Ismael Quirós es un joven que se quedó sin visión en su infancia y que no ha parado hasta conseguir sus metas
ROSA FERNÁNDEZ MOTRIL |
"Perseverante, constante, no para hasta conseguir su objetivo y es muy competitivo", comenta de él su maestro de la escuela de Aikido Shiai de Motril y Armilla, Daniel Díaz. Su calificación positiva podría describir a cualquier alumno avezado. Sin embargo, sus adjetivos adquieren aún más valor cuando se trata de alguien que perdió la visión en su infancia y que con su testimonio ha demostrado que la igualdad está en la cabeza y en el corazón.
Ismael Quirós es un joven de 33 años que se ha hecho a sí mismo. Es funcionario y deportista. Practica aikido, un arte marcial en el que maneja armas como espadas (bokken), cuchillos de madera (tanto), palos (jo) y con el que -según confiesa- trabaja su flexibilidad, reacción, intuición y aprende a defenderse en una situación de peligro, si llegara el caso.
No es la única afición de este motrileño, sino que también le apasiona el tiro olímpico. Además, ha hecho esquí, piragüismo, parapente, natación, esquí… "El del anuncio de Cola Cao se queda corto al lado de él", bromea Díaz. También ha viajado a Estados Unidos, solo, a buscar a su perra guía, o a París, simplemente por ocio, donde terminó orientando a otros que sí veían hacia el autobús, cuando se perdieron en Monmartre.
Detrás de esta historia de superación, sin embargo, hay una sucesión de episodios críticos. El primero, que cambió su vida, ocurrió a los cuatro años y medio, cuando en su casa sufrió un accidente en el que se golpeó la cabeza. "Por una negligencia médica perdí la visión, pues me operaron el lado opuesto". Desde entonces, "mis ojos están sanos, pero los nervios no".
De aquella experiencia le quedó un resto de visión. Aquí -y durante toda su vida- juegan un papel fundamental sus padres Josefa y José Manuel, su hermano Alberto (con el que es "uña y carne") y sus abuelos maternos, José y Ángeles. Estos últimos hacían con plastilina formas de objetos u animales para que Ismael los tocara y no se le olvidara su forma, su color… Su madre le cosía también contornos para trabajar sus habilidades. Desde pequeño le enseñaban a ser disciplinado, a hacer su cama, a elegir su ropa... "Y cuando me caía, con toda la buena intención del mundo, me decían que aprendiera a levantarme, porque quizá un día no estarían ellos cerca para recogerme". Y, sobre todo, le enseñaron a ser "uno más".
Con 9 años, otra vez la mala suerte se ceba con él, en unos tiempos en los que no existía tanta sensibilidad integradora como ahora. "Mi profesora me ponía de bulto para arriba", relata, "lo que me provocó una depresión que hizo que una noche me acostara con un resto de visión y me levantara sin ver absolutamente nada".
Todos estos "palos" y otros muchos más lo que hicieron fue darle "más genio". Así, un día se plantó en el despacho del mismísimo delegado de Empleo (entonces Luis Rubiales) para preguntarle cuáles eran las oportunidades reales de trabajo para una persona con discapacidad.
En el plano profesional que tanto le inquietaba, trabajó en una biblioteca, donde tuvo que ingeniarse "como siempre" su propio sistema. Para ello, tenía que tener en cuenta que a la entrega de los libros había que rellenar una ficha, para lo que ideó una plantilla especial que no requería ningún comportamiento adicional a los usuarios. En cuanto a su formación, aglutina casi una treinta de títulos de numerosas disciplinas, como reiki, ofimática, administración de empresas, comunicación, inmigración, páginas web, inglés, contabilidad o formador ocupacional.
Esto último fue un paso más para convertirse en instructor fisiotécnico para personas en su misma situación. Para acercar la materia que el profesor explicaba, él iba creando comandos rápidos para llamar a las aplicaciones y ejecutarlas, trabajando así de manera más simplificada.
Desde 2009, es funcionario -tras superar una oposición libre- en el Ayuntamiento de Armilla, donde le dieron un premio a la superación. "Ahora me dicen que qué suerte tengo, pero lo he conseguido a base de pelearlo mucho", recuerda. También ofrece charlas desde hace siete años para concienciar a los jóvenes sobre cómo es el día a día de una persona con ceguera o discapacidad visual. Así, les pone un antifaz en los ojos, corre con ellos o les enseña a orientarse por el calor que desprenden los objetos y los sonidos.
