ANDRÉS CÁRDENAS
HARRY es trasnochador por naturaleza. Le gusta la noche, no para de salir de juerga o visitar discotecas, que no tiene edad ya para eso, sino para hablar con amigos noctámbulos como él, leer ensayos sobre la felicidad o ver películas antiguas. Dice que ese refrán internacional de "al que madruga Dios le ayuda", es un refrán inventado contra el noctámbulo. Sostiene que no hay más que echarse a la calle una mañana bien temprano para ver a repartidores de pan, personas preocupadas por su colesterol, jóvenes que regresan del botellón y dueños de perro que sacan a sus mascotas a hacer el primer pipí de la mañana.
Sin embargo, la noche para él es mucho más interesante porque está llena de gente creativa, bohemios y artistas que encuentran en las sombras su inspiración. Yo, sin embargo, soy diurno y me gusta salir de casa cuando las calles aún no están puestas. Me gusta ver el sol aparecer y cómo poco a poco se adueña del día. Yo le hablo a todo el que se deja de los beneficios de madrugar porque así parece que se aprovecha más el día. Harry, irónico, se ríe y dice que los no trasnochadores suelen ser personas dadas al proselitismo que queremos sugestionar al noctámbulo de lo que equivocado que está y de lo que se pierde viviendo a contrapelo.
En fin, que cuando le digo a Harry que para ir al sitio al que quiero llevarlo hay que partir a las siete de la mañana, pone el grito en el cielo y dice que él no se levanta a las seis (él echa casi una hora en asesarse y ponerse a punto) aunque sea para ver las pirámides de Egipto. Trato de convencerle contándole las maravillas naturales que puede perderse si no vamos a ese sitio y tras un forcejeo dialéctico lo que consigo es retrasar la salida una hora.
A donde quiero llevar a Harry es a la popular Vereda de la Estrella, lugar al que van cientos de personas a practicar el senderismo y con la intención de convivir con una naturaleza salvaje de variado cromatismo y contemplar de cerca los picos más grandes de Sierra Nevada. La Vereda de la Estrella es la estrella de las veredas.
Salimos a las ocho de la rotonda del Serrallo Plaza y a las nueve menos veinte aparcamos en el Barranco de San Juan. Hemos invertido cuarenta minutos en llegar a Güejar Sierra y en atravesar esa carretera estrecha llena de túneles (cinco) que lleva hasta el inicio de nuestra excursión. En el recorrido le explico a Harry que los granadinos teníamos un tranvía que iba a la Sierra que transitaba por allí y que dejó en funcionar en 1974. Atravesaba 14 túneles y veinte puentes. Su recorrido desde Granada hasta Güejar Sierra y el Barranco de San Juan era considerado uno de los trayectos más bucólicos y entrañables que cualquier viajero podía hacer.
-¿Por qué desaparecer entonces?-pregunta Harry.
-Por motivos económicos. Por lo visto no era rentable. Y porque había que progresar y los tranvías se quitaron todos de la circulación porque fueron considerados cosas del pasado. Ahora muchas ciudades como Granada suspiran por tener tranvía. Yo estoy convencido, Harry, de que si el tranvía de la Sierra se hubiera mantenido, hoy sería el más importante reclamo turístico para Granada, después de la Alhambra, claro.
-No siempre lo posterior a un momento determinado significar progreso, sentencia Harry.
Como le había dicho al irlandés que íbamos a las estribaciones de Sierra Nevada, se había pertrechado bien contra el frío: gorra, guantes, bufanda y forro polar. También llevaba bastones y hasta una brújula que perteneció a su padre.
-Aquí no nos perdemos, Harry. Además, hoy existen los 'gepeeses'.
-No siempre lo posterior a un momento determinado significar progreso, vuelve a sentenciar Harry.
Cuando empezamos a subir la primera cuesta lo primero que se quita es la bufanda y los guantes. Después de ese repecho el camino no tiene demasiados altibajos. Vamos andando por encima del cauce del río Genil, que nos presta su rumor casi todo el trayecto. Le explico a Harry que aquella vereda tiene más de cien años (es de 1906) y que se construyó para servir de vía de comunicación con las minas de galena, siderita y pirita. Dicen que la mejor época para recorrerla es primavera, pero el invierno la deja sembrada con un manto cromático de hojas de los robles, encinas, castaños y arces que por allí abundan. A un par de kilómetros, en la confluencia del río Genil con el San Juan, hay un castaño gigante de más de 20 metros de altura que llaman 'El Abuelo' y que deja a Harry pasmado.
-Árboles viejos ser símbolo de sabiduría, ¿Cuántos años tener? -pregunta el irlandés acariciando su tronco.
-Puf, cualquiera sabe, Harry. A lo mejor es milenario.
