En caso de tener que respirar un aire ‘insalubre’ durante muchos años, la dieta mediterránea reduce, y mucho, el riesgo de mortalidad cardiovascular o por cualquier causa
Contaminación en la ciudad de Hong Kong - ARCHIVO
La contaminación atmosférica, más allá de sus efectos negativos sobre el medio ambiente y la economía, tiene unas consecuencias nefastas, cuando no directamente letales, para la salud. No en vano, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que cada año cerca de 4,2 millones de personas pierden la vida de forma prematura a consecuencia de esta contaminación. La razón obedece, fundamentalmente, a la acumulación en nuestro organismo de especies reactivas del oxígeno –los consabidos ‘radicales libres’, muy nocivos para las células– en nuestros organismos derivada de la inhalación de este aire ‘insalubre’. Pero dado que no nos queda más remedio que seguir respirando, ¿qué podemos hacer? Pues seguir una dieta rica en antioxidantes que contrarresten los efectos de los radicales libres. De hecho, un estudio dirigido por investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York (EE.UU.) muestra que la dieta mediterránea ayuda, y mucho,
Como explica Chris C. Lim, director de esta investigación presentada en el marco de la Conferencia 2018 de la Sociedad Americana de Neumología (ATS) que se está celebrando en San Diego (EE.UU.), «distintos estudios previos han demostrado que los cambios dietéticos, y muy especialmente la adición de antioxidantes a la dieta, pueden atenuar los efectos adversos de la exposición a altos niveles de contaminación atmosférica durante cortos periodos de tiempo. Pero lo que no sabíamos era si la dieta podía influir en la asociación entre la exposición a largo plazo a la polución del aire y los efectos sobre la salud».
Contrarrestar los radicales libres
La dieta mediterránea es rica en frutas, verduras, cereales integrales, legumbres, aceite de oliva, pescado y aves de corral, por lo que es rica en antioxidantes. Así, el objetivo del estudio era evaluar si esta dieta mediterránea puede contrarrestar los efectos negativos que, para la salud, derivan de tener que respirar un aire contaminado durante muchos años. Y para ello, los autores siguieron durante 17 años la evolución de 548.699 personas que, con una edad promedio de 62 años, residían en seis estados –California, Carolina del Norte, Florida, Luisiana, Nueva Jersey y Pensilvania– y dos grandes ciudades –Atlanta y Chicago– estadounidenses.
Los autores dividieron a los participantes en cinco grupos en función de su adherencia, mayor o menor, a la dieta mediterránea. Y asimismo, estimaron su exposición a largo plazo a las partículas en suspensión cuyo diámetro no excede de 2,5 micras –las PM2,5, que dado su pequeño tamaño suponen un mayor riesgo para la salud de los seres humanos, están consideradas el mejor indicador de la contaminación urbana–, al óxido nitroso (NO2) y al ozono (O3) según los datos registrados a lo largo de los años en sus áreas de residencia.
Concluidos los más de tres lustros de seguimiento, 126.835 participantes habían fallecido. Y de acuerdo con los resultados, la probabilidad de deceso fue significativamente menor en el grupo con mayor adherencia a la dieta mediterránea. Concretamente, y mientras la tasa de muertes por cualquier causa se incrementó en un 5% por cada aumento de 10 partes por mil millones en la concentración de NO2 en el grupo de menor adherencia, este porcentaje fue de ‘solo’ un 2% en los participantes con mayor seguimiento de la dieta mediterránea.
Pero aún hay más. Comparados frente a los del grupo de menor adherencia, el incremento en la tasa de muertes por causa cardiovascular también fue menor entre los participantes con mayor seguimiento de este tipo de dieta: un 5% frente a un 17% por cada aumento de 10 microgramos por metro cúbico (μg/m3) en los niveles de PM2,5; y un 2% frente a un 10% por cada incremento de 10 partes por mil millones en la concentración de NO2.
Asimismo, el incremento en la tasa de infartos agudos de miocardio también fue inferior en los participantes con mayor adherencia a la dieta mediterránea que en aquellos en los que predominaban otros tipos de alimentación: un 5% frente a un 20% por cada aumento de 10 μg/m3 en los niveles de PM2,5; y un 4% frente a un 12% por cada incremento de 10 partes por mil millones en la concentración de NO2.
Y llegados a este punto, ¿qué sucedió en el caso de un incremento a largo plazo en la concentración del O3? ¿La dieta mediterránea tuvo también un efecto protector? Pues no. Los aumentos en las tasas de mortalidad cardiovascular o por cualquier causa fueron prácticamente similares para los cinco grupos de participantes.
Sea como fuere, como indica George Thurston, co-autor de la investigación, «dados los beneficios que hemos observado con la dieta rica en antioxidantes, nuestros resultados son consistentes con la hipótesis de que las partículas de contaminación atmosférica causadas por la combustión de combustibles fósiles afectan de forma negativa a la salud al inducir estrés oxidativo e inflamación. Y por otra parte, el efecto del ozono no se vio significativamente atenuado por la dieta mediterránea, por lo que parece que el ozono afecta a la salud cardiaca a través de un mecanismo diferente».
Aire viciado para casi todos
En definitiva, y cuando menos parcialmente, la dieta mediterránea contrarresta los efectos, ciertamente nocivos, de la contaminación atmosférica sobre la salud. Un aspecto muy a tener en cuenta dado que, como alerta un informe publicado recientemente por la OMS, nueve de cada 10 personas de todo el mundo respiran aire contaminado.
Como concluye George Thurston, «dado que cerca del 25% de los participantes de nuestro estudio vivía en zonas con niveles elevados de PM2,5, la adopción de la dieta mediterránea tiene el potencial para reducir los efectos de la contaminación atmosférica en un porcentaje substancial de la población de Estados Unidos».
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