Que los peligros del calentamiento global no sean tangibles, inmediatos o visibles hace que la gente no lo perciba como una amenaza real.
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El cambio climático (CC) es un fenómeno universal que no conoce fronteras. Los gravísimos efectos indirectos siguen una curva exponencial. Tampoco el coronavirus (COVID19) conoce fronteras, pero su propagación no es exponencial, sino que, en principio, se dibuja en una curva normal o de Gauss: por lo que dicen, se prevé un crecimiento de la cifra de infectados y muertos, pero es posible que luego decrezca hasta desaparecer. Como es lógico, frente a la pandemia, los diferentes países están contraatacando, cerrando como pueden el paso del virus; persiguiendo que el pico de la curva sea el más bajo posible. Mientras tanto, se investiga una nueva vacuna que, según los datos disponibles, tendremos en un plazo relativamente corto (entre uno y dos años).
Como digo, ambos fenómenos son mundiales, no conocen límites, ni fronteras. Lo que me llama la atención es la respuesta diferencial ante cada uno de los dos problemas. En cuanto al cambio climático (cuyos efectos, como digo, son exponenciales) éste no pasa de percibirse, en nuestro país, como una amenaza que, como máximo, nos hace sentir incómodos o nos inquieta. Tiene una existencia física bien real, es un fenómeno gravísimo, identificado y evaluado por la ciencia, pero ni está interiorizado lo suficiente ni se percibe como tal. En parte, esto se debe a la intangibilidad del fenómeno (conocido como la Paradoja de Giddens (2009). Es decir, el hecho de que los peligros del calentamiento global no sean tangibles, inmediatos o visibles en la vida cotidiana a pesar de su extrema gravedad, hace que la gente no perciba el CC como una amenaza real hasta que no se viven episodios extremos.
En mi opinión, en el aspecto socio-educativo se le concede un valor escaso cuando es fundamental. Y me parece que la información científica debería incorporarse al sentido común para que el problema gane atención, legitimidad y sea asumido. Como dice el Teorema de Thomas (William Thomas, 1928): “Si los hombres [la humanidad] definen una situación como real, acaba siendo real en sus consecuencias”. Es decir que para que la preocupación de la gente se transforme en acciones efectivas primero debe disponer de conocimientos reales del problema. En nuestro país, a excepción de los desastres televisados y de acciones puntuales vinculadas con la tecnología, por ejemplo de ahorro energético, la información es prácticamente nula y la que se hace no conecta con los problemas reales de la gente (la salud, el trabajo, la seguridad).
Que los peligros del calentamiento global no sean tangibles, inmediatos o visibles hace que la gente no lo perciba como una amenaza real.
Además, aunque la gente acepte la legitimidad científica de la magnitud del fenómeno, se siente sobrepasada y duda de su propia capacidad para contribuir a la solución, trasladando la responsabilidad a los gobiernos y las empresas. Hay una confianza injustificada en que el Gobierno encontrará a tiempo las soluciones al problema. Algunos sectores sociales piensan que si el CC fuera de verdad un problema urgente, el gobierno ya estaría en pie de guerra. Y también hay una excesiva confianza en que la ciencia y la tecnología, y sobre todo las empresas y corporaciones multinacionales- pondrán a disposición de la gente las soluciones cuando así les convenga a sus intereses.
Lo que quiero decir es que proporcionar información científica sobre el CC por sí solo o retransmitir desastres (en forma alarmista y catastrófica fuera del control humano) no se traduce automáticamente en un cambio de comportamiento en lo que hace al estilo de vida, ni incrementa el sentido de responsabilidad individual sobre el problema. Hay que responder, paralelamente, a las angustias de las personas, a sus dudas. No se pueden obviar sus emociones, sus experiencias vitales. Hay que pensar en las estrategias cognitivas que ponen en funcionamiento las personas para disminuir el miedo o impedir que se manifieste.
No se trata de enfatizar el discurso optimista pragmático de las “pequeñas acciones” (la metáfora del “granito de arena”, o el eslogan “think global, act local”): aunque la suma de muchas acciones individuales (por ejemplo , eliminación de productos químicos, reducción de los aparatos de aire acondicionado, menos uso del automóvil ...) contribuya de manera nada despreciable a mitigar algunos de los efectos del CC, pienso que estas pequeñas acciones se ofrecen como la solución del problema sin tocar sus raíces. Es decir, hacen hincapié en el cambio individual más que en el institucional y político. Son distractores para que la gente se pinte de verde (“20 cosas que usted puede hacer para salvar el planeta”) y disminuya sus niveles de angustia y culpabilidad, y con ello se cierra la posibilidad de emprender cambios más radicales en relación con nuestro estilo de vida insostenible.
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