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Hoy en día, todavía existe todo un mundo que sigue creyendo que hay algo que se llama «literatura de mujeres», mientras que todos los libros que no están escritos por personas que son mujeres se denominan simplemente literatura. No tengo ninguna duda, la literatura escrita por las mujeres se recibe como un producto sólo para mujeres. Una gran mayoría de las escritoras son tratadas, en el ámbito cultural, con condescendencia y como una cuota. Y es que las escritoras no disfrutan de los mismos mecanismos de promoción que los hombres.
El informe (2014) del Observatori Cultural de Gènere demuestra la escandalosa infrarrepresentación de las mujeres en los premios catalanes. Veamos unos datos referidos a 70 premios literarios desde el 2000 hasta el 2014: premios de literatura (a toda una trayectoria, etc; Mujeres: 17,8% vs. Hombres: 82,2%); narrativa para adultos (22,9% vs. 77,1%); narrativa infantil y juvenil (36,4% vs 63,6%); poesía (23,1% vs. 76,9%); teatro (4,8% vs. 95,2%); ensayo (7,4% vs. 92,6%). La rémora que arrastramos las mujeres me hace pensar que las cosas no pueden haber cambiado demasiado en tan solo cinco años.
Desde 1901 hasta 2017, sólo 13 mujeres han ganado el Nobel de Literatura. Una cifra insignificante si la comparamos con la de 98 premiados masculinos. Está claro que si de vez en cuando se premia alguna mujer ya no se puede decir que las mujeres están discriminadas y la responsabilidad de que no sean más pasa inmediatamente a manos de ellas. Si no hay más mujeres premiadas, es porque las escritoras no son lo suficientemente buenas ya que cuando alguien vale bien puede entrar en la carrera de la meritocracia. Y así es como el género masculino se fuga de ser acusado de que el mundo es hecho por ellos y para ellos y, por tanto, a su medida y para sus intereses. Decía un editor que estaba «hasta las narices de las quejas de las mujeres; ¡que escriban mejor y punto!».
Sin embargo, el Nobel es el Nobel. Cómo debe ser de buena la literatura de estas mujeres por haberlo conquistado. Tan y tan buenas literatas que, por evidencia flagrante e incuestionable, han llegado a superar todos los escollos hechos de estereotipos negativos y discriminación por el solo hecho de ser mujeres. Han conseguido esquivar la mentira de la meritocracia. Porque las mujeres para ser reconocidas en su trabajo (el que sea) deben superar los estándares máximos masculinos. Y, aun así, aunque los superen, en muchos casos quedan igualmente arrinconadas en la cola de los mediocres o de aquellos de los que, por su género o etnia, se espera menos; muy poco o nada. Este problema impregna con fuerza todos los ámbitos de nuestra sociedad. En política se sigue tratando a las mujeres con intereses especiales; se habla del “voto femenino” en oposición al voto normal; y cuando alcanzan cargos de alta responsabilidad, o son heroínas de alguna causa se dice de ellas que son personas que han hecho un mundo mejor para las mujeres, las madres, hijas, hermanas y esposas. No un mundo mejor para todos. Un mundo mejor para las mujeres de las familias de los hombres, que son el telón de fondo normativo. Y no hagan caso de las mujeres escritoras (o de las mujeres en general) que dicen que nunca han sido discriminadas por ser mujeres; sencillamente, no quieren pertenecer a un grupo socialmente minusvalorado, y negando la discriminación huyen de este grupo. Se desentienden de él.
Mientras no haya una paridad natural, seguirá habiendo algo que se llama «literatura de mujeres», lo que deja bien patente que las escritoras constituyen un grupo marginado de la cultura.
¿Cómo es si no que en casi todos los ámbitos de la industria editorial prevalece la presencia masculina? Se hacen esfuerzos para cambiar esta estupidez y, sin duda, la representación femenina ha aumentado, tanto en los catálogos literarios como en los festivales y bienales, etc., dada la insistencia no sólo de las mujeres sino también de muchos hombres. De acuerdo. Pero mientras no haya una paridad natural, seguirá habiendo algo que se llama «literatura de mujeres», lo que deja bien patente que las escritoras constituyen un grupo marginado de la cultura donde el que manda es el eje que se erige como lo incuestionable. ¿Qué hacer? Porque lo que es evidente es que cuando los hombres tropiezan con la igualdad se sienten absolutamente abrumados por lo que perciben como feminidad de todo.
Obviamente deseo que las mujeres vendamos muchos libros, aunque esta etiqueta ―«literatura de mujeres»― me enfade muchísimo y lamente profundamente los premios reservados únicamente para escritoras y también que los jurados de estos premios los formen sólo mujeres. Los premios para mujeres ¿no son redundantes o al menos obsoletos? La triste verdad es que siguen siendo necesarios para corregir este mundo, aunque por dentro me cueza pensar que estoy siguiendo el juego a una sociedad que discrimina las escritoras.
Soy de la opinión que, como dijo Faulkner en una entrevista, nada puede destruir al buen escritor. La única cosa que puede alterarlo es la muerte. Está claro que seguro sólo pensaba en el género masculino.
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