Un tema que me ha interesado toda la vida es el pasado tanto individual como colectivo; eso lo saben todos los que leen mis novelas, y el pasado -lo sabemos desde siempre, pero Orwell fue quien más claro lo dijo- solo permanece en las palabras con las que se lo cuenta y, al contarlo, se construye, se manipula. Narrar es seleccionar de entre todo lo que realmente sucedió lo que elegimos que permanezca, por eso siempre es fabulación. Por muy verdad que sea lo que estamos contando, siempre hay elementos de ficción en ello, aunque solo sea para llenar las lagunas entre un recuerdo y otro.
Yo imaginé una historia en la que lo que se cuenta es algo que sucedió hace tiempo, por eso el personaje que tiene que reconstruir lo sucedido solo puede hacerlo a través de testimonios de otros y de fragmentos de vida como cartas, fotos, objetos, etc. Todas esas cosas, fuera de contexto, van dando una historia que resulta coherente, posible, probable, pero que no tiene que reflejar necesariamente la verdad, simplemente porque faltan datos.
Cuando una persona muere, su verdad muere con ella y nadie llega a saber nunca cómo fue, ni el porqué de muchas de las cosas que pasaron en su vida. A partir de su muerte, son los demás los que la narran basándose en sus propios recuerdos y su propio punto de vista y, con eso, incluso cuando tienen buena intención, la falsean, porque nadie puede saber realmente cómo es el otro. Todos tenemos secretos, facetas más o menos importantes que ocultamos a los demás, y nadie nos conoce del modo que fuimos en cada etapa de nuestra vida. Los hijos no pueden hacerse una idea de cómo eran sus padres cuando eran ellos los hijos; los empleados no se imaginan cómo era su jefa antes de serlo, cuando ella misma era empleada; los estudiantes no saben cómo era su profesor cuando era estudiante...
Cuando una persona muere, su verdad muere con ella y nadie llega a saber nunca cómo fue, ni el porqué de muchas de las cosas que pasaron en su vida.
¿Qué queda de ti cuando ya no estás? Cosas sueltas. Trastos viejos. Papeles. Habladurías. Todo se reinterpreta. Todo el mundo se cree con derecho a contar quién fuiste, cómo fuiste. Los que te sobreviven, si aún hablan de ti, te imponen una identidad que no es necesariamente la que tú tenías cuando estabas viva, y así, sin saberlo -porque ya no estás- de pronto te conviertes en algo que quizá no fuiste o que nunca quisiste ser. Para unos, por ejemplo, fuiste una persona que luchó para conseguir lo que deseaba y lo logró, una triunfadora, pero otros explican esa vida de éxito diciendo que nunca te sentiste querida por tu padre, pongamos por caso, y eso te llevó a tratar de demostrarle durante toda tu existencia que valías algo. Y así, de pronto, todo ese éxito queda convertido en la lucha de una pobre víctima para hacerse valer, y de su fracaso frente a la única persona que le importaba, su padre. O al contrario: que fuiste una persona tan ambiciosa y egoísta que, para alcanzar ese éxito, no te importó quedarte sola y destruir a todos los que estaban a tu alrededor. O que habrías sido una mujer dulce y suave, pero que la pérdida de tu hijo, o de tu marido, o de tu socia, te llevó a convertirte en una mujer de hierro que ya nunca permitió que nadie se le acercara. ¿Cuál de esas historias es verdad? ¿Qué habrías dicho tú de ti misma si aún pudieras hablar? ¿Quién eres? ¿Quiénes somos cada uno de nosotros?
El eco de la piel es una novela con la que se puede reflexionar mucho, pero que no es densa ni “intelectual”; es más bien visceral, emocional, una historia que muestra un ejemplo de algo que nos afecta a todos.
Yo quería narrar una historia que permita al lector, a la lectora, reflexionar sobre la identidad de cada uno, sobre quién eres, y cómo te narras y te explicas a ti mismo, y qué quieres dejar a la posteridad... y luego qué es lo que queda después de tanto esfuerzo, cómo te conviertes en lo que los demás piensan, creen, dicen, inventan, olvidan sobre ti... cómo nunca nadie sabrá quién fuiste realmente.
Pero, como esto es una novela, una historia de ficción, el lector o lectora sí que llega a saber las cosas que los personajes ignoran e ignorarán para siempre.
Cuando tuve claro que era así como quería narrarlo, entonces es cuando me surgió la idea de cuál era la historia que quería contar. Y aquí tuvo mucha importancia un colgante que me regalaron mis hijos una Navidad. Me sucede a veces que un objeto -con frecuencia una pequeña joya: un broche, unos pendientes, un medallón... o un “bibelot” de adorno: un pisapapeles, un jarrón, una estatuilla...- me llama la atención y sé que tiene una historia dentro, que solo hay que encontrarla. Este colgante tenía dentro la historia de Ofelia, esa mujer poliédrica, contradictoria, gran empresaria, gran constructora, madre, esposa, amante, amiga, hija... que ahora ya no está para defender su versión y son otros los que la explican.
Por supuesto, a través de ella y de su larga vida, mi novela recorre la historia de una pequeña ciudad alicantina, basada en la mía -Elda- y su transformación de un pueblo agrícola a un gran centro industrial, pionero de la moda del calzado; también me da ocasión de tratar cuestiones como los inicios de la construcción masiva en la costa mediterránea, la llegada de las mafias, la corrupción política y muchos otros temas que conforman la imagen de una región, de un tiempo que ha sido origen del que estamos viviendo ahora.
Todos tenemos secretos, facetas más o menos importantes que ocultamos a los demás.
Los personajes que rodean a Ofelia Arráez en el pasado y a Sandra Valdés, su biógrafa, en el presente, van desarrollándose frente a nuestros ojos y el narrador nos permite verlos en público y en privado, antes y después, cuando hablan para otros y cuando piensan solo para sí mismos. Cada uno guarda sus secretos, sus mentiras, sus verdades inconfesadas. Hay mucho de apariencia porque hay realidades demasiado dolorosas para confesarlas, incluso para confesárselas a uno mismo.
El eco de la piel es una novela con la que he disfrutado y he sufrido mucho, una historia que no siempre ha resultado fácil de narrar porque siempre acechaba el peligro de traicionar lo más importante de lo que yo quería decir: que nada es solo de una manera, que no hay una sola verdad, que cada uno es a la vez quien es para sí mismo, y quien los demás dicen que es, o que fue, que la muerte nos quita la voz y los que hablan por nosotros nos imponen una identidad falsa.
Espero que ahora que la novela ha visto la luz, los lectores y lectoras pongan también su versión, su voz y su palabra, que la disfruten, que entren durante unos días a vivir en el mundo que he creado para ellos y salgan habiéndose llevado algo para su propia vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario