Preocupa y bastante la proliferación de grafitis en los muros más nobles del barrio del Albaicín. Así lo manifestó nuestro querido Miguel J. Carrascosa cuando planteó la cuestión de que la Unesco realizara un informe que podría ser muy negativo sobre el estado de la cuestión, teniendo en cuenta que es considerado el barrio Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1994.
Y leemos en este mismo periódico, Granada Hoy, 10 de octubre, cómo se tienen que retirar más de 200 grafitis de los muros del Palacio de Dar al-Horra con un presupuesto que nos cuesta 60.000 euros.
Aljibes, puertas, murallas, raro es el rincón que se salva de estas vandálicas agresiones, aún reconociendo que algunas de esas pinturas son verdaderas obras de arte, aunque no estén en el lugar adecuado. Esto obliga a las instituciones a desembolsos inesperados y a que aparezcan curiosas nuevas empresas antigrafitis dedicadas a la limpieza eficaz de los monumentos. Proporcionan nuevos puestos de trabajo, es verdad, pero la cosa no tiene gracia.
Las pinturas murales vienen de antiguo sin necesidad de remontarse a las Cuevas de Altamira. Aparecieron también en las murallas del Albaicín en época medieval y se deben a manos de algunos de los miles de cautivos cristianos que trabajaban en las obras y de noche dormían en las mazmorras; dejaron su huella escrita y dibujada con temas relacionados con la arquitectura (plantas de edificios, arcos, castillos), la decoración (escudos, cruces, cenefas), animales (pájaros, peces, ciervos, caballos, perros), barcos, figuras humanas y algún que otro texto elemental escrito en castellano antiguo. Así lo refiere Gómez Moreno.
Curiosamente parece que estas murallas fueron mandadas levantar por un cristiano converso llamado Abul-Nuaym-Ridwan, natural de Calzada de Calatrava (Ciudad Real), capturado y cautivo de los musulmanes cuando era niño; llevado a Granada, acabó profesando la religión islámica, hizo méritos y llegó a ser primer ministro de Yusuf I a mediados del siglo XIV.
Tampoco la Alhambra se libró de los grafiti. Gómez Moreno ya advirtió a finales del siglo XIX esquemáticos trazados de edificios en el enlucido de los muros de la Torre de Comares y letreros árabes y cristianos arañados en los arcos del muro occidental del Patio de la Acequia en el Generalife.
También aparecen letreros de caligrafía árabe incisa en los yesos en los que se fijaron las pinturas de la Sala de los Reyes, según estudió Rafael Contreras en 1878. Y el también conservador de la Alhambra Torres Balbás localizó una inscripción fechada en 1561 en uno de los arcos de la galería de Machuca.
Y en el reverso de uno de los zafates desprendidos del techo del Salón del Trono, mi querido profesor de Árabe Darío Cabanelas, encontró una inscripción que luego fue clave para localizar las pinturas originales de la maravillosa cubierta.
El hecho de que estos grafitis se refieran casi todos a plantas de edificios, alzados, croquis, trazas de arcos, leyendas de operaciones matemáticas y otras advertencias, lleva a los estudiosos a pensar que fueran meras pruebas de los alarifes o maestros de obras que indicarían a los obreros la faena a realizar, utilizando como bloc de notas ladrillos, paredes y hasta zafates.
Nada que ver con esas otras manifestaciones murales de los grafitis actuales de aquellos que quieren perpetuar su nombre manchando las paredes o los que nos dejan ver discutibles obras de arte o simples eructos zafios y groseros mamarrachos en lugares inadecuados, al ser algunos de los escenarios escogidos por estos desaprensivos nada menos que Bienes de Interés Cultural desde el año 1922. ¡Qué mala es la ignorancia! De momento nos cuesta 60.000 euros.
Y leemos en este mismo periódico, Granada Hoy, 10 de octubre, cómo se tienen que retirar más de 200 grafitis de los muros del Palacio de Dar al-Horra con un presupuesto que nos cuesta 60.000 euros.
Aljibes, puertas, murallas, raro es el rincón que se salva de estas vandálicas agresiones, aún reconociendo que algunas de esas pinturas son verdaderas obras de arte, aunque no estén en el lugar adecuado. Esto obliga a las instituciones a desembolsos inesperados y a que aparezcan curiosas nuevas empresas antigrafitis dedicadas a la limpieza eficaz de los monumentos. Proporcionan nuevos puestos de trabajo, es verdad, pero la cosa no tiene gracia.
Las pinturas murales vienen de antiguo sin necesidad de remontarse a las Cuevas de Altamira. Aparecieron también en las murallas del Albaicín en época medieval y se deben a manos de algunos de los miles de cautivos cristianos que trabajaban en las obras y de noche dormían en las mazmorras; dejaron su huella escrita y dibujada con temas relacionados con la arquitectura (plantas de edificios, arcos, castillos), la decoración (escudos, cruces, cenefas), animales (pájaros, peces, ciervos, caballos, perros), barcos, figuras humanas y algún que otro texto elemental escrito en castellano antiguo. Así lo refiere Gómez Moreno.
Curiosamente parece que estas murallas fueron mandadas levantar por un cristiano converso llamado Abul-Nuaym-Ridwan, natural de Calzada de Calatrava (Ciudad Real), capturado y cautivo de los musulmanes cuando era niño; llevado a Granada, acabó profesando la religión islámica, hizo méritos y llegó a ser primer ministro de Yusuf I a mediados del siglo XIV.
Tampoco la Alhambra se libró de los grafiti. Gómez Moreno ya advirtió a finales del siglo XIX esquemáticos trazados de edificios en el enlucido de los muros de la Torre de Comares y letreros árabes y cristianos arañados en los arcos del muro occidental del Patio de la Acequia en el Generalife.
También aparecen letreros de caligrafía árabe incisa en los yesos en los que se fijaron las pinturas de la Sala de los Reyes, según estudió Rafael Contreras en 1878. Y el también conservador de la Alhambra Torres Balbás localizó una inscripción fechada en 1561 en uno de los arcos de la galería de Machuca.
Y en el reverso de uno de los zafates desprendidos del techo del Salón del Trono, mi querido profesor de Árabe Darío Cabanelas, encontró una inscripción que luego fue clave para localizar las pinturas originales de la maravillosa cubierta.
El hecho de que estos grafitis se refieran casi todos a plantas de edificios, alzados, croquis, trazas de arcos, leyendas de operaciones matemáticas y otras advertencias, lleva a los estudiosos a pensar que fueran meras pruebas de los alarifes o maestros de obras que indicarían a los obreros la faena a realizar, utilizando como bloc de notas ladrillos, paredes y hasta zafates.
Nada que ver con esas otras manifestaciones murales de los grafitis actuales de aquellos que quieren perpetuar su nombre manchando las paredes o los que nos dejan ver discutibles obras de arte o simples eructos zafios y groseros mamarrachos en lugares inadecuados, al ser algunos de los escenarios escogidos por estos desaprensivos nada menos que Bienes de Interés Cultural desde el año 1922. ¡Qué mala es la ignorancia! De momento nos cuesta 60.000 euros.
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