Pediatra, Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria
La polémica existente sobre vacunas no es nueva, sino que existe desde el inicio de la vacunación. En 1798, Edward Jenner (médico rural, poeta e investigador británico) presentó los resultados de sus investigaciones sobre la viruela ante la Royal Society of London, marcando el inicio de la vacunación. Años después, la población inglesa fue obligada a vacunar a sus hijos de la viruela, condenándolos a penas de cárcel o multas si no lo hacían. Como consecuencia de esto, en 1867 se fundó en Londres el primer movimiento antivacunas, The Anticompulsory Vaccination League. Años después, el movimiento cruzó el Atlántico y se creó The Antivaccination Society of America. Desde entonces, han existido movimientos antivacunas.
Begoña Domínguez Pediatra, Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria |
Aunque las declaraciones de muchos políticos, con escaso conocimiento del problema, influyen negativamente en la vacunación infantil, el mayor daño lo ha causado el colectivo médico. En 1998, el doctor Andrew Wakefield publicó un artículo en la prestigiosa revista The Lancet, donde relacionaba la vacuna triple vírica (sarampión, rubeola y paperas) con el desarrollo de autismo. Años más tarde y tras una exhaustiva investigación, el Colegio de médicos inglés censuró este estudio y retiró la licencia de trabajo como médico a Wakefield, y aunque doce años después de la publicación del artículo, The Lancet publicó un escrito retractándose, el daño ya estaba hecho: la población infantil había dejado de vacunarse de la triple vírica y empeza
ron a surgir brotes de sarampión en todo el mundo.
Probablemente, muchos de los casos del brote de sarampión de 2013 en Europa están relacionados con la decisión de no vacunar a los niños a causa del artículo de Wakefield, tal y como reconoce el British Medical Journal (BMJ)(1). De hecho, el brote de sarampión de este año en Disneyland es uno más. El 30 de enero el número de afectados llegaba a 102, siendo el 40% de ellos menores de 20 años.
En 2014, en Estados Unidos se declararon 644 casos de sarampión y 6356 casos en Europa en 2013(2), afectando principalmente a Reino Unido, Alemania, Italia, Rumanía y Holanda, la mayoría en menores de un año. Además, se declararon cinco casos de encefalitis y na muerte. El 85% de los afectados no estaban vacunados.
A raíz de esto, ¿debería ser obligatoria la vacunación infantil? En Estados Unidos es obligatorio para asistir al colegio desde 1980 en los 50 estados. Lo que diferencia a un estado del otro es la facilidad para admitir o no excepciones por distintos motivos (religiosos, médicos, creencias personales...). Sin embargo, en la mayoría de los países europeos no es obligatorio(3): solo en 12 de 27 países la vacunación infantil es, en parte, obligatoria. En concreto, la vacunación triple vírica solo es obligatoria en 8 países, casi todos pertenecientes a la antigua Unión Soviética.
En Europa hay pocos datos sobre el rechazo a la vacunación infantil, pero una encuesta realizada en 2011 a 342 pediatras de Atención Primaria de 24 países mostró un porcentaje de rechazo total menor del 1%, con un rechazo parcial entre 1-5%.
¿Mejora la cobertura vacunal infantil si es obligatoria? La iniciativa VENICE II(4), promovida por la ECDC (European Centre for Desease Prevention and Control), concluye que no hay diferencias en la cobertura vacunal entre países en los que la vacunación es obligatoria respecto a los que no lo es, y aconsejan seguir el ejemplo de los países en los que la vacunación no es obligatoria, aumentando la cobertura mediante estrategias de comunicación y educación de la población.
En este aspecto coincidimos con las declaraciones del presidente Barack Obama, cuando dijo que entendía que "hay padres que podrían estar preocupados por el efecto de las vacunas". Es cierto que las vacunas no son inocuas y que tienen efectos secundarios que no se pueden prever en una pequeña parte de la población vacunada. Pero es indiscutible que estos efectos son mucho menos graves y frecuentes que los que se producen cuando se padece la enfermedad original. En el caso del sarampión, la enfermedad produce un fallecimiento por cada 3000 casos, una encefalitis por cada 1000 casos y una panencefalitis esclerosante subaguda en uno de cada 100.000 casos al cabo de unos años. Sin embargo, la vacuna produce una encefalitis por cada millón de dosis administradas.
Pero los efectos secundarios de las vacunas no son la larga lista que aducen muchas organizaciones antivacunas. Sus críticas no han cambiado mucho desde 1878, pero sí ha variado la fabricación de las vacunas. Ya no se utiliza el timerosal y se ha demostrado que la relación entre autismo y sarampión no es real; la vacunación infantil no es un negocio de las farmacéuticas con el objetivo de enriquecerse; los datos demuestran que las vacunas son muy efectivas, llegando a disminuir la enfermedad original entre un 90 y 100% y conviene recordar que la higiene diaria y una dieta equilibrada no protegen contra determinados microorganismos.
Es necesario que la población esté bien informada y que los padres, antes de tomar una decisión tan importante, se informen adecuadamente y contrasten los datos que encuentren en Internet con los que pueda facilitarle su pediatra.
La decisión de un padre de no vacunar a su hijo no afecta solo a su salud, sino también a la del resto de la población infantil. La vacunación en la edad pediátrica produce una "inmunidad de rebaño", gracias a la que los niños vacunados protegen de la enfermedad original también a los no vacunados, que suelen ser niños que no responden a las vacunas o niños con enfermedades crónicas que no se pueden vacunar, y población anciana.
Estamos en una era en la que se nos ha olvidado lo que era un sarampión, una meningitis C, B, una polio... Parece que los humanos no aprendemos de la experiencia y la Historia se repite. ¿Es necesario pasar una guerra para poner los medios para prevenirla? ¿Hace falta que un niño muera o quede marcado con una secuela neurológica para decidir vacunar?
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