La violencia sexual es una práctica de guerra y de terrorismo, y además una herramienta de política represiva desde la noche de los tiempos. La Comisión de Crímenes de Guerra de la ONU fue la primera organización internacional en incluir la violación como un delito grave, y no lo fue hasta el 2008 con la Resolución 1820, que indicaba que “la violación y otras formas de violencia sexual pueden constituir crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad o un acto constitutivo de genocidio”.
Están documentadas violaciones masivas de mujeres y niñas en situaciones de conflictos bélicos desde los tiempo más remotos y son prácticas tan normalizadas que resultan impunes en la mayoría de los casos. Posiblemente forman parte de las estrategias bélicas, cabe recordar que en ya en La Ilíada de Homero se debate como una efectiva herramienta militar. Tampoco es nada desdeñable su argumento como una necesaria la limpieza étnica, ni tampoco como parte del botín de los vencedores para gratificar a la tropa; en definitiva, la violencia sexual es un arma de guerra de uso generalizado.
Le Brenn y su parte del botín, de Paul Jamin
Son muchos los ejemplos de escenarios de terror que a día de hoy siguen sucediendo, es imposible no mencionar los horrores de la guerra de Bosnia o en estos momentos la del Congo o la de Siria, por citar sólo algunas, aunque mención aparte merece el secuestro y esclavización de Boko Haram a más de doscientas niñas.
En la pintura Brennos irrumpe en una estancia para cobrar su botín: joyas, ricos tejidos, monedas, obras de arte, una cabeza masculina cortada... y cinco mujeres jóvenes.
El pintor francés Paul Jamin denunció ese tipo de violencia en varias de sus obras, una de las más célebres es Le Brenn y su parte del botín en ella representa un hecho histórico de la Guerra de las Galias. Tras la Batalla del Alia, en la que el ejército galo derrotó al romano en el 390 a. C. se procedió al saqueo de la ciudad de Roma. La pintura de Jamin nos muestra el momento en que Le Brenn, jefe de la tribu de los Brennos, irrumpe en una estancia para cobrar la parte del botín que en justicia le corresponde: joyas, ricos tejidos, monedas, obras de arte, una cabeza masculina cortada probablemente a un enemigo y cinco mujeres jóvenes.
La representación no se puede interpretar como un pretexto para mostrar desnudos femeninos, aborda la escena con tal contundencia que resulta imposible no sentir compasión por el terrible destino de las jóvenes presas de guerras ante la imponente figura del guerrero, que aparece a contraluz por la puerta. La escena se completa con un sirviente que acude a dar paso al galo y que supuestamente cuida de las esclavas. Una de ellas se encarama pareciendo pedir clemencia al dios de oro que también forma parte del botín.
'No quieren', de Francisco de Goya |
En la producción de Francisco de Goya encontramos otras escenas que contienen violencia explícita contra las mujeres, concretamente entre los grabados de la serie Los Desastres de la Guerra en la que el aragonés puso imágenes a la Guerra de la Independencia, en la estampa titulada No quieren, se puede ver a una mujer aparentemente joven, que se defiende del abuso de un soldado francés, mientras, una anciana, cuchillo en mano, trata de defenderla.
Qué duda cabe de que los abusos y las violaciones sobre las mujeres fueron una de las consecuencias más habituales y dramáticas de la guerra. Prueba de ello es la representación de estos sucesos en varias estampas de la serie que ofrecen una visión múltiple de los sufrimientos de la mujer a manos de los soldados.
Tal y como se comenta en el texto que acompaña a la estampa en la web del Museo del Prado, propietario de la obra.
También el gran muralista mexicano José Clemente Orozco, realizó toda una serie de dibujos y pinturas en las que denunció la ferocidad de la violencia en su país, en la obra titulada Nación Pequeña una horrorizada víctima está desnuda y sujeta brazos y piernas por tres hombres corpulentos, mientras el de mayor graduación parece querer sodomizarla con la punta de una bayoneta.
Nación Pequeña', de José Clemente Orozco |
En la escena también se encuentran dos subalternos que saludan formalmente a la manera militar, como si de un acto oficial se tratara. La cama está enmarcada con una gran tela de color rojo, a modo de telón teatral dispuesto para la representación y un serrucho y un hacha coronan el cabecero, no parece claro si son los objetos físicos o una representación a modo de escudo de armas. Orozco nos presenta con esta obra una escena de terror extremo.
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