. Y hasta se me ocurrió un nombre sugerente: sexuarios, un nuevo y novedoso cuerpo nacional al que -claro- se accedería por oposición y cuya creación habría que agilizar porque van a tener más trabajo del que quieran. Para sostenerlo, podría este Gobierno majo crear una nueva tasa -total, una más- que podríamos llamar coital. Y para facilitarlo, no desechemos el modelo de encasillado telemático accesible desde el móvil, asegurando su veracidad con la tecnología blockchain, que es la última novedad.
Nos faltan por tratar los otros dos elementos de que hablábamos: el objeto de la relación y su causa, esto es, la finalidad. Respecto de lo primero, habría que hacer constar hasta dónde llega ese consentimiento expreso. Es decir, si se refiere sólo a abrazos y besos o si también incluye el magreo o, en su caso, algo más, y si comprende lo normal, o si también lo oral. Hasta podríamos hablar de otros extremos que ustedes imaginarán para dar a la relación mayor seguridad. Finalmente, en cuanto a la finalidad, creo que es mejor ni hablar.
Una vez terminada mi reflexión jurídica, me invadió mi espíritu de escritor y de plumilla y me puse a buscar. Así encontré en la red otras declaraciones de la ministra en las que decía que hay que acabar con el amor romántico que es, en realidad, machismo encubierto, cuando yo pensaba que era precisamente esa una de las fuerzas positivas que siempre había movido a la humanidad.
Y otras declaraciones más sobre el sexo mercenario y voluntario que, para no estropearles el día de vacaciones, será mejor olvidar.
Al terminar con mis pensamientos, empezó a sonar suavemente en mis oídos la voz quebrada de Joe Cocker cantando su inolvidable You can leave your hat on -Puedes dejarte puesto el sombrero-, y esa canción trajo a mi retina la imagen memorable del striptease que Kim Basinger protagonizó en Nueve semanas y media delante de Mickey Rourke y ¿qué quieren que les diga?, me resultó complicado imaginarme en ese momento a la pareja con el móvil en la mano rellenando el encasillado del documento y firmando un consentimiento expreso para enviárselo al sexuario.
Al final y como último pensamiento, tengo que confesarles que una reflexión vino a mi cabeza: en cuestiones de amor y de sexo al menos, la señora ministra debería hacérselo mirar aunque, según tengo entendido, hay ya algún listo que está preparando una app.
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