miércoles, 18 de marzo de 2020

'La plaga generosa' elhuffingtonpost

Un cuento inédito de David Brin en exclusiva para 'El HuffPost'.


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Glóbulos rojos, virus y otras células en el torrente
 sanguíneo.
David Brin es un conocido escritor de ciencia-ficción que lo ha ganado casi todo: los premios Nebula, Campbell, Locus y Hugo. Ha publicado en España novelas como El cartero y cuentos menos conocidos como The Giving Plague en 1987. Esta última historia, titulada en español La plaga generosa, se ha traducido con la autorización del autor para que los lectores puedan disfrutar de un relato perturbador en tiempos del aún más inquietante coronavirus Covid-19. ¡Gracias, David, por transmitirnos altruistamente tus ideas!

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Crees que vas a cogerme, ¿verdad? Bueno, pues tendrás que pensar otra cosa, porque estoy listo para ti.
Es por eso por lo que hay una tarjeta falsificada en mi cartera que identifica mi grupo sanguíneo como AB negativo y una etiqueta MedicAlert avisando de que soy alérgico a la penicilina, a la aspirina y a la fenilalanina. Otra asegura que soy un científico cristiano practicante y devoto. Todos estos trucos deberían frenarte cuando llegue la hora, y ten por seguro que pronto llegará.
Incluso si se trata de una cuestión de vida o muerte, no hay forma de que permita a nadie ponerme una aguja en el brazo para hacerme una transfusión. Jamás. No con las reservas de sangre en el estado en el que están.
De todas formas, he desarrollado anticuerpos, así que mantente bien lejos de mí, SAGA. No seré tu cabeza de turco. No seré tu vector.
Conozco tu debilidad, ¿sabes? Eres un demonio frágil, aunque sibilino. A diferencia de TARP, no puedes exponerte al aire, al calor o al frío, al ácido o alcalino. Vas de la sangre a la sangre, he ahí tu única ruta. ¿Y qué necesidad tendrías de otra? Pensabas que habías alcanzado la técnica perfecta, ¿a que sí?
¿Cómo te llamaba Leslie Adgeson? ¿El maestro perfecto? ¿La quintaesencia de los virus? 
Recuerdo hace tiempo cuando el VIH, el virus del SIDA, tenía a todo el mundo tan sorprendido con su sutil diseño letal. Pero comparado contigo, el VIH es solo un tosco carnicero, un  inepto que mata a sus huéspedes y que confía en hábitos humanos que pueden, con esfuerzo, ponerse bajo control. Ah, el viejo VIH tenía sus trucos, pero, ¿comparado contigo? ¡Un aficionado! 
Los rinovirus y la gripe también son inteligentes. Son unos derrochadores y mutan con rapidez. Hace mucho aprendieron cómo hacer que sus huéspedes moquearan, jadearan y estornudaran, así que las víctimas extienden la miseria en todas direcciones. Los virus de la gripe también son mucho más inteligentes que el SIDA porque normalmente no matan a sus huéspedes, solo hacen que se encuentren fatal mientras ellos entran, rocían e infligen nuevas infecciones a sus vecinos.
Oh, Les Adgeson siempre estaba acusándome de antropomorfizar a nuestros sujetos. Siempre que entraba en mi parte del laboratorio y me veía maldiciendo algún maldito e intransigente “leogofago” con insultos en mi Spanglish de frontera mexicana, reaccionaba de forma previsible. Casi puedo verlo levantando la ceja y comentando secamente con su acento de Winchester:
“El virus no puede oírte, Forry. No siente ni está vivo, hablando en sentido estricto. Solo es un paquete de genes en una caja de proteínas, al fin y al cabo”. 
“Así es, Les”, respondía yo. “¡Pero son genes egoístas! Dales media oportunidad y se harán con el control de una célula, la forzarán a hacer ejércitos de nuevos virus y luego la destruirán cuando escapen para atacar otras. Puede que no piensen y ese comportamiento puede haber evolucionado por un ciego azar, pero ¿no parece como si estuviera planeado? Como si esas pequeñas cosas asquerosas fueran guiadas, de alguna manera, por alguien para hacernos desgraciados… o para que muramos.
“¡Venga ya, Forry”. Sonreía por la ingenuidad de Nuevo Mundo de mi visión. “No estarías en este campo si a su manera no encontraras bellos a los fagos”.
El bueno de Les, tan creído y mojigato. Nunca supo que los virus me fascinaban por una razón muy distinta. En su indecorosa insaciabilidad, veía una ambición tan pura, simple y transparente que excedía la mía propia. El hecho de que no tuvieran mente casi ni me importaba. De un modo u otro, siempre he creído que los humanos sobrevaloramos el cerebro. 
Nos conocimos cuando Les visitó Austin durante una excedencia algunos años antes. Ya tenía el sambenito de genio, y naturalmente me porté mal con él. Me invitó a unirme a él en Oxford, y allí que me fui, a tener periódicas discusiones amigables sobre el significado de la enfermedad mientras la lluvia inglesa caía tímidamente sobre las azaleas.
Les Adgeson. Él y sus amigos culturetas con sus pretensiones filosóficas. Les se tiraba todo el tiempo hablando de la elegancia y belleza de nuestros pequeños y asquerosos sujetos. Pero él no me engañaba. Sabía que era el típico pirado con ínfulas de Premio Nobel como el resto de nosotros; obsesionado con su carrera, en busca de una pieza del puzzle de la vida, esa que lleva a tener más becas, más espacio en el laboratorio, más tecnologías, prestigio… más dinero y estatus, y quizás, al final del camino, Estocolmo.
Él decía que no estaba interesado en esas cosas. Pero era muy zalamero, claro. ¿Cómo, si no, en medio de la masacre de Thatcher sobre la ciencia británica, consiguió expandir su laboratorio? Y aun así, se reservaba sus pretensiones. 
“Los virus tienen su lado bueno”, seguía diciendo Les. “Es verdad que suelen matar al principio. Todos los nuevos patógenos empiezan así, pero al final pasa una de estas dos cosas: o la humanidad desarrolla defensas para eliminar la amenaza o…”
Oh, le encantaba hacer esas pausas dramáticas.
“¿O?”, le replicaba, como esperaba que hiciera.
“O llegamos a una cohabitación, un compromiso… incluso una alianza”.
De eso hablaba siempre Les: la simbiosis. Adoraba citar a Margulis y Thomas, e incluso a Lovelock. ¡Por el amor de Dios! Su consideración hacia agresivas bestias furtivas como el VIH daba mucho miedo. 
“¿Ves cómo se incorpora al ADN de sus víctimas?”, cavilaba. “Luego espera hasta que la víctima sea atacada por algún otro patógeno. Las células T del huésped se preparan para replicarse, para ahuyentar al invasor, solo que ahora la maquinaria química es controlada por el nuevo ADN, y en lugar de dos nuevas células T, da lugar a un puñado de nuevos virus del SIDA”.  
“¿Y?” respondía. “Salvo por el hecho de que se trata de un retrovirus, así es como actúan casi todos los virus”. 
“Sí, pero anticípate, Forry. Imagina qué pasará cuando, de forma inevitable, el virus del SIDA infecte a alguien cuya estructura genética le haga invulnerable”. 
“¿Te refieres a que la reacción de sus anticuerpos sean lo suficientemente rápidas para pararlo? ¿O que sus células T puedan repeler la invasión?”
Les sonaba muy condescendiente cuando se emocionaba. 
“No, ¡piensa!” instaba. “Me refiero a invulnerable después de la infección. Después de que los genes virales se hayan incorporado a sus cromosomas. Solo en este individuo ciertos genes evitan que el nuevo ADN desencadene la síntesis viral. No hay virus nuevos ni disrupción celular. La persona es invulnerable. Pero ahora tiene ese nuevo ADN…” 
“Solo en unas pocas células”.
“Sí, pero supón que una de ellas es una célula sexual. Luego imagina que engendra un niño con ese gameto. Ahora cada una de esas células de niño pueden contener esos rasgos de invulnerabilidad y los nuevos genes virales. Piénsalo, Forry. ¡Ya tienes un nuevo tipo de ser humano! Uno que no podría ser aniquilado por el SIDA. Y aun así, tiene todos los genes del SIDA, que pueden hacer todas esas extrañas y maravillosas proteínas. Claro que la mayoría de ellas serán inútiles o no se expresarán, pero ahora el genoma del niño y sus descendientes contendrá más variedad...”
A menudo, cuando se dejaba llevar de esa manera, me preguntaba si de veras creía que me lo estaba explicando por primera vez. Por mucho que los británicos respeten la ciencia estadounidense,  tienden a asumir que somos unos palurdos en la vertiente filosófica. Pero yo había visto su interés hacía semanas y había hecho algunas lecturas adicionales con sumo cuidado. 
“¿Te refieres a que los genes son responsables de algunos tipos de cáncer hereditarios?”, pregunté con sarcasmo. “Hay evidencias de que algunos oncogenes fueron insertados originalmente en el genoma humano por un virus, tal y como sugieres. Quienes heredan el rasgo de la artritis reumatoide también pueden haber pillado sus genes de esa forma”.
“Exacto. Esos virus pueden haberse extinguido, pero su ADN vive en el nuestro”.
“Eso es. ¡Y vaya si se han beneficiado los seres humanos!”
Oh, cómo odiaba la expresión pretenciosa que ponía (finalmente se le borró de la cara, ¿no?)
Les cogió un pedazo de tiza y dibujó en la pizarra: 

INOFENSIVO => ¡ASESINO! => ENFERMEDAD DEL SUPERVIVIENTE => INCONVENIENCIA => INOFENSIVO

“Esta es la forma habitual de mirar cómo los huéspedes interactúan con un nuevo patógeno, sobre todo con un virus. Por supuesto, cada flecha representa una fase de mutación y selección de la adaptación. En primer lugar, una nueva forma de microorganismo inofensivo salta de su anterior huésped, digamos algún mono, a uno nuevo, digamos nosotros. Claro, al principio no tenemos las defensas adecuadas. Penetra en nosotros como la sífilis en Europa durante el siglo XVI, que mató en días más que en años, en lo que fue una orgía de alimentación celular que no es un mecanismo muy eficiente para un patógeno. Después de todo, solo un parásito glotón mata a su huésped tan rápidamente.
“Después le sigue un periodo duro tanto para el huésped como para el parásito, pues cada uno lucha para adaptarse al otro. Puede ser parecido al estado de guerra. O, por el contrario, puede pensarse como un proceso de negociación”.
Bostecé disgustado. “Tonterías místicas, Les. Acepto tu gráfica, pero la analogía bélica es la correcta. Por eso financian laboratorios como el nuestro, para tener mejores armas en nuestro bando”. 
“Mmm, puede ser, aunque algunas veces el proceso es distinto, Forry”. Dibujó entonces otra gráfica: 

INOFENSIVO => ¡ASESINO! => ENFERMEDAD DEL SUPERVIVIENTE => INCONVENIENCIA => INOFENSIVO => PARASITISMO BENIGNO => SIMBIOSIS

“Puedes ver que este gráfico es como el otro hasta donde la enfermedad original desaparece”.
“O se oculta”.
“Desde luego. Como cuando la E. coli se refugia en nuestras tripas. Sin duda, hace mucho tiempo los ancestros de la E. coli mataron a muchos de nuestros ancestros antes de llegar a ser simbiontes benéficos como son ahora, cuando nos ayudan a digerir la comida. 
Apostaría a que lo mismo vale para los virus. Los cánceres hereditarios y la artritis reumatoide son solo inconvenientes temporales. Finalmente, esos genes serán integrados cómodamente. Serán parte de la diversidad genética que nos prepara para los desafíos que están por venir. ¿Por qué? Porque apostaría que una buena parte de nuestros genes se adquirieron de esa forma y entraron primero en nuestras células como invasores…” 
Puto loco... Afortunadamente, no intentó llevar la investigación del laboratorio demasiado lejos hacia la derecha de su diagrama mágico. Nuestro pequeño genio estaba lleno de ingenio respecto a las agencias de financiación. Sabía que no estaban interesadas en pagarnos para probar que todos somos en parte descendientes de los virus. Ellos querían, y lo deseaban con fuerza, progresar para combatir las infecciones víricas. 
Así que Les concentró a su equipo en los vectores de propagación.
Sí, los virus necesitáis vectores, ¿verdad? Es decir, si matáis a alguien, tenéis que haceros con un bote salvavidas para que podáis dejar el barco que habéis hundido, y así podéis llegar a otra nueva víctima desafortunada. Lo mismo vale si el huésped es duro y se resiste… tienes que seguir hacia adelante. Siempre avanzando.
Joder, incluso si habéis hecho las paces con un cuerpo humano, como Les sugería, todavía tenéis que dispersaros, ¿no? Sois colonizadoras a largo plazo, pequeñas bestias.
Lo sé: solo se trata de la selección natural. Hay bichos que por accidente encuentran un buen vector de propagación, y los que no, no se propagan. Es tan misterioso. A veces parece tan deliberado… 
La gripe nos hace estornudar. La salmonela nos provoca diarrea. La viruela causa pústulas que se secan, se descaman y vuelan para ser inhaladas por los seres queridos del paciente. Todas son buenas formas de saltar del barco. De colonizar. 
¿Quién sabe? ¿Algún virus pasado causó una hinchazón de los labios que nos hacen querer besar? Quizás esa es la “incorporación benigna” de Les; retenemos los rasgos, mucho después de que el patógeno se extinguiera. ¡Vaya idea!
Así que nuestro laboratorio consiguió una gran beca para estudiar vectores. Así es como, por desgracia, Les te encontró. Dibujó un gran gráfico para cubrir todas las formas infecciosas posibles que pudieran saltar de persona en persona, y nos puso a comprobarlas todas, una a una. 
Él se reservó la infección directa a través de la sangre. Había razones para ello. 
En primer lugar, Les era un altruista, ¿entiendes? Estaba preocupado con el pánico y los rumores infundados sobre las reservas de sangre británica. Algunas personas estaban aplazando  cirugías necesarias. Se hablaba de empezar aquí lo que algunos ricos de los Estados Unidos habían empezado ya: almacenar su sangre en esfuerzos tan caros como estúpidos para evitar tener que usar los bancos de sangre si alguna vez necesitaban hospitalización.
Eso molestaba a Les. Y era incluso peor el hecho de que muchos de los donantes potenciales pasaban de donar sangre por algunos rumores estúpidos sobre que podías infectarte de esa forma. 
Joder, nunca nadie ha pillado nada al donar sangre… nada excepto un pequeño mareo y quizás una marquita o a algún grano de todas las galletas y el té dulce que te daban después. En cuanto a contraer el VIH después de recibir sangre, bueno, los nuevos test tenían ese problema bajo control. Aun con todo, los estúpidos rumores se difundían. 
Una nación debe tener confianza en sus reservas de sangre. Les quería eliminar todos esos miedos de una vez por todas con un estudio definitivo. Pero esa no era la única razón por la que quería el vector de sangre a sangre para sí mismo. 
“Claro, hay algunas cosas desagradables como el SIDA que usan ese vector. Pero también es donde pueden encontrarse los más antiguos”, dijo con excitación. “Los virus que casi han terminado el proceso de convertirse en benignos. Los que han sido tan bien seleccionados que guardan un perfil bajo y apenas molestan a sus huéspedes. Quizás pueda encontrar uno que sea un comensal y que realmente ayude al ser humano”.
“Un comensal humano sin descubrir”, aspiré desconfiado. 
“¿Por qué no? Como no había una enfermedad visible, nadie se ha puesto a buscarlo. ¡Esto podría abrir todo un campo nuevo de estudios, Forry!”.
Muy a mi pesar, estaba impresionado. Por eso era conocido como un genio, después de todo, por ese conocimiento fugaz y casi demente. Nunca sabré cómo se las arregló para cargar con eso en OxBridge, pero fue una de las razones por las que me vinculé a su laboratorio y peleé duro para colocar mi nombre junto al suyo en sus publicaciones.
Me mantuve al tanto de su trabajo. Sonaba tan dudoso, tan terriblemente estúpido... Pero sabía que podría dar sus frutos al final.
Por eso estaba preparado cuando Les me invitó a una conferencia en Bloomsbury. El coloquio era una simple rutina, pero sabía que él se moría por contarme algo. Después bajamos por Charing Cross Road para un sitio de pizzas, un lugar lo suficientemente lejos de la zona universitaria para estar seguros de que no habría colegas en ninguna parte que pudieran oírnos. Solamente las colas para el teatro esperando el horario de apertura en Leicester Square.
Sin aliento, Les me hizo guardar un secreto. Necesitaba un confidente y me alegraba sobremanera poder serlo. “He estado entrevistando a muchos donantes de sangre últimamente”, me dijo después de que pidiéramos. “Parece que aunque algunas personas han preferido no donar, un grupo de donantes regulares ha incrementado sus contribuciones”.
“Suena bien”, dije. Y era verdad. No tenía ninguna objeción a que hubiera un suministro adecuado de sangre. En Austin me agradaba ver a otros ir a la furgoneta de la Cruz Roja, siempre y cuando no me pidieran que contribuyera. No tenía tiempo ni ganas, así que me zafé de aquello diciéndole a todo el mundo que había pasado la malaria.
“Encontré un caso interesante, Forry. Parece que empezó a donar cuando tenía veinticinco años, durante el bombardeo aéreo. Habrá contribuido con treinta y cinco o cuarenta galones hasta ahora”.
Hice un cálculo mental rápido: “Espera un segundo. Ha tenido que pasar el límite de edad”.
“Correcto. Admitió la verdad cuando se sintió seguro. Parece que no quiso dejar de donar cuando llegó a los sesenta y cinco. Es un viejo resistente con cirugía de hace unos años, pero por lo demás está en bastante buena forma. Así que, justo después de que su banco de sangre habitual le dedicara una gran jubilación, se mudó de condado y se registró en un nuevo banco de sangre, dio un nombre falso y se quitó años.
“Un poco retorcido, pero suena inocuo. Supongo que solo quería sentirse necesario. Me la juego a que flirteaba con las enfermeras y disfrutaba de la comida gratis, como una fiesta bimensual  a la que puedes asistir con gente amable que te aprecia”.
Eh, solo porque yo sea un bastardo egoísta no quiere decir que no pueda extrapolar el comportamiento de los altruistas. Como la mayoría de otros aprovechados, tengo un buen instinto para el tipo de motivaciones que mueven a los tontos. Las personas como yo necesitamos saber esas cosas.
“Al principio, eso es lo que yo pensé también”, dijo Les cabeceando. “Encontré unos pocos como él y decidí llamarlos adictos. Al principio nunca los conecté con el otro grupo, los que llamé conversos.
“¿Conversos?”
“Sí, conversos. Personas que de repente se vuelven donantes de sangre (toma ya) poco después de que ellos mismos se hayan recuperado de una cirugía”. 
“Quizás están pagando parte de la factura de hospital de esa forma”.
“Qué va. Aquí tenemos salud pública, ¿recuerdas? Incluso en pacientes de la privada, eso explicaría solo unas pocas donaciones”. 
 “¿Gratitud, entonces?” Esa era una emoción desconocida para mí, pero en principio la entendía.
“Quizás. Algunas personas pueden ser más conscientes después de estar cerca de la muerte y decidir ser mejores ciudadanos. A fin de cuentas, no es más que media hora en el banco de sangre, unas pocas veces al año, un pequeño inconveniente a cambio de…” 
Maldito santurrón. Por supuesto, él era donante. Les siguió con el deber cívico hasta que la camarera llegó con la pizza y los refrescos. Se calló por un instante. Cuando ella se fue, se inclinó hacia delante con los ojos brillantes.
“No, Forry. No era para pagar facturas ni por gratitud. A esa gente les ha pasado algo más que un aumento de su conciencia cívica. Eran conversos, Forry. Empezaron a formar parte de Clubs de Galones, cosa que pasa a partir de ocho donaciones. Parece como si se hubiera producido un cambio de personalidad”. 
“¿A qué te refieres”?
“A que una parte importante de aquellos que habían sido operados durante los últimos cinco años parecían haber cambiado por completo sus actitudes sociales. Más allá de ser donantes de sangre, habían aumentado su contribución a la caridad, entraron en organizaciones de padres docentes y en los Boy Scout, eran activistas de Greenpeace y Save The Children…”
“¿A dónde quieres llegar, Les?”
Movió la cabeza. “Francamente, algunas de esas personas se estaban comportando como adictos, como adictos conversos al altruismo. Fue entonces cuando se me ocurrió, Forry, que podríamos tener un nuevo vector”.
Lo dijo así de simple. Naturalmente le miré de forma inexpresiva.
“¡Un vector!”, susurró. “Olvídate del tifus, la viruela o la gripe. Son unos aficionados. Idiotas que dan la nota con sus estornudos, escamas y deposiciones. Por descontado, el SIDA usa sangre y sexo, pero es muy salvaje, nos fuerza a estar atentos y a desarrollar test, para empezar el largo y lento proceso de aislarlo. Pero mi SAGA…”
“¿SAGA?”
“Sí: S-A-G-A”, sonrió. “Así es como he bautizado el nuevo virus que he aislado, Forry. Síndrome Altruista de Generosidad Adquirida. ¿Cómo lo ves?”
“No me gusta nada. ¿Tratas de decirme que hay un virus que afecta la mente humana de una forma tan complicada?” Era incrédulo y al mismo tiempo me sentía aterrado. Siempre había sido algo supersticioso con los virus y los vectores. Les me había asustado de verdad. 
“No, claro que no”, se rio. “Piensa en una posibilidad más simple. ¿Y si algún virus un día hiciera que las personas disfrutaran donando sangre?”
Supongo que solo parpadeé, incapaz de tener ninguna otra reacción. 
“¡Piensa, Forry! Piensa en el viejo del que hablé antes. Me contó que cada dos meses aproximadamente, antes de que le permitieran donar de nuevo, solía sentirse como espeso por dentro. La incomodidad solo se va después de la donación”.
Parpadeé de nuevo: “Y me estás diciendo que cada vez que dona sangre, en realidad está sirviendo a su parásito, proporcionándole un vector para llegar a nuevos huéspedes…”
“Los nuevos huéspedes que sobreviven a la cirugía porque el hospital les dio sangre fresca, de ahí que nuestro viejo fuera tan generoso, sí. ¡Están infectados! Solo que esto es un virus sutil, no un bastardo codicioso como el SIDA o la gripe. Mantiene un perfil bajo. Quién sabe, quizás incluso llegue a un nivel de comensalismo con sus huéspedes, atacando e invadiendo organismos para ellos, o bien…” 
Vio la pinta de mi cara y agitó las manos. “Vale, suena descabellado, lo sé. Pero tú piénsalo. No hay síntomas de enfermedad y nadie ha buscado este virus hasta ahora”. 
De repente, me di cuenta de que lo había aislado. Sabiendo al instante lo que esto podría significar en relación a mi futuro, ya estaba maquinando y preguntándome cómo conseguir aparecer en su artículo cuando este lo publicara. Estaba tan absorto que por un momento me despisté con lo que decía. 
“Y ahora llegamos a la parte interesante. Verás, ¿qué va a pensar un votante tory normal y corriente cuando de repente quiera ir al banco de sangre tanto como le dejen?”
“Um”, meneé la cabeza. “¿Que lo están embrujando o hipnotizando?”
“¡Tonterías!” , resopló Les. “Así no es cómo funciona la psicología humana. No, tendemos a hacer muchas cosas sin saber por qué. Necesitamos excusas y las racionalizamos. Si una razón obvia para nuestro comportamiento no está a nuestra disposición, la inventamos, preferiblemente una que nos ayude a vernos mejor de lo que somos. El ego es muy poderoso, mi querido amigo”.
Ey, pensé. Ni se te ocurra enseñar al cura a decir misa.
“Altruismo”, dije en voz alta. “No faltan nunca al banco de sangre, así que razonan que se debe a que son buenas personas y se muestran orgullosos de ello. Alardean de ello…” 
“¡Ahí lo tienes!”, dijo Les. “Y como están orgullosos, e incluso se vuelven engreídos ante su novedosa generosidad, tienden a extenderla, a llevarlas a otras facetas de sus vidas”.
Susurré con asombro : “¡Un virus del altruismo! Joder, Les, cuando anunciemos esto...”
Paré cuando le vi fruncir el ceño y pensé que era porque había usado el pronombre “nosotros”. Debería habérmelo imaginado. Para Les siempre era algo más que la voluntad de compartir el mérito. No, sus reservas eran mucho más serias. 
“Todavía no, Forry. Aún no podemos publicarlo”.
Meneé la cabeza: “¿Por qué no? ¡Esto es algo gordo, Les! Prueba mucho de lo que has estado diciendo sobre la simbiosis. ¡Podría haber un Premio Nobel en camino!”
Había sido torpe y había dicho en voz alta lo último. Él ni siquiera pareció advertirlo. Mierda. Si al menos Les hubiera sido como la mayoría de biólogos, llevados como cualquiera por el señuelo de Estocolmo. Pero no, qué va. Les era natural… un altruista natural.
Fue por su culpa, como ves. Él y su condenada virtud me llevaron a considerar lo que después decidí hacer.
“¿Es que no lo ves, Forry? Si lo publicamos, desarrollarán un anticuerpo para el virus SAGA. Se prohibirá a los donantes portadores acercarse a los bancos de sangre, como aquellos portadores del SIDA, la sífilis y la hepatitis. Y eso sería una tortura increíblemente cruel para aquellos pobres adictos y portadores”.
“¡Que le den a los portadores!”, casi grité. Varios clientes me miraron. Me esforcé desesperadamente por bajar la voz. “Mira, Les, los portadores serán clasificados como enfermos, ¿verdad? Así que estarán bajo el cuidado de los médicos y si todo cuanto necesitan para que se sientan mejor es desangrarlos, pues les daremos sanguijuelas como mascotas”.
Les sonrió. “Muy listo, pero esa no es la única razón, ni siquiera la principal, Forry. No, aún no lo publicaré y esa es mi última palabra. Simplemente no puedo permitir que nadie pare esta enfermedad. Tiene que extenderse y llegar a ser una epidemia. No, una pandemia”.
Empecé a ver esa mirada en sus ojos y supe que Les era más que un altruista. Había contraído esa enfermedad especialmente maliciosa de los seres humanos: el complejo de Mesías. Les quería salvar el mundo. 
“¿Lo ves o no?”, dijo con urgencia, con el fervor de un converso. “El egoísmo y la codicia están destruyendo el planeta, Forry. Pero la naturaleza siempre encuentra el camino y esta vez la simbiosis puede darnos nuestra última oportunidad, una oportunidad final para ser mejores personas y aprender a cooperar antes de que sea demasiado tarde”.
“Las cosas de las que estamos más orgullosos, nuestro lóbulo prefrontal, esas pequeñas porciones de materia gris sobre nuestros ojos que nos hacen más inteligentes que las bestias, ¿qué bien nos han hecho, Forry? No mucho. No vamos a pensar una forma de salir de la crisis del siglo veinte. O, al menos, el pensamiento únicamente no lo conseguirá. Necesitamos algo más”. 
“Forry, estoy convencido de que ese algo más es SAGA. Tenemos que conservar este secreto, al menos hasta que esté tan bien establecido entre la población que no haya vuelta atrás”.
Tragué saliva. “¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto necesitas esperar? ¿Hasta que afecte a los patrones de voto? ¿Hasta después de las próximas elecciones?”
Se encogió de hombros. “Como mínimo. Cinco años, seguramente siete. Ya ves, el virus tiende a llegar a las personas que operadas recientemente, y son generalmente personas mayores. Afortunadamente, ellos también son influyentes. Con tan solo aquellos que votan a los Tory…” 
Y así siguió. Escuché a medias, pero ya había llegado a esa fatídica constatación. Una espera de siete años por una coautoría haría que este descubrimiento fuera poco menos que inútil para mi carrera y mis ambiciones. 
Por supuesto que podría haber filtrado el secreto ahora que lo sabía, pero eso solamente le frustraría y él se habría hecho con todo el mérito del descubrimiento. Las personas tienden a creer a los innovadores, no a los chivatos. 
Pagamos la cuenta y anduvimos hacia Charing Cross Station, donde podríamos coger el metro a Paddington y desde allí ir a Oxford. En el camino nos refugiamos de un chaparrón a un lado de la calle junto a una heladería ambulante. Mientras esperábamos, compré dos cucuruchos. Recuerdo con precisión que el suyo era de fresa. Yo tenía uno de frambuesa. 
Mientras Les hablaba distraídamente sobre sus proyectos de investigación, una pequeña mancha rosada coloreaba la comisura de su boca. Fingí escuchar, pero mi mente ya estaba en otras cosas, planes incipientes y escenarios posibles para cometer un asesinato. 

2


Sería un crimen perfecto, por descontado. 
Esos detectives de película siempre hablan de “motivo, medios y oportunidad”. Yo tenía motivos de sobra, pero eran tan alocados y oscuros que seguramente no se le ocurrirían a nadie. 
¿Medios? Joder, trabajaba en un negocio abundante en medios. Había venenos y patógenos por doquier. Somos una profesión muy cuidadosa, pero bueno, los accidentes ocurren… lo mismo pasa con las oportunidades. 
Había un problema, claro. Su reputación de genio era tal que, incluso si hubiera tenido éxito en eliminarle, no me hubiera atrevido a salir inmediatamente con mi propio anuncio. Maldito sea, todo el mundo asumiría que había sido su hallazgo o su liderazgo en el laboratorio lo que desembocó en el descubrimiento de SAGA. Además, podría levantar sospechas mi fama después de su muerte. 
Y así fui consciente de que Les iba a conseguir su retraso, después de todo. Quizás no serían siete años, sino tres o cuatro, durante los que me volvería a Estados Unidos. Empezaría una nueva línea de trabajo, luego guiaría mi propia investigación para cubrir metódicamente las bases que Les había dejado volar recientemente en destellos de inspiración. No estaba contento con la demora, pero al final, parecería completamente mi propia obra. Nada de coautoría para Forry esta vez, ¡ni hablar!
La belleza radicaba en que nadie soñaría jamás con conectarme con la trágica muerte de mi colega y amigo unos años antes. A fin de cuentas, ¿no fue su muerte la que me hizo volver a mi carrera temporalmente? “Vaya, si el pobre Les hubiera vivido para ver tu éxito” dirían mis rivales, ocultando la envidia cuando me veían hacer la maleta para Estocolmo. 
Es evidente que nada de esto se apreciaba en mi cara o en mis palabras. Ambos teníamos que hacer nuestro trabajo rutinario. Casi cada día tuve que poner horas extra para ayudar a Les en “nuestro” proyecto secreto. En cierto modo, fue un momento estimulante y Les fue generoso con sus alabanzas a la forma lenta, aburrida y metódica en la que absorbí algunas de sus ideas. 
Hice mis planes lentamente, al saber que Les no tenía prisas. Recogimos datos juntos. Los aislamos e incluso cristalizamos el virus, conseguimos difracciones de rayos X, hicimos estudios epidemiológicos y todo en el más estricto secretismo.
“Magnífico”, chillaba Les cuando desvelaba la manera en que el virus SAGA forzaba a sus huéspedes a sentir la necesidad de “dar”. Para justificarla, desarrollaba mecanismos más elocuentes que elegantes y los adscribía a una selección azarosa, mientras que yo no podía evitar atribuirlos a alguna forma increíblemente traicionera de inteligencia. Cuanto más sutil y efectivas eran las técnicas que descubríamos que usaba el virus, más admirado se volvía Les y más renegaba yo de esos pequeños paquetes de ARN y proteína. 
El hecho de que el virus pareciera tan inofensivo (según Les, incluso comensal) solo me hacía odiarlo más. Me hacía sentir contento con mi plan, porque iba a bloquear a Les en su proyecto de dar rienda suelta a SAGA.
Iba a salvar a la humanidad de este aspirante a marionetista. Es verdad, retrasaría mi aviso para adaptarme a mis propios propósitos, pero el aviso llegaría de un modo u otro y antes de lo que mi inocente compatriota había planeado.
Les estaba haciendo un trabajo cuyos méritos me llevaría yo. Cada brizna de conocimiento, cada Eureka se guardaba en mi cuaderno de notas privado, además de mis propias columnas de soporíferos datos. Entretanto, repasé todos los medios a mi disposición. 
Finalmente, seleccioné como agente una cepa particularmente violenta del dengue.

