Está haciendo todo lo que yo habría hecho por él, y en eso consiste una relación.
KATHRYN TRUDEAU |
De pequeña siempre pensé que cuando fuera mayor sería madre y que me quedaría en casa a cuidar de mis hijos. Desde la guardería, mi profesión soñada era ser mamá, pero a medida que iba haciéndome mayor, me iba dando cuenta de que prefería lo contrario.
El 22 de mayo de 2010 le dije sí, quiero al hombre de mis sueños. Nos conocimos en 2008 en un bonito encuentro en Austria y, por muy tópico que sea, supimos que estábamos hechos el uno para el otro.
Nuestros amigos y familiares pensaban que éramos demasiado jóvenes o que no estábamos preparados, pero nunca he dejado que las opiniones de los demás dictaran mi vida. Esta no fue la primera vez (ni iba a ser la última) que alguien estaría en desacuerdo con mi atrevida percepción de la feminidad. El feminismo no significa que tenga que hacer lo que está de moda, sino que puedo decidir cómo vivir mi vida como yo crea conveniente.
Casarme durante mi último año de carrera exigió mucho esfuerzo. Trabajé en una guardería, di clases de inglés mientras estudiaba y mientras mi marido trabajaba durante un montón de horas en un aserradero.
Después de dos años con esta rutina, decidimos que era hora de dar el siguiente paso y me quedé embarazada de nuestro primer hijo más o menos en nuestro segundo aniversario de boda. Pese a mi sueño de quedarme en casa a cuidar de mis hijos, el miedo me hizo dudar. ¿Funcionaría? ¿Sería buena madre? Independientemente de mis temores, cuando cumplí 24, por fin conseguí mi sueño de trabajar de madre a tiempo completo.
Pese a mi sueño de quedarme en casa a cuidar de mis hijos, el miedo me hizo dudar. ¿Funcionaría? ¿Sería buena madre?
Seis años, dos niños revoltosos, un perrito y otro embarazo después, era una experta ama de casa. Educaba a mis hijos en casa, cocinaba, construía fortalezas y leía un cuento tras otro. Sin embargo, me faltaba algo: la escritura. Cuando todo el mundo dormía, me escaqueaba al salón y me ponía a escribir. Escribir siempre ha sido una de mis pasiones, pero sobre todo me ayudó a reencontrarme conmigo misma después de tener hijos. Escribía lo que fuera para cualquier persona, y la primera vez que alguien me pagó por ello, creo que me puse a bailar de alegría. Lo de que escribiera para una empresa de servicios a terceros sobre las ventajas de descentralizar los centros de llamadas era un detalle sin importancia. ¡Por fin podía decir que era redactora profesional!
A medida que pasaron los años, escribí miles, decenas de miles de palabras hasta que me encontré con un bendito problema: tenía demasiado para escribir y demasiado poco tiempo para hacerlo. Seguí trabajando durante mi “turno de noche” sobreviviendo a base de café.
Cuando cumplí los 30, estaba embarazada de tres meses de una niña y me di cuenta de que mis energías para trabajar hasta la 1 de la madrugada iban menguando rápidamente. Empecé a preguntarme si quizás (solo quizás) mi marido estaría dispuesto a asumir el trabajo de mis sueños y que me ocupara yo de traer el pan a casa. Escribir durante el día (y no en mitad de la noche) parecía un lujo, y lo quería para mí.
Durante años, mi marido había pasado de trabajo en trabajo y ninguno de ellos era el empleo de sus sueños, así que, evidentemente, no se sentía realizado. Trabajaba de 9 de la mañana a 5 de la tarde (o de 3 de la mañana a 1 de la tarde) y apenas teníamos un rato en familia antes de que se fuera a la cama, completamente agotado de la vida. “Tiene que haber algo más que esto”, susurró una noche antes de caer rendido. Se me rompió el corazón al ver lo insatisfecho que se sentía pese a lo mucho que se esforzaba.
Necesitaba un plan de verdad para traer a mi marido a casa, y eso fue justo lo que hice. Era mi momento.
En ese momento, solo me interesaba que volviera a casa para ascenderlo al puesto de amo de casa. Con pequeños encargos de escritura no era suficiente. Necesitaba un plan de verdad para traer a mi marido a casa, y eso fue justo lo que hice. Era mi momento.
Él se tomó unos días libres y yo me atornillé a mi asiento frente al ordenador para sacar adelante los encargos de escritura acumulados y conducir a nuestra familia hacia su nueva normalidad. Cuando se dio cuenta de que de algún modo le estaba ofreciendo la posibilidad de la jubilación anticipada a los 34 años, volvió a encontrar la alegría de la vida.