Tiene 'El Abuelo' parte de sus raíces suspendidas en el aire y vive apoyado en un muro de piedra seguramente construido para impedir su caída. Aquel castaño en plena floración puede dar sombra a una plaza de toros, si es que se exagera un poco.
Harry es andarín, por eso para él veinte kilómetros que tiene la vereda (ida y vuelta) no son demasiados. Ya ha hecho el Camino de Santiago tres veces y le gusta el contacto con la naturaleza. Va mirando y remirando el barranco y se para de vez en cuando para hacer alguna acotación, siempre relacionada con la singularidad del paisaje y la salvaje orografía del valle. El rumor del río se complementa con los cantos del arrendajo y el petirrojo. Hasta que nos encontramos con lo que yo quería que viera: la impresionante vista del Alcazaba y el Mulhacén, dos picos que tienen más de tres mil metros de altura. Parece que desde allí las impresionantes moles de piedra se puedan tocar con las manos. Harry saca su cámara y empieza a fotografiarlos. Le digo que es raro que casi finales de diciembre no estén nevadas las cumbres, pero que todo es consecuencia de este inusual clima que tenemos.
-Yo venir cuando estar con nieve. Son majes…. ¿cómo decir?
-¿Majestuosos?
-Eso, ser majestuosos.
Pasamos por los restos de las minas de La Probadora y de la Estrella y le explico lo penoso que resultaría para los mineros no sólo sacar el mineral, sino transportarlo hasta la civilización. Las minas se cerraron a mediados de los cincuenta del siglo pasado. Mientras hablo Harry mira el sendero cuidándose de no pisar las enormes plastas de vaca con las que está festonado el camino.
-Aquí ser difícil ser ganadero, pero esto prueba que hay vacas -dice señalando una plasta.
Al llegar al puente de madera sobre el río Guarnon nos paramos a descansar y a repostar el cuerpo. Saco de mi mochila un envase con jamón ibérico, otro con queso y dos cervezas 1906 de Estrella de Galicia en honor a la vereda y al tiempo que lleva abierta.
-¡Oh!, tú venir preparado. Brindar por el nuevo año -dice Harry chocando su cerveza contra la mía.
Un tentempié junto a un río salvaje que pasa por un abrupto cauce de piedras puede ser el mejor ansiolítico para un alma inquieta. Nos quedan dos kilómetros más y el regreso por el mismo camino, que lo hacemos en tres horas y con la boca hecha agua por la parada que le he prometido a Harry en una bar de Güejar que conozco (Las Olivillas) en donde ponen una morcilla y una sangre con tomate que te hacen soñar con la próxima excursión a la Vereda de la Estrella.
-Madrugón haber valido la pena -dice Harry cuando llegamos al coche.
Sin embargo, la noche para él es mucho más interesante porque está llena de gente creativa, bohemios y artistas que encuentran en las sombras su inspiración. Yo, sin embargo, soy diurno y me gusta salir de casa cuando las calles aún no están puestas. Me gusta ver el sol aparecer y cómo poco a poco se adueña del día. Yo le hablo a todo el que se deja de los beneficios de madrugar porque así parece que se aprovecha más el día. Harry, irónico, se ríe y dice que los no trasnochadores suelen ser personas dadas al proselitismo que queremos sugestionar al noctámbulo de lo que equivocado que está y de lo que se pierde viviendo a contrapelo.
En fin, que cuando le digo a Harry que para ir al sitio al que quiero llevarlo hay que partir a las siete de la mañana, pone el grito en el cielo y dice que él no se levanta a las seis (él echa casi una hora en asesarse y ponerse a punto) aunque sea para ver las pirámides de Egipto. Trato de convencerle contándole las maravillas naturales que puede perderse si no vamos a ese sitio y tras un forcejeo dialéctico lo que consigo es retrasar la salida una hora.
A donde quiero llevar a Harry es a la popular Vereda de la Estrella, lugar al que van cientos de personas a practicar el senderismo y con la intención de convivir con una naturaleza salvaje de variado cromatismo y contemplar de cerca los picos más grandes de Sierra Nevada. La Vereda de la Estrella es la estrella de las veredas.
Salimos a las ocho de la rotonda del Serrallo Plaza y a las nueve menos veinte aparcamos en el Barranco de San Juan. Hemos invertido cuarenta minutos en llegar a Güejar Sierra y en atravesar esa carretera estrecha llena de túneles (cinco) que lleva hasta el inicio de nuestra excursión. En el recorrido le explico a Harry que los granadinos teníamos un tranvía que iba a la Sierra que transitaba por allí y que dejó en funcionar en 1974. Atravesaba 14 túneles y veinte puentes. Su recorrido desde Granada hasta Güejar Sierra y el Barranco de San Juan era considerado uno de los trayectos más bucólicos y entrañables que cualquier viajero podía hacer.
