Yo envidio a los británicos con su capacidad para crear términos nuevos que suenen menos mal que los existentes. De la chistera se sacan el termino EXPATS para hablar de sus emigrantes... Porque emigrantes suena muy parecido a inmigrante, y esa es una palabra que gran parte de la población une erróneamente a ideas negativas.
El uso de expat lo extienden a toda su emigración, aun cuando no siempre se cumple el aspecto de deseo de vuelta a su país que este término tiene en su acepción original.
Los emigrantes en España seguimos siendo emigrantes; nosotros no creamos palabras nuevas. No somos vistos por nuestros compatriotas como diferentes al resto del mundo, no somos especiales. Y no inventamos léxico nuevo que trate de diferenciarnos positivamente del resto. Y en parte está justificado.
Somos emigrantes económicos. La necesidad de un trabajo que justifique nuestros años de preparación o, en su defecto, la predisposición a trabajar duro, no se cubre en España debido a un paro desmesurado.
La emigración británica es una emigración que se traslada para mejorar su calidad de vida. Con un 3.7% de paro, no salen por falta de trabajo, sino por falta de sol, o por estirar sus minúsculas pensiones viviendo en países que les permitan disfrutar más.
Ellos salen a bienvivir en muchos casos y los que trabajan son capaces de sacrificar voluntariamente salarios altos en Reino Unido por un salario menor en la Costa del Sol.
Sin embargo, los españoles que emigramos lo hacemos con un prisma diferente. Somos emigrantes económicos. La necesidad de un trabajo que justifique nuestros años de preparación o, en su defecto, la predisposición a trabajar duro, no se cubre en España debido a un paro desmesurado.
Quizás esta sea la diferencia en el uso de los términos emigrantes y expat. Los segundos salen más por decisión propia.
Yo envidio en parte a los británicos y me pregunto por qué la lengua castellana no ha evolucionado con el fenómeno de la emigración de la manera que lo ha hecho la lengua inglesa.
Con nuestra marcha, contribuimos a que en marzo de 2019 el número de parados fuera de 3.4 millones, en vez de los 4.4 millones que serían si no hubiera habido esa válvula de escape los últimos diez años.
Este millón extra de parados llevaría la tasa de desempleo al 20%, en vez de al 14.7% actual. Quizá volveríamos a tener el deshonor de adelantar a Grecia en este ranking, mientras que Portugal tiene un 6.8%.
Esta influencia positiva de despresurización del desempleo tiene impacto directo en las familias. En muchas de ellas los hijos llevaban años esperando ese puesto de trabajo que justificara el esfuerzo de pagar una carrera universitaria. Emigrando pueden disfrutar (y sufrir al mismo tiempo) de empleos cualificados en el extranjero, sin depender económicamente de la pensión o salario de la familia. Algunos estarán temporalmente en trabajos menos cualificados hasta que se desenvuelvan mejor en su nueva lengua, pero la oportunidad llegará.
Los emigrantes podemos sacar pecho antes las instituciones españolas, ya que somos otro contribuyente más a la mejora económica de nuestro país.
El trabajo de los emigrantes en el extranjero tiene una medida incluso aún más tangible en la economía española. En 2018, España recibió 10.864 millones de euros en remesas de emigrantes. Esta cifra supera en un 15,6 % a la de 2017, según la compañía de transferencia de dinero Ria Money Transfer.
Estos datos nos sitúan como el cuarto receptor de remesas de la Unión Europea, sólo por detrás de Francia, Alemania y Bélgica. Y en términos históricos, la cifra casi se ha triplicado desde los 4.647 millones de euros de 1999.
En este contexto, los emigrantes podemos sacar pecho antes las instituciones españolas, ya que somos otro contribuyente más a la mejora económica de nuestro país.
Pues bien, mientras los emigrantes mandamos en remesas 10.864 millones de euros en 2018, la valoración por parte del Gobierno Español es, ya no ridícula, sino insultante.
En primer lugar porque en la última propuesta de los Presupuestos Generales del Estado, el Ministerio de Trabajo, MIGRACIONES y Seguridad Social previó una partida de unos 65,3 millones de euros para la atención de emigrantes españoles en el exterior, incluyendo prestaciones, atención sanitaria y apoyo al retorno.
¡Olé y olé! Así en bucle y hasta el infinito. Esos 65,3 millones de euros a mí me suena que no hacen justicia a los 10.864 millones de euros en remesas de emigrantes.
En segundo lugar, el Plan Retorno que se anunció a bombo u platillo asciende a 24.209.400 euros.
Se pretende recuperar a 23.000 emigrantes del millón salido en la última década con 24 millones de euros. Pues tampoco es un programa demasiado ambicioso, diría yo. Valemos diez veces menos que el fichaje de Neymar, la mitad de lo que Messi cobra al año... Pero claro, no nos volvamos locos, no somos futbolistas.
Un tercio de este presupuesto es “ahorro de 8 millones de euros para aquellos que se establezcan como autónomos”. Ahorro en unas cuotas que, aun con esta medida, seguirán siendo más caras que si se quedaran en los países que los han acogido
Pero esta medida no es exclusiva para los emigrantes; y no es nueva. Es decir, un tercio del dinero prometido en este programa ya existe para los nuevos autónomos y no se crea específicamente para los emigrantes, que simplemente se sumaran como un autónomo nuevo más, sin trato especial.
Cuando los españoles llegamos al aeropuerto para emigrar, dejamos de ser españoles para los ojos de muchas instituciones y somos un problema menos.
Los 65.3 millones de euros presentados en esos Presupuestos Generales son insuficientes por muchas razones:
- No se invierte en material informático que permita la toma de huellas dactilares por unidades móviles que facilitarían que nuestros compatriotas, algunos en demarcaciones consulares más grandes que España, puedan tener pasaportes.
- No se invierte en crear aulas ALCE en ciudades como Manchester, Leeds, Liverpool, Estocolmo... Unas aulas que facilitarían un futuro en España a los hijos de los que emigramos y podrían volver siendo bilingües o trilingües, y con un saco de experiencia vital en sus países de acogida.
- No se invierte en recursos consulares que agilicen la nacionalización de muchos españoles, que fueron despojados de la nacionalidad de sus padres o abuelos por una ley obsoleta. Esa ley que ahora trabajamos para cambiar muchas organizaciones como el Consejo General de la Ciudadanía Española en el Exterior o CeDEU, con la ayuda inestimable de Sara Vilas, senadora de En Comu Podem.
- No se invierte en los Consejos de Residentes como el de Edimburgo. Este CRE en su primer año contó con un presupuesto de 1.800 euros anuales para llevar a cabo nuestro cometido de informar sobre Brexit, sobre escuelas suplementarias o sobre cambios en el Consulado. En algunos casos, los consejeros ponemos dinero de nuestro bolsillo para pagar gasolina para desplazamientos. Los CREs somos unos órganos de representación de la emigración, barata, muy barata.
- No se invierte, porque a los ojos de los partidos, somos emigrantes y no expats.
Cuando los españoles llegamos al aeropuerto para emigrar, dejamos de ser españoles para los ojos de muchas instituciones y somos un problema menos. Emigrante e inmigrante suenan parecido, y se nos trata en muchos aspectos con el mismo desprecio, o se nos ignora.
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