Mi trastorno del pánico no es un secreto que me avergüence.
Por
Danielle Owen, Colaborador
DANIELLE OWEN |
No parezco una persona con ansiedad. Soy adicta a la adrenalina, he viajado a más de 80 países yo sola y voy adonde me lleva la corriente. Pero, al igual que sucede con tantas enfermedades, la ansiedad también puede ser invisible.
No tuve ninguna experiencia cercana a la muerte de niña. No sufrí traumas ni penurias de las que habitualmente provocan trastornos de ansiedad en los niños. Echo la vista atrás y no cambiaría nada de mi infancia.
La primera vez que me sucedió era una niña de 7 años a la que le encantaba la gimnasia y el fútbol.
Estábamos viendo una película en familia. Mi madre, mi padre, mi hermano mayor y yo estábamos acomodados cuando de repente noté que no podía respirar. Era como si alguien estuviera estrujándome el pecho desde dentro para que no entrara nada de aire. Empecé a hiperventilar, a temblar y a sentir aguijonazos desde la boca hasta las yemas de los dedos.
Mi madre me envolvió en una manta y me sentó en la encimera. Llamó al médico y este le dijo que era una reacción alérgica al ibuprofeno.
En realidad estaba sufriendo mi primer ataque de pánico.
Cuando me diagnosticaron oficialmente trastorno del pánico con 10 años, mi pediatra lo comparó con un volcán. Rara vez me preocupo por algo, al menos conscientemente, y eso significa que lo hago inconscientemente (y al parecer, esa no es la mejor forma de procesar los sentimientos). El médico me explicó que me trago todas mis preocpaciones hasta que entran en ebullición y erupcionan en forma de ataque de pánico. Y esa es la mejor forma de explicarlo que he oído hasta el día de hoy.
“Era como si alguien estuviera estrujándome el pecho desde dentro para que no entrara nada de aire. Empecé a hiperventilar, a temblar y a sentir aguijonazos”
Casi uno de cada 50 adultos en Estados Unidos sufrirá un ataque de pánico en algún momento de su vida, según el Instituto Nacional de Salud Mental. En todo el mundo, el porcentaje tal vez sea hasta del 13,2%.
Es incómodo hablar sobre mi trastorno del pánico, pero cada vez que alguien se pone en contacto conmigo para pedirme ayuda me alegro de haberlo hecho público. La simple afirmación de que alguien ha pasado por lo mismo que tú es una gran ayuda para una persona que sufre un ataque de pánico por primera vez.
Actualmente, puedo pasar casi un año sin sufrir ningún ataque. O puedo sufrir varios en una misma semana.
Los síntomas no han cambiado mucho desde que tenía 7 años. Mi corazón se salta un latido (literalmente), doy una bocanada para recuperar el aliento y me preparo para lo que viene después. Empiezo a retorcer las manos para seguir sintiéndolas el mayor tiempo posible. Se me entumece la boca, luego el resto de la cara y luego las manos y brazos. A veces se me tensan tanto los abdominales que parece como si los estuviera triturando con cada movimiento. Al final, hiperventilo, noto con claridad todas las sensaciones de mi cuerpo y pienso que me voy a morir. O a volverme loca. O ambas cosas.
Cuando empeora mucho, sufro desrealización y despersonalización. Me siento desvinculada de mi cuerpo y mis alrededores. Es como si entrara en otra dimensión y no estuviera contemplando el mismo mundo que los demás. Los sonidos no son los que deberían ser y cualquier movimiento es aborrecible. Es imposible de explicar bien, pero es absolutamente terrorífico.
“Me preocupa que los desconocidos me tachen de loca y de persona potencialmente peligrosa”
Después de 23 años de ataques de pánico, soy capaz de mantener la compostura durante más tiempo que antes. Solo es un ataque de pánico, me digo. Siempre acaban. Y pienso en eso durante un tiempo mientras me concentro en respirar lenta y superficialmente hasta que se me pasa.
Pero independientemente de la cantidad de veces que me haya sucedido antes, pierdo todo el control sobre mi pensamiento racional. No hay técnica de relajación que pueda cambiar eso.
Además del terror que me provoca que mi cuerpo colapse, también me preocupan las personas de mi entorno. Me preocupa que los desconocidos me tachen de loca y de persona potencialmente peligrosa. Me preocupa que la persona con la que he quedado para comer se pregunte qué hago tanto tiempo en el baño. Me preocupa que el tío con el que acabo de empezar a salir piense que soy insoportable cuando le cuente mi problema o cuando lo viva él mismo en directo.
Puedo estar sin hacer nada (tumbada en la playa, viendo Netflix, o conduciendo) y de repente, todo cambia. La gente siempre quiere saber qué ha pasado, por qué ha pasado y en qué estaba pensando para que empezara el ataque de pánico. La respuesta siempre es la misma: nada.
Si alguien de tu entorno tiene un ataque de pánico, no es culpa tuya y no tiene que ver necesariamente con algo a tu alrededor. Mucha gente sufre ataques de pánico de repente y sin motivo.
Los trastornos de pánico varían según cada persona, pero hay algunas cosas que he descubierto por mí misma que ayudan a llevarlo mejor.
“Si la otra persona huye al contarle mis problemas, no es la clase de persona que quiero tener a mi lado”
Respirar hondo a veces empeora los síntomas de un ataque de pánico si hiperventilas. Calmar la respiración es importante, pero también hay que intentar respirar más superficialmente. De lo contrario, agravas los síntomas de hiperventilación, que se producen por expulsar demasiado dióxido de carbono. Investiga las formas que hay de calmar la respiración y utiliza la que mejor te funcione.
Ser sincera con los demás sobre mi trastorno del pánico también ayuda. Al principio no me daba cuenta de cuánto me afectaba de forma subconsciente el miedo a tener un ataque de pánico en público, pero me quité un gran peso de encima cuando empecé a sincerarme con mis mejores amigos de adolescente.
Quiero deciros que me pasa esto. Quizás os asustéis mucho si estáis cerca, así que os aviso de que aunque os diga que me estoy muriendo, no es verdad. Una bolsa de papel ayuda bastante. También me ayuda cuando me recuerdan que me ha pasado más veces en el pasado y que terminará pronto.
Es difícil hablar sobre ello al principio, pero cuanto más lo haces, más fácil se vuelve. En la actualidad probablemente sea demasiado abierta sobre el tema. Cuando sé que voy a pasar mucho tiempo con una persona, busco la forma de sacar el tema. Así, si sufro un ataque de pánico, me estreso menos y la otra persona estará menos preocupada y confusa si lo presencia. Si la otra persona huye al contarle mis problemas, no es la clase de persona que quiero tener a mi lado.
Mas de 43 millones de adultos en Estados Unidos sufren alguna enfermedad mental todos los años, según el NIMH. No estoy sola en absoluto. Todos somos humanos y y queremos relacionarnos. Queremos saber que hay más gente que sufre duelos, rupturas de corazón, ansiedad...
Mi trastorno del pánico no es un secreto que me avergüence y no tengo por qué sentir miedo a que la gente descubra mi enfermedad mental. Eso ha hecho más por mí que cualquier otra cosa.
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