-¿Por qué desaparecer entonces?-pregunta Harry.
-Por motivos económicos. Por lo visto no era rentable. Y porque había que progresar y los tranvías se quitaron todos de la circulación porque fueron considerados cosas del pasado. Ahora muchas ciudades como Granada suspiran por tener tranvía. Yo estoy convencido, Harry, de que si el tranvía de la Sierra se hubiera mantenido, hoy sería el más importante reclamo turístico para Granada, después de la Alhambra, claro.
-No siempre lo posterior a un momento determinado significar progreso, sentencia Harry.
Como le había dicho al irlandés que íbamos a las estribaciones de Sierra Nevada, se había pertrechado bien contra el frío: gorra, guantes, bufanda y forro polar. También llevaba bastones y hasta una brújula que perteneció a su padre.
-Aquí no nos perdemos, Harry. Además, hoy existen los 'gepeeses'.
-No siempre lo posterior a un momento determinado significar progreso, vuelve a sentenciar Harry.
Cuando empezamos a subir la primera cuesta lo primero que se quita es la bufanda y los guantes. Después de ese repecho el camino no tiene demasiados altibajos. Vamos andando por encima del cauce del río Genil, que nos presta su rumor casi todo el trayecto. Le explico a Harry que aquella vereda tiene más de cien años (es de 1906) y que se construyó para servir de vía de comunicación con las minas de galena, siderita y pirita. Dicen que la mejor época para recorrerla es primavera, pero el invierno la deja sembrada con un manto cromático de hojas de los robles, encinas, castaños y arces que por allí abundan. A un par de kilómetros, en la confluencia del río Genil con el San Juan, hay un castaño gigante de más de 20 metros de altura que llaman 'El Abuelo' y que deja a Harry pasmado.
-Árboles viejos ser símbolo de sabiduría, ¿Cuántos años tener? -pregunta el irlandés acariciando su tronco.
-Puf, cualquiera sabe, Harry. A lo mejor es milenario.
Tiene 'El Abuelo' parte de sus raíces suspendidas en el aire y vive apoyado en un muro de piedra seguramente construido para impedir su caída. Aquel castaño en plena floración puede dar sombra a una plaza de toros, si es que se exagera un poco.
Harry es andarín, por eso para él veinte kilómetros que tiene la vereda (ida y vuelta) no son demasiados. Ya ha hecho el Camino de Santiago tres veces y le gusta el contacto con la naturaleza. Va mirando y remirando el barranco y se para de vez en cuando para hacer alguna acotación, siempre relacionada con la singularidad del paisaje y la salvaje orografía del valle. El rumor del río se complementa con los cantos del arrendajo y el petirrojo. Hasta que nos encontramos con lo que yo quería que viera: la impresionante vista del Alcazaba y el Mulhacén, dos picos que tienen más de tres mil metros de altura. Parece que desde allí las impresionantes moles de piedra se puedan tocar con las manos. Harry saca su cámara y empieza a fotografiarlos. Le digo que es raro que casi finales de diciembre no estén nevadas las cumbres, pero que todo es consecuencia de este inusual clima que tenemos.
-Yo venir cuando estar con nieve. Son majes…. ¿cómo decir?
-¿Majestuosos?
-Eso, ser majestuosos.
Pasamos por los restos de las minas de La Probadora y de la Estrella y le explico lo penoso que resultaría para los mineros no sólo sacar el mineral, sino transportarlo hasta la civilización. Las minas se cerraron a mediados de los cincuenta del siglo pasado. Mientras hablo Harry mira el sendero cuidándose de no pisar las enormes plastas de vaca con las que está festonado el camino.
-Aquí ser difícil ser ganadero, pero esto prueba que hay vacas -dice señalando una plasta.
Al llegar al puente de madera sobre el río Guarnon nos paramos a descansar y a repostar el cuerpo. Saco de mi mochila un envase con jamón ibérico, otro con queso y dos cervezas 1906 de Estrella de Galicia en honor a la vereda y al tiempo que lleva abierta.
-¡Oh!, tú venir preparado. Brindar por el nuevo año -dice Harry chocando su cerveza contra la mía.
Un tentempié junto a un río salvaje que pasa por un abrupto cauce de piedras puede ser el mejor ansiolítico para un alma inquieta. Nos quedan dos kilómetros más y el regreso por el mismo camino, que lo hacemos en tres horas y con la boca hecha agua por la parada que le he prometido a Harry en una bar de Güejar que conozco (Las Olivillas) en donde ponen una morcilla y una sangre con tomate que te hacen soñar con la próxima excursión a la Vereda de la Estrella.
-Madrugón haber valido la pena -dice Harry cuando llegamos al coche.
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