3


Hay un antiguo dicho en Texas: “Una gallina es solo la forma de un huevo de hacer más huevos”. 
Para un biólogo, familiarizado como está con todas esas palabras latinizadas o grecificadas, este dicho tiene una versión mucho más pija: los humanos son cigotos hechos de células diploides que contienen cuarenta y seis pares de cromosomas, excepto nuestras células sexuales haploides o “gametos”. Los gametos macho son esperma y los hembra son óvulos y cada uno contiene veintitrés cromosomas. 
Así que los biólogos dicen que un “cigoto es solo la forma en que un gameto consigue más gametos”. 
¿Ingenioso, no? Pero esto solamente señala lo difícil que resulta en la naturaleza precisar una causa primigenia, algún centro del puzzle con lo que todo lo demás puede calibrarse. Lo que quiero decir es: ¿Qué viene antes, el huevo o la gallina?
“El hombre es la medida de todas las cosas” reza otro sabio proverbio. ¿Ah, sí? Dile eso a una feminista moderna. Un tío al que conocí una vez y que leía ciencia-ficción me contó una historia que había visto en la que todo el propósito de la humanidad, de sus cerebros y demás, era constituir un organismo que construyera naves espaciales para que las moscas domésticas pudieran migrar y colonizar la galaxia. 
Pues esa idea no es nada comparado con lo que Les Adgeson creía. Hablaba del animal humano como si estuviera describiendo unas Naciones Unidas de verdad: desde la E. coli en las tripas a los pequeños ácaros comensales que limpian nuestras pestañas, pasando por la mitocondria que da energía a nuestras células. Todo el camino de nuestro ADN. Les lo veía como una gran colmena de compromiso, negociación y simbiosis. La mayoría de los contenidos de nuestros cromosomas venían de los antiguos invasores, argüía. 
¿Simbiosis? La imagen que creó en mi mente era la de unos titiriteros minúsculos, todos tirando de nosotros con sus cadenas de proteínas, haciendo que nosotros, las marionetas, danzáramos a su son, hacia sus pequeñas, asquerosas y egoístas prioridades. 
 Y tú, ¡tú eres el peor! Como la mayoría de los cínicos, siempre mantuve la fe secreta en la naturaleza humana. Sí, la mayoría de las personas son unos cerdos. Siempre lo he sabido. Y aunque puedo ser un aprovechado, al menos soy honesto para admitirlo. En el fondo, nosotros contamos con la pastelosa generosidad, el misterioso e intrigante altruismo de otros, su amabilidad, compañeros inexplicablemente decentes. Aquellos de los que superficialmente nos burlamos con desprecio, pero por los que nos maravillamos en secreto. 
 Entonces llegaste tú, maldito. Haces que las personas se porten de esa manera. Ya no habría misterio después de que terminaras tu tarea. No quedaría ningún resquicio impenetrable para el cinismo. Maldito, así es como llegué a odiarte.
Y así es como llegué a odiar a Leslie Adgeson. Hice mis planes, preparé mi brillante campaña contra ambos. En aquellos últimos días de inocencia me sentí poderosamente comprometido. Me sentí tremendamente decisivo y dueño de mi propio destino.  
Al final fue un poco imprevisible. No tuve tiempo para culminar mis preparativos y arreglar mi pequeña trampa, ese afilado vidrio sumergido en la mezcla exacta de aquellos microorganismos mortales. Entonces llegó CAPUC, antes de que pudiera ejercer como asesino. 
CAPUC lo cambió todo.
Este acrónimo de Colapso Autoinmune PUlmonar Catastrófico hizo que el SIDA pareciera algo menor. Y al principio parecía imparable. Sus vectores eran completamente desconocidos y el agente causante desafió su aislamiento durante mucho tiempo.
Esta vez no fue un grupo fácilmente identificable que cayera con la nueva plaga, aunque se concentró en el mundo industrializado. Las escuelas de algunas áreas parecían especialmente vulnerables. En otros lugares eran secretarias y trabajadores postales.  
Como es natural, todos los grandes laboratorios de epidemiología se implicaron en ello. Les predijo que el patógeno resultaría ser algo parecido a los priones que causan herpes en las ovejas y ciertas enfermedades de las plantas. Una pseudoforma de vida, incluso más simple que un virus, y más difícil de rastrear. Era un visión minoritaria, herética, hasta que el CDC de Atlanta decidió poner a prueba sus teorías y encontró el viroide inactivo que Les predijo, mezclado con el pegamento usado para sellar los tetrabrick de leche, sobres y sellos. 
Les era un héroe, huelga decirlo. La mayoría de nosotros en los laboratorios lo era. A fin de cuentas, habíamos estado en la primera línea de defensa. Nuestra propia tasa de mortalidad había sido espantosa. 
Durante un tiempo, los funerales y otras reuniones públicas fueron desaconsejadas. Pero se hizo una excepción para Les. La procesión detrás de su cortejo alcanzaba la milla. Me pidieron hacerle un homenaje. Y cuando me suplicaron que tomara el control del laboratorio, acepté.
Así que intenté olvidarme de todo lo relacionado con SAGA. La guerra contra CAPUC abarcaba toda la vida social. Y aunque puedo sonar egoísta, incluso una rata puede saber cuándo tiene más sentido entrar en combate para salvar un barco que se hunde… especialmente cuando no hay otro puerto a la vista. 
Al final, aprendimos a combatir a CAPUC. Implicaba medicamentos y un suero basado en anticuerpos invertidos obligados a madurar en la médula de los pacientes después de que se les hubiera dado una dosis peligrosa de un componente de vanadio con el que di por prueba y error. Funcionó, la mayoría del tiempo, pero las víctimas padecieron gran estrés y a menudo requerían un régimen especial de transfusiones de sangre para atravesar la fase más peligrosa. 
Los bancos de sangre fueron insuficientes, incluso más que antes. Solo que ahora el público respondía generosamente, como en tiempos de guerra. No debería haberme sorprendido cuando los supervivientes, después de su recuperación, se hacían voluntarios. Pero claro, me había olvidado de SAGA por aquel entonces, ¿no es así? 
Nosotros derrotamos a CAPUC. Su vector terminó siendo poco fiable, se interrumpía con facilidad después de que lo desentrañáramos. El pobre pequeño viroide nunca tuvo la oportunidad de llegar a la fase de “negociación” de Les. En fin, cosas de la vida.
Conseguí todo tipo de menciones que no merecía. El rey me nombró Caballero Comendador por salvar personalmente al Príncipe de Gales. Cené en la Casa Blanca.
Impresionante.
 El mundo tuvo una tregua, después de aquello. CAPUC había asustado a las personas y se creó un nuevo espíritu de cooperación. Debería haber sido escéptico, por supuesto. Pero me iba a mudar para trabajar en la OMS y tendría toda suerte de responsabilidades administrativas en la Campaña Final sobre la Desnutrición. 
Por aquella época casi me había olvidado del todo de SAGA.
Me olvidé de ti, ¿eh? Sí, los años pasaron, cambió mi suerte, llegué a ser famoso, respetado y reverenciado. No recogí mi Nobel en Estocolmo. Irónicamente, lo recogí en Oslo. Grandioso.   Demuestra que puedes engañar cualquiera. 
Y aun así, no creo que te hubiera olvidado del todo, SAGA, no en el fondo de mi mente. 
Se firmaron tratados de paz. Los ciudadanos de las naciones industriales votaron por recortes temporales en sus estándares de vida para erradicar la pobreza y salvar el medioambiente. De repente, todos habíamos crecido. Otros cínicos, tíos con los que me había emborrachado en el pasado (y compartido oscuras premoniciones sobre el inevitable destino de esta asquerosa y miserable humanidad), abandonaron gradualmente la fe, algo que no se espera de los pesimistas cuando el mundo se vuelve brillante; pero es que fue demasiado brillante como para verlo como una simple fase en el camino hacia el infierno. 
Y aun así, mi inquietud permaneció intacta, porque en mi inconsciente sabía que no era real. 
Más tarde, la tercera expedición a Marte volvió para ser aplaudida en todo el mundo y trajo a casa con ella a TARP.
Ahí fue cuando todos descubrimos cuánta amabilidad habían tenido con nosotros todos los patógenos de casa, todo este tiempo.