Cuando realiza todos esos deportes, que tanto le apasionan, le invaden sensaciones especiales, difíciles de explicar a sus alumnos. "Haciendo piragüismo oyes el chapoteo de las olas en paredes rocosas, en sitios inaccesibles, o el eco que hacen los cantos de las gaviotas". Todo ello forma parte de su mundo, en el que recuerda los colores, pero que también ha llenado con la riqueza de otros sentidos.
Ismael Quirós es un joven de 33 años que se ha hecho a sí mismo. Es funcionario y deportista. Practica aikido, un arte marcial en el que maneja armas como espadas (bokken), cuchillos de madera (tanto), palos (jo) y con el que -según confiesa- trabaja su flexibilidad, reacción, intuición y aprende a defenderse en una situación de peligro, si llegara el caso.
No es la única afición de este motrileño, sino que también le apasiona el tiro olímpico. Además, ha hecho esquí, piragüismo, parapente, natación, esquí… "El del anuncio de Cola Cao se queda corto al lado de él", bromea Díaz. También ha viajado a Estados Unidos, solo, a buscar a su perra guía, o a París, simplemente por ocio, donde terminó orientando a otros que sí veían hacia el autobús, cuando se perdieron en Monmartre.
Detrás de esta historia de superación, sin embargo, hay una sucesión de episodios críticos. El primero, que cambió su vida, ocurrió a los cuatro años y medio, cuando en su casa sufrió un accidente en el que se golpeó la cabeza. "Por una negligencia médica perdí la visión, pues me operaron el lado opuesto". Desde entonces, "mis ojos están sanos, pero los nervios no".
De aquella experiencia le quedó un resto de visión. Aquí -y durante toda su vida- juegan un papel fundamental sus padres Josefa y José Manuel, su hermano Alberto (con el que es "uña y carne") y sus abuelos maternos, José y Ángeles. Estos últimos hacían con plastilina formas de objetos u animales para que Ismael los tocara y no se le olvidara su forma, su color… Su madre le cosía también contornos para trabajar sus habilidades. Desde pequeño le enseñaban a ser disciplinado, a hacer su cama, a elegir su ropa... "Y cuando me caía, con toda la buena intención del mundo, me decían que aprendiera a levantarme, porque quizá un día no estarían ellos cerca para recogerme". Y, sobre todo, le enseñaron a ser "uno más".
Con 9 años, otra vez la mala suerte se ceba con él, en unos tiempos en los que no existía tanta sensibilidad integradora como ahora. "Mi profesora me ponía de bulto para arriba", relata, "lo que me provocó una depresión que hizo que una noche me acostara con un resto de visión y me levantara sin ver absolutamente nada".
Todos estos "palos" y otros muchos más lo que hicieron fue darle "más genio". Así, un día se plantó en el despacho del mismísimo delegado de Empleo (entonces Luis Rubiales) para preguntarle cuáles eran las oportunidades reales de trabajo para una persona con discapacidad.
En el plano profesional que tanto le inquietaba, trabajó en una biblioteca, donde tuvo que ingeniarse "como siempre" su propio sistema. Para ello, tenía que tener en cuenta que a la entrega de los libros había que rellenar una ficha, para lo que ideó una plantilla especial que no requería ningún comportamiento adicional a los usuarios. En cuanto a su formación, aglutina casi una treinta de títulos de numerosas disciplinas, como reiki, ofimática, administración de empresas, comunicación, inmigración, páginas web, inglés, contabilidad o formador ocupacional.
Esto último fue un paso más para convertirse en instructor fisiotécnico para personas en su misma situación. Para acercar la materia que el profesor explicaba, él iba creando comandos rápidos para llamar a las aplicaciones y ejecutarlas, trabajando así de manera más simplificada.
Desde 2009, es funcionario -tras superar una oposición libre- en el Ayuntamiento de Armilla, donde le dieron un premio a la superación. "Ahora me dicen que qué suerte tengo, pero lo he conseguido a base de pelearlo mucho", recuerda. También ofrece charlas desde hace siete años para concienciar a los jóvenes sobre cómo es el día a día de una persona con ceguera o discapacidad visual. Así, les pone un antifaz en los ojos, corre con ellos o les enseña a orientarse por el calor que desprenden los objetos y los sonidos.
Cuando realiza todos esos deportes, que tanto le apasionan, le invaden sensaciones especiales, difíciles de explicar a sus alumnos. "Haciendo piragüismo oyes el chapoteo de las olas en paredes rocosas, en sitios inaccesibles, o el eco que hacen los cantos de las gaviotas". Todo ello forma parte de su mundo, en el que recuerda los colores, pero que también ha llenado con la riqueza de otros sentidos.
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