Finalmente, en abril de 2018, dos semanas después de dar a luz a mi tercer bebé, cerré los ojos y tragué saliva cuando mi marido me confirmó que había presentado su renuncia en el trabajo.
Tardé unos tres segundos en sentir el pánico. ¿Qué estábamos haciendo? ¿Cómo iba mi marido a hacerse cargo de las tareas domésticas, cuidar de los niños y darles clases? ¿Cómo iba yo a sentarme en mi escritorio y trabajar mientras me recuperaba de una episiotomía? ¿Me mirarían diferente? ¿Y si no ganaba suficiente para mantenernos a todos?
Aunque no llevo traje y rara vez uso maquillaje, ahora soy la que trae el pan a casa, no tengo ningún reparo en ello y mis hijos me quieren igual. Mi marido ha asumido con gusto su papel de amo de casa y se encarga de hacer el desayuno, de enseñar a nuestros hijos a montar en bicicleta y de cambiar los pañales.
Aunque ninguno de nosotros consideró extraña nuestra nueva forma de vida, sobre todo en el mundo moderno, hay muchas personas que parecen tener un problema con ello. Incluso mi obstetra-ginecóloga me dijo que estábamos tomando “decisiones extrañas”. Un amigo de la familia se atrevió a decirle a mi marido que tenía que buscarse un trabajo, que para eso era el hombre de la casa. Miradas de desaprobación aparte, nada nos frena de vivir la vida que queremos.
Sé que no somos la única familia en la que la mujer trabaja y el hombre se queda en casa. Agradezco mucho la posibilidad de centrarme en mi carrera profesional tras años de quedarme en casa con los niños y nunca he visto a mi marido más feliz que ahora.
Se ha convertido en un aliado más fuerte para la igualdad entre hombres y mujeres, y lo noto en el modo en que está educando a nuestra hija.
Claro que es una inversión de los roles tradicionales de género, pero tuvimos que hacer unos ajustes. Mi marido ha aprendido a pedirme cosas en vez de al revés. Antes estaba acostumbrado a ganar dinero y se permitía comprarse caprichos (con cabeza). Ahora, cuando quiso comprarse una nueva guitarra acústica koa, al principio le dio reparo pedirme algo que antes se solía comprar él mismo. Esta desilusión desapareció en el momento en que llegó un envío de Sweetwater Guitar con la guitarra en cuestión y un amplificador como sorpresa adicional.
Se ha convertido en un aliado más fuerte para la igualdad entre hombres y mujeres, y lo noto en el modo en que está educando a nuestra hija. Me siento afortunada porque nuestros hijos nos tienen como ejemplo de que los estereotipos son una estupidez y de que pueden hacer lo que quieran, independientemente de si es algo considerado masculino o femenino.
¿Y cómo es mi vida de casada con un amo de casa? Es revoltosa, espléndida, preciosa y pura. También he aprendido que dependo de él más que nunca. Lo necesito para cuidar a los niños, hacer la comida y mantener la casa ordenada para que yo pueda trabajar durante el día. Sin él, no podría hacer lo que hago. En este sentido, somos el equipo definitivo.
Puede que la cocina nunca esté inmaculada (nunca lo está), tal vez la colada no esté perfectamente doblada (pero al menos está limpia) y hace ya un tiempo que el suelo no está fregado. Todavía no se coordina del todo bien para tener cocinados los distintos platos de comida a la misma hora y no tiene ni idea de combinar los pantalones y las camisetas de los pequeños.
Pero todo lo que no se le da bien dentro de casa lo compensa de sobra en otros ámbitos. Planta flores en mi ventana para que mis vistas cuando escribo sean esas flores. Ha colgado una hamaca en nuestro dormitorio para que yo pueda leer en paz. Me trae cafés y aperitivos cuando se lo pido. Lleva a la pequeña en el portabebés a todas partes para que se duerma y lleva a los niños a kárate, al grupo de Boy Scouts y a natación. Ha enseñado a nuestro hijo de primero de primaria a leer, a montar en bici, a tocar la guitarra y a multiplicar. Chúpate esa, sistema educativo.
Está haciendo todo lo que yo habría hecho por él, y en eso consiste una relación. Él me permite vivir mis sueños al ocuparse de todo lo demás. Quién sabe qué nos deparará el futuro. Tal vez en algún momento yo decida dejar de trabajar y él encuentre un empleo que le devuelva la chispa, pero, por ahora, ambos estamos satisfechos con cómo nos va y nunca hemos sido más felices.
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