No quiero formar parte de la idea patriarcal de que una mujer casada solo merece respeto por el hecho de tener marido.
Empecé a hablar con un hombre al que suelo ver en el gimnasio. Eran conversaciones superficiales (sobre rutinas de ejercicios, nuestro trabajo, etc.) hasta que un día me pidió el teléfono. De forma inocente, quise creer. Me había dicho que era nutricionista y yo le había comentado que no me vendrían mal unos consejos para atajar mis antojos de dulce (no lo he conseguido, por cierto). Le di el teléfono, le di los buenos días y seguí a lo mío.
¿Y dónde se tuerce la historia? No le dije que estoy casada.
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Soy una persona amistosa. Hablo con casi cualquiera que se me acerca. Es una cualidad que me ha metido en problemas en el pasado, pero a mí me sigue pareciendo una gran virtud.
Algunos de mis amigos consideran problemática mi omisión de información: al no mencionar a mi marido, es posible que le haya hecho pensar cosas al tío. Al fin y al cabo, ¿cómo voy a hablar con un hombre sin señalarme el anillo de boda gigante que nunca me quito?
¿Queréis saber la verdad? No mencioné a mi marido a propósito al hablar con el tío del gimnasio porque no pertenezco a mi marido, pese a lo que piensa la sociedad.
Cualquier mujer te confirmará que el único modo infalible de evitar la atención indeseada es mencionar a su pareja. En mi caso, he notado una diferencia importante en cómo reaccionan los hombres al estado de mi relación desde que estoy casada. Si decir que tenía novio ya era una forma de cortar el intento de ligar de un hombre, mencionar a mi marido ahora es como lanzarle un cóctel molotov: se acaba la interacción, como si mi anillo de boda fuera una barrera física real.
He tenido más relaciones de las que me gustaría admitir en las que me sentí culpable por hablar con hombres que no eran mi pareja.
¿Y eso por qué? Al final, sea el hombre consciente o no, existe un respeto inherente de hombre a hombre, sobre todo en lo relativo a “su chica”. Como si fuera una roca especial en la prehistoria, el hombre que propone el desafío concibe a la mujer como una preciada posesión del hombre desafiado, no como una entidad independiente con sus propios pensamientos, sentimientos y opiniones. Parece como si nuestras expectativas sociales aún tuvieran que evolucionar para adaptarse a nuestra época y lo único que sustenta como aceptable este sentido de la propiedad fuera la forma de hacer las cosas en el pasado. Esta danza patriarcal, que ha existido desde mucho antes de lo que podemos recordar, sigue vigente hoy.
Me gustaría interactuar con otros hombres sin sentirme responsable de su posible atracción sexual hacia mí. He tenido más relaciones de las que me gustaría admitir en las que me sentí culpable por hablar con hombres que no eran mi pareja. Me vigilaba a mí misma para asegurarme de mantener la paz y evitar cualquier acusación y, a veces, conductas abusivas.
Por lo tanto, el contexto, aunque fuera una conversación sobre un trabajo para la universidad, era irrelevante. Si no mencionaba a mi novio (el único hombre para el que tenía ojos, mi media naranja, por supuesto) estaba haciendo algo muy malo, ya que estos hombres podían ver mi aparente falta de pareja como una invitación. Me sentía sucia, egoísta y, en las peores ocasiones, pensaba que me merecía todos los insultos que me dedicaban mis novios, algo que ya sé reconocer claramente como abuso emocional.
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Quiero extirpar la noción de atracción sexual de esas conversaciones. Las interacciones entre sexos diferentes están tan basadas en la sexualidad que se considera moralmente corrupto que una mujer no piense en cómo su cuerpo, su lenguaje corporal o su comportamiento general puede afectar a la persona con la que habla. Si lo piensas en profundidad, resulta absurdo.
El hecho de que sexualicen a una mujer simplemente por existir se está convirtiendo en una panorama cada vez más desolador. Los recientes titulares de muchos periódicos sobre Billie Eilish, una menor cuyo cuerpo fue sexualizado sin su consentimiento por llevar una camiseta de tirantes ajustada, son la prueba de que los trolls de internet toman el cuerpo de cualquier mujer en cualquier estado como invitación para comentar, quedarse mirando embobados y masturbarse tanto como les apetezca.
El listado no acaba ahí. Hace unas pocas semanas, salió una noticia de un pastor de una iglesia estadounidense que solicitó a una feligresa que se tapara los hombros en la iglesia para mantener la puridad de la congregación y para que los hombres no tuvieran pensamientos impuros con sus hombros, porque supongo que de eso se trata. Evidentemente, es culpa de las mujeres por existir.
Es inquietante que haya hombres que justifiquen su conducta por encima del derecho a existir de las mujeres.
El movimiento MeToo está repleto de ejemplos. A lo largo de los años, culpar a la mujer por la ropa que lleva, “porque lo está pidiendo”, ha sido la excusa no oficial de hombres repugnantes que creen que la apariencia de una mujer es una invitación para abusar sexualmente de ella. Es más cierto con las mujeres de color, que sufren tasas elevadísimas de agresiones y acoso sexual debido al estereotipo de su “hipersexualidad”.
Aunque el movimiento MeToo ha ayudado a extender el debate sobre estos problemas, es inquietante que haya hombres que justifiquen su conducta por encima del derecho a existir de las mujeres.
Está claro que ser mujer en cualquier lugar y en cualquier situación es una invitación para reducirnos a nuestra sexualidad, sin importar que solo queramos dar un paseo por la calle, ir a la iglesia o charlar tranquilamente con un desconocido. Mucho cuidado con salir de casa sin un hombre que te acompañe y, si eres negra, mucho cuidado con hacer cualquier cosa. No me extraña que la clase de gente que tiene un extraño fetiche con los hombros visibles en la iglesia sea la misma gente que concibe las relaciones de pareja como una forma de “posesión respetable”. Esos hombres están demasiado ocupados vigilando nuestros cuerpos como para respetar el hecho de que las mujeres tenemos nuestros propios límites.
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Yo no pienso participar en esa cultura. Como mujer que se niega a quedar reducida a sus hombros anchos de nadadora, no quiero formar parte de la idea patriarcal de que una mujer casada solo merece respeto por el hecho de tener marido. Tengo mejores cosas que hacer que representar un papel que no he solicitado.
Soy consciente de que es complicado para algunas mujeres abandonar el concepto de “propiedad”, sobre todo cuando parece ser el modo más sencillo de evitar la atención no solicitada. Sin embargo, es una pieza del rompecabezas, una oportunidad de aprendizaje que ayudará a la sociedad a considerar valiosas a todas las personas, y para ello es importante comprender que la interacción humana va más allá de los instintos más básicos.
Por cierto, le hablé a mi marido del tío del gimnasio. Ni siquiera levantó la mirada del móvil cuando se lo dije. Le conté como si fuera una confesión que no había mencionado que estaba casada, con la culpa patriarcal de mis anteriores relaciones invadiéndome con cada palabra que pronunciaba.
“Guay”, dijo como si nada, como si le estuviera leyendo la carta de un restaurante. Fue la respuesta perfecta. Creo que todas deberíamos liberarnos de esa culpa.
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