4


Avanzada la noche, al borde del desfallecimiento por exceso de trabajo, me paré frente al retrato de Les que pedí que colgaran en el hall frente a la puerta de mi oficina, y me quedé maldiciéndole por sus teorías de la simbiosis. 
¡Imagina a la humanidad en una asociación simbiótica con TARP! Eso sí que sería un acontecimiento. Imagina, Les, todos esos genes extraños, añadidos a nuestra herencia, a nuestra rica diversidad humana.
Solo que TARP no parecía estar muy interesada en la “negociación”. Su cortejo era seco y mortal. Y su vector era el aire.
El mundo me miraba, y también miraba a mis iguales en busca de salvación. A pesar de todo mi éxito y renombre, yo me tenía por un fraude, un segundo plato. Siempre sabría, no importa cuánto me lo agradecieran y me elogiaran, quién había sido infinitamente mejor que yo. 
Una y otra vez, en mitad de la noche, leía cuidadosamente las notas de Leslie Adgeson en busca de inspiración y esperanza. Ahí es cuando tropecé con SAGA de nuevo.  
Te encontré otra vez.
Ya, tú nos hiciste portarnos mejor. A día de hoy, SAGA, al menos un cuarto de la raza humana tiene que contener tu ADN. Y en su nuevo altruismo, inexplicable al principio y racionalizado después, se establecieron las pautas para todos los demás. 
Todo el mundo se comporta tan condenadamente bien en la calamidad actual. Se ayudan unos a otros, socorren a los enfermos y todos se entregan. 
No obstante, resulta hasta divertido. Si no nos hubieras hecho cooperativos de forma tan sangrante, nunca habríamos llegado a ese Marte sanguinolento, ¿no crees? O si lo hubiéramos hecho, todavía quedaría suficiente paranoia como para mantener una cuarentena decente. 
Pero entonces me acordé de que tú no planificas. Solo eres un puñado de ARN empaquetado dentro de una capa de proteínas que hace a los humanos querer donar sangre con un rasgo accidentalmente adquirido. Eso es todo cuanto eres, ¿verdad? Así que no tenías forma de saber que al hacernos “mejores” también nos estabas preparando para TARP. ¿Lo sabías? 

5


Ahora tenemos algunos paliativos. Unas pocas técnicas parecen funcionar. De hecho, las últimas noticias son sensacionales. Aparentemente podremos salvar al quince por ciento de los niños y la mitad de ellos puede que hasta sean fértiles. 
Eso en las naciones que han tenido mucha mezcla racial. La heterocigosidad y la diversidad genética parecen producir mayor resistencia. Las personas con sangre “pura” lo tendrán más difícil para salvarse, así que ese es el peaje del racismo.
Los grandes simios y los caballos lo tienen muy mal. Al menos esto dará la oportunidad a los bosques tropicales de volver a crecer.
Mientras tanto, todo el mundo persevera. No hay pánico, como leemos que ocurría en las plagas pasadas. Por fin, según parece, hemos crecido y nos ayudamos unos a otros.
Sin embargo, llevo una tarjeta en mi cartera que dice que soy un científico cristiano y que mi grupo sanguíneo es AB negativo, y que soy alérgico a casi todo. Las transfusiones son uno de los tratamientos usados en la actualidad y soy un hombre importante. Pero no recibiré sangre.
No lo haré.
Dono, pero nunca recibiré. Ni siquiera cuando caiga.
No me tendrás, SAGA. Jamás.

Soy un una mala persona. Supongo, visto lo visto, que he hecho más bien que mal en mi vida, pero eso es insustancial, un producto de la casualidad y de los extraños caprichos del mundo. 
No tengo control sobre el mundo, pero al menos puedo tomar mis propias decisiones. Como esta que tomo justo ahora. 
Salgo fuera de mi torre de investigación a las calles donde las clínicas atestadas se pudren. Ahí es donde trabajo ahora. Y no me importa que me esté comportando como cualquier otro. Ellos son marionetas. Piensan que actúan altruistamente, pero sé que son títeres, SAGA.
Yo soy un hombre, ¿me oyes? Tomo mis propias decisiones. 
Me arrastro de cama en cama, con restos de fiebre, y sostengo sus manos cuando las extienden para que los consuele, pues hago lo que puedo para aliviar su sufrimiento y salvar a algunos. 
No me tendrás, SAGA.
Esto es lo que YO he elegido hacer.

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