Los necesitamos para que nos recuerden la triste suerte que podemos seguir si no nos esforzamos lo suficiente
n grupo de vecinos ha creado una plataforma contra los asentamientos de indigentes con el propósito de recuperar "el carácter turístico y comercial de excelencia de la calle San Juan de Dios". No desean acabar con los pobres, sino redistribuirlos. Normal. Los pobres son necesarios para la Marca España, constituyen la más rancia de nuestras tradiciones. Sin pobres no habría caridad, con lo cual no podríamos dejar aflorar nuestros más nobles sentimientos al depositar cincuenta céntimos en la mano de un menesteroso para postergar el momento de su enfermedad o su muerte. Sin pobres decaerían acontecimientos luminosos en la Península y en el Continente, como la fiesta de la Cruz Roja de Mónaco, que tanto calienta el corazón de la aristocracia europea de la sangre, del dinero y de la fama. Sin pobres no tendríamos nadie que nos recordara la triste suerte que podemos seguir si no nos esforzamos lo suficiente. Luego conviene mantener a los pobres... pero en su sitio.
Corresponde al Ayuntamiento crear un mapa de la miseria y asignar un puesto por pobre en la puerta de cada iglesia, de cada hospital y de cada administración de lotería; además de en los dos extremos de las calles de más de cien metros. Si aún sobran pobres, se puede construir un centro a unos veinte kilómetros de la capital y concentrarlos allí. Aunque, por supuesto, el centro tendría que ser abierto y se les posibilitaría moverse en un radio de dos mil metros para que no se nos acuse de acabar con la libertad de tránsito. ¡La libertad es sagrada!
La idea sirve también para ahorrarnos disgustos futuros. Una desagradable guerra de desgraciados ante nuestos mismos ojos, por ejemplo; porque, ya se sabe, el rico vive y deja vivir, pero el pobre es un lobo para el pobre. O peor. Si el saqueo continúa, impulsan otra reforma laboral y la economía sigue mejorando, nuestros hijos y nietos, también los de los funcionarios y comerciantes de San Juan de Dios, podrían verse obligados a convertirse en autónomos y ponerse a pedir en la puerta de nuestra casa. O sea, que bien, desperdiguemos a los pobres.
Voy más allá: creemos otra plataforma en favor de la agrupación de los ricos. ¿Imaginan una calle transitada por señores y señoras vestidos como aves del paraíso, un frufru interminable de sedas, moarés y linos en verano? ¿Y de armiños, visones y pieles de leopardo en invierno? Y, ya puestos, ¿por qué no sustituimos los colores del banderón que preside la entrada a la calle San Juan de Dios desde el Triunfo por el rojo y el blanco cruzado de la insignia suiza?
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