TRIBUNA
Confinamiento y brecha educativa |
medida que avanza la crisis provocada por el Covid-19, el debate público va pivotando del análisis de las causas y la evaluación de las medidas para afrontarla, hasta empezar a pensar sobre el modo en que vamos a volver a la normalidad tras la superación del periodo agudo de la crisis. Más allá del modo en que se va a reactivar la economía, se han abierto debates sobre cómo se va a reanudar la actividad educativa en los centros de educación primaria y secundaria. Se debate sobre el impacto que puede tener la pérdida de estos meses en la formación de los niños y niñas y en la pérdida de hábitos de estudio.
Afortunadamente, sobre esta cuestión hay buenas noticias. El impacto de esta crisis sanitaria en el proceso formativo de los estudiantes será nulo o casi nulo. No contamos con una sola evidencia científica que nos lleve a pensar que aquello que no se haya aprendido en estos meses, no pueda aprenderse en otro momento. Igualmente, no hay una sola evidencia científica que indique que los hábitos de trabajo perdidos por una desconexión de meses, no puedan llegar a restablecerse plenamente en un periodo de tiempo muy breve. Si estas afirmaciones son ciertas para todo el periodo vital, más los son cuando nos referimos a la infancia y la adolescencia, periodos éstos de desarrollo caracterizados por una enorme plasticidad y una enorme capacidad de aprendizaje.
Ahora bien, el hecho de que no debamos estar preocupados de modo especial por este parón académico no quiere decir que debamos ignorar por completo su impacto. Parece razonable pensar que, al igual que sucederá con la actividad social y económica, la vuelta a la normalidad debe realizarse de modo progresivo. Esto es, el retorno a las aulas no debiera comenzar con la apócrifa frase de Fray Luis de León a su vuelta a la Universidad de Salamanca tras su confinamiento por la inquisición "Dicebamus hesterna die…" (Decíamos ayer)?Será necesario un proceso de reinicio progresivo, para el que nuestro sistema educativo está especialmente preparado, ya que lo pone en práctica cada año tras el receso estival.
Sin embargo, sí hay dos aspectos a los que las autoridades educativas deben prestar atención y que no pueden resolverse apelando a la normalidad y tranquilidad a la que hacía referencia en los párrafos previos. La superación de un curso académico debe cumplir con unos requisitos de evaluación que aseguren que los alumnos han adquirido las competencias necesarias para afrontar la siguiente etapa educativa. El paso de una etapa a otra es especialmente sensible, ya que genera discontinuidades en el sistema educativo y compensar carencias en estos casos puede resultar algo más complejo. Especial atención por tanto debe prestarse al tránsito entre la educación primaria y la secundaria y de ésta al bachillerato. Paradójicamente, el impacto en el tránsito del bachillerato a la universidad será menor, aunque éste afronta el reto de las pruebas de acceso al sistema universitario?
El segundo aspecto a tomar en consideración es de mayor calado. Hace referencia a la implicación de las familias en el proceso educativo. A causa de la suspensión de la actividad académica, niños y jóvenes deben trabajar en casa con las indicaciones virtuales de sus profesores. La importancia de la docencia presencial en el proceso educativo se ilustra con la dificultad que tienen muchos estudiantes para cumplir con estos deberes, salvo que cuenten con los recursos tecnológicos necesarios y el apoyo constante de la familia.
No cualquiera puede enseñar, y por eso es tan importante el papel del profesorado. Se trata de una profesión altamente especializada y que por tanto no puede ser sustituida alegremente por la asistencia que puedan prestar los progenitores. A ello se añade las diferencias de recursos materiales (ordenadores, acceso a Internet, lugar adecuado en la vivienda para estudiar) e intelectuales (formación de los padres, disponibilidad de tiempo, sensibilidad con el proceso educativo) que pueden marcar una gran diferencia entre el aprendizaje de unos estudiantes y otros. Los niños de las familias más desfavorecidas serán los que encuentren más dificultades para continuar con la actividad formativa, y por tanto la brecha educativa se incrementará. De este modo, la principal responsabilidad del sistema educativo en un Estado social y democrático, que es la de asegurar la igualdad de oportunidades de los ciudadanos, se ve seriamente socavada. Por ello, mientras el confinamiento perdure, se debe intentar, en la medida de lo posible, mantener activos a niños y jóvenes, pero no pretender avanzar como si nada pasase, a riesgo de incrementar la establecida y muy estudiada brecha educativa basada en las desigualdades socioeconómicas de las familias.
Cierto es que ningún sistema educativo pensado para la imprescindible e insustituible actividad académica presencial puede responder de un día para otro a las exigencias de este terrible confinamiento. Y en este sentido, no hay responsabilidades que exigir. Pero sí podemos sacar aprendizajes para avanzar y afrontar en el futuro las amenazas y s retos que nos deparará educar en el siglo XXI?
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