¿Dónde va una mujer con 31 años sin marido en Italia?
FRANCESCO CARTA FOTOGRAFO VIA GETTY IMAGES |
Siempre que he tenido la ocasión de participar en una conversación sobre machismo o mentalidades retrógradas, les he dicho a mis interlocutores que opinaba que el sur de Italia era el lugar de Europa occidental donde más difícil es ser mujer. El hecho de vivir un año en Foggia (Puglia) confirmó hace pocos años una idea que ya rondaba en mi cabeza. Aún recuerdo algunos relatos de mis alumnas de terza superiore (equivalente a cuarto de la ESO) de San Severo (Foggia) y sus miradas en momentos en que el patriarcado se expresaba con tono grandilocuente con el fin de perpetuar un modelo de convivencia entre géneros en el que la mujer, muy a menudo, vive por debajo del hombre. Vi ahí un combate que acepté aunque sabía que difícilmente iba a vencer.
Hace poco conocí a una chica que viene de una región del noreste de Italia que colinda con Eslovenia y Austria. Magdalena —la llamaremos así— es una chica que supera los 30 años y es arquitecta de formación. “De donde yo soy no se usa tanto Tinder”, me dijo la noche en que quedamos por primera vez. Era de esperar, pero ella añadió que el noreste de Italia (mayormente el Veneto) es muy leghista y, por tanto, bastante homófobo y xenófobo entre otros rasgos encantadores que invitan a viajar allí. Desde un principio, Magdalena, quien me dio su acuerdo para que redactase este artículo, mostró estar bastante distanciada del comportamiento típico que se puede esperar de la mujer italiana y de lo que se le exige. Teniendo un trabajo en un gabinete de arquitectura, se percató rápidamente de la limitación que suponía su género a la hora de poder ascender profesionalmente o, incluso, de pretender a un trato equiparable al que reciben los hombres de su zona. No obstante, Magdalena dimitió, un tanto harta del panorama que se le brindaba y decidió marchar a Francia para encontrar un trabajo mejorando de paso su curriculum. Ella vive sola y es feliz siendo independiente, aunque ha de soportar la presión incesante de un padre que no entiende que su hija no esté buscando una pareja masculina con el fin de formar un matrimonio hecho y derecho y así procrear. ¿Dónde va una mujer con 31 años sin marido en Italia?
Una de las cosas que más me agradó de Magdalena fue su grado de concienciación acerca de la precariedad de la condición de la mujer italiana en comparación con el resto de los países de Europa occidental. Tanto el uno como la otra, pudimos barrajar numerosas situaciones y comparar para confirmar que ser mujer en Italia no es nada fácil. No estoy afirmando que la mujer española o francesa hayan aniquilado en su totalidad una desigualdad que jamás debió construirse y difundirse como si fuese un modelo antropológico innato y de facto. Sin embargo, desde el respeto a todas, lo de la mujer italiana está a un nivel desconcertante y escalofriante. Magdalena me contó cómo, en el seno de su familia patriarcal tan italiana, se le ha inculcado (y se le sigue inculcando) cuál ha de ser el rol de la mujer de 30 años. Su padre no cesa de sugerirle que su lugar está al lado de un hombre a quien ha de servir como esposa leal y, evidentemente, ha de apresurarse en hallar a dicha perla rara pareja antes de que sus ovarios hayan envejecidos demasiado y no puedan contribuir a procrear. Esta suele ser la función de la mujer en el seno de la familia italiana y así lo narra Magdalena. Añade que el hombre suele ver a una madre en la mujer y no a una persona activa, emancipada y emprendedora, libre de llevar a cabo una vida exitosa en todos los ámbitos según su libre albedrío. Por lo tanto, es de esperar que el aura patriarcal descrito aquí envuelva igualmente el mundo del trabajo y una pregunta al respecto obtuvo rápida confirmación. “He conocido a chicas jóvenes, guapas, con estudios, que tenían experiencia y títulos universitarios para tener una carrera brillante, pero que fueron frenadas por el hecho de ser precisamente chicas”. Magdalena habla de un ambiente masculino que, según ella, permanecerá en el ámbito profesional y menciona unos obstáculos que solo existen para las mujeres con altas expectativas. Es más, en su mundo —el de la arquitectura— se resiente particularmente la jerarquía del género, dado que el contacto con obreros de generaciones anteriores cuya concepción de la vida, a menudo, más patriarcal que la de los jóvenes, origina la ausencia del respeto esperado hacia una superiora diplomada en una obra. Ella y ellas son consideradas femmine y no donne.
¿Dónde va una mujer con 31 años sin marido en Italia?
Este matiz del italiano, difícilmente traducible, pone por encima de la persona y del carácter humano al único sexo y género, confundibles aquí, dado que el alto nivel de homofobia en Italia incide en que no se suela distinguir entre ambos conceptos. Quería preguntarle a Magdalena sobre una hipotética rivalidad entre mujeres que no constituye sino una de las manifestaciones más tristes, desde mi punto de vista, del patriarcado. “La rivalidad en el trabajo entre mujeres es muy feroz, muy fuerte”, contestó Magdalena. Añadió que en su trabajo una chica joven con los mismos estudios optó por iniciar conscientemente una relación, que supera lo estrictamente profesional, con un superior jerárquico mayor con el fin de obtener un empujoncito a su carrera. “Si eres inteligente y eres también guapa, todos piensan que aprovechas tu belleza para hacer carrera”. Es un estereotipo difundido que muchas mujeres italianas contribuyen a propagar tristemente. En ese tipo de situación se suele activar una red de cotilleos destinados a dañar la imagen y la reputación de la mujer que ha sido designada como blanco. Si eres guapa, pero tonta, o inteligente, pero no atractiva, según los estándares, nadie te da la lata. Ante la contradicción que parece surgir entre el ejemplo de su compañera de trabajo y el estereotipo, Magdalena indica que en ese caso sí se cumplió el estereotipo y que dicha compañera la comenzó a atacar cuando vio que era apta y eficiente de cara al trabajo, pero no se comprometía con ningún hombre de la empresa.
Desde hace muchos años, he tenido la tendencia de relacionarme frecuentemente con italianos, ayudado, tal vez, por la facilidad comunicativa que me brinda el C2. En Murcia, en Birmingham, o ahora en Montpellier, la vida me ha dado momentos en los que hablaba más italiano que español o francés (mis dos lenguas maternas) a diario. Numerosas horas pasadas comparando, conversando, observando y escuchando me llevaron a ver en una gran parte de las chicas italianas que iba conociendo una libertad menor de la que sus coetáneas francesas o españolas pueden gozar, por lo general. Insisto en “por lo general” dado que tampoco me atrevería en designar a España como epicentro de la igualdad. En el instituto de educación superior de San Severo fueron muchas las situaciones, los comentarios y los comportamientos nauseabundos que pude presenciar. En el aula, rodeado por mis alumnos adolescentes o jóvenes adultos, siempre procuré no admitir la más mínima manifestación de sexismo y siempre intenté aportar mi grano de arena a lo que considero una de las mayores tareas del siglo XXI que nos concierne a todos: la deconstrucción de un patriarcado que rige nuestras sociedades occidentales y de los esquemas que propugna. No soy quien se cargará un modelo antropológico viejo de varios milenios ni quien guiará la revolución de la mujer italiana, pero recuerdo ver en mis mismas alumnas un aire de concienciación, hartazgo y de voluntad de emancipación que faltaba a las italianas de mi generación a quienes pude conocer y conozco. A nosotros, hombres, y, sobre todo, a Magdalena y a ellas incumbe la revolución feminista.
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