Decía Virginia Woolf que, durante la mayor parte de la historia, anónimo era una mujer. A lo largo de los siglos mujeres matemáticas, químicas, ingenieras, escritoras, compositoras, pintoras, o de cualquier otra profesión, han estado ocultas. Sencillamente no han existido.
Detrás de los pseudónimos de George Sand o George Eliot se escondían las novelistas Amantine Lucile Aurore Dupin y Mary Ann Evans. Concepción Arenal tuvo que vestirse de hombre para poder asistir a clase en la facultad de Derecho. Rosalind Franklin obtuvo la primera imagen de la estructura del ADN, pero fueron sus colegas James Watson y Francis Crick quienes recibieron los laureles y el reconocimiento de la comunidad científica. Gregorio Martínez Sierra era aclamado por sus éxitos teatrales o libretos como el del Amor Brujo, mientras su mujer, María Lejárraga, la auténtica autora de las obras, lo esperaba, lejos de los focos, en el silencio de su hogar. Mientras el hombre se adueñaba del espacio público, a la mujer se le relegaba al ámbito privado.
Hay cientos, miles de ejemplos que podríamos traer aquí. Son cientos de modelos, miles de referentes que se les han hurtado a las niñas que llenan las escuelas y a las que el peso de veinte siglos de historia les hace dudar, aún hoy, de sus capacidades para poder llegar hasta donde realmente les gustaría. Un peso que, todavía en este siglo, las empuja imperceptiblemente a determinadas áreas del conocimiento y del desarrollo profesional.
Para alcanzar una meta es imprescindible tener referentes y tener expectativas. La historia, como digo, ha hurtado esos referentes femeninos que pueden inspirar a las niñas y jóvenes de hoy. En cuanto a las expectativas, hay suelos pegajosos que impiden a las mujeres despegar y desarrollarse en plena igualdad. ¡Cuántas mujeres conocemos que se esfuerzan, que trabajan denodadamente, que se ocupan de sus hijos y de sus padres, que multiplican las horas del día y restan las de las noches y sin embargo reciben sueldos más bajos y ocupan puestos de inferior categoría que sus compañeros varones!¡Cuántas conocemos que se acaban rindiendo, que acaban conformándose con un papel secundario!
Una sociedad democrática, una sociedad justa, una sociedad que quiere avanzar necesita de todos los talentos. La educación es una herramienta poderosa para transformar la realidad y en la educación está la clave para alcanzar la igualdad.
El proyecto de ley que recientemente ha aprobado el Gobierno apuesta decididamente por la coeducación, porque de esa manera, niñas y niños aprenden, desde sus primeros años a dirimir sus diferencias desde el respeto. Aprenden que son parte del mismo mundo y que tienen idéntico derecho a ocupar los mismos sitios.
Un mundo plural y diverso, pero en el que todas las personas tienen los mismos derechos y deben tener por tanto las mismas oportunidades.
La escuela debe enseñar a respetar las diferencias, y eso significa que debe ofrecer a cada alumno y a cada alumna los medios necesarios y personalizados para su pleno desarrollo. Una escuela que desarrolle el pensamiento crítico y que construya ciudadanía.
Afirmaba Emily Dickinson que ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos en pie. Y eso es precisamente lo que conmemoramos el 8 de marzo, una fecha en la que reivindicamos el poder de las mujeres, su fuerza transformadora, su sensibilidad y su inteligencia. Su verdadera estatura.
Una fecha en la que nos ponemos de pie para recordar a todas las mujeres que antes que nosotras exigieron sus derechos y abrieron camino. Una fecha en la que queremos decirle a las que vienen que pueden llegar hasta donde quieran, que son capaces, que tienen fuerza, que son libres y que, sobre todo, van a escribir la historia con su propio nombre.
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