En estas fechas, la sociedad cristiana celebra la venida al mundo del hijo de Dios y se aproxima el cambio de año. En el mundo entero, el ser humano se prepara para abordar un nuevo ciclo solar y, precisamente porque presiente que tras la oscuridad del invierno se acercará la primavera, suele afrontar con un optimismo renovado los embates de la vida.
Realmente no sabemos si sucede así, porque de esta forma lo desea para enterrar las penurias del pasado y enfocar un futuro mas esperanzador, o porque los habituales signos de la Navidad –la mencionada celebración de la venida del hijo de Dios al mundo y el oscuro solsticio de invierno preludio de una nueva vuelta al sol– actúan de moduladores del espíritu individual y colectivo precisamente para despertar esperanzas, alimentar fuerzas e incluso sembrar más amor entre humanos y familias.
Este año que ahora termina parecía más sobrecogido que los anteriores, por cuanto la pandemia causada por el coronavirus tenía y tiene al ser humano sumido en el miedo a la muerte –propia y de seres amados–, e incluso en el temor al apretón de manos del vecino, el abrazo del amigo y el beso del amante. Afortunadamente, la esperanza ha encontrado un resquicio que nos permite ser optimistas en este sentido, y la vacuna, el descubrimiento científico-médico más ansiado de la historia de la Humanidad, parece haber llegado precisamente en estas fechas de la Navidad.
Existen un mural del pintor mexicano Diego Rivera (1886-1957), que podría considerarse premonitorio de lo que hoy ha pasado con el descubrimiento de la vacuna contra el coronavirus, por cuanto en dicho mural parece destacar la coincidencia del fenómeno de la vacunación con la llegada de la Navidad.En el mural, puede verse una representación de la Natividad, que realmente es una vacunación. En la imagen, el médico –San José– está vacunando al niño, mientras la enfermera –la Virgen María– le ayuda, consolando y sosteniendo al paciente. Al fondo se aprecia a los tres reyes científicos, que no son sino los magos, responsables directos de la sustancia que se inocula al paciente. De todos es sabido que la palabra “mago” deriva del persa “magu” que significa sacerdote o sabio.
'La vacuna', de Diego Rivera, que se encuentra en el Instituto de Artes de Detroit (EEUU) |
Pero también aparecen la vaca y el caballo, ambas especies de relación directa con el origen de las primeras vacunas. Fue en 1796, cuando el médico rural, científico y poeta Edward Jenner decidió, tras sus observaciones en vacas, inyectar raspaduras del virus de una vaca llamada Blossom al niño James Phipps de 8 años de edad. Tras comprobarse que éste desarrollaba una forma menor de la enfermedad y posteriormente adquiría inmunidad de por vida contra la misma, se generalizó su síntesis y uso, considerándose hoy día el descubrimiento científico-médico que más vidas ha salvado a lo largo de la Historia.
Pudiera darse la situación, sin querer pecar de premonición en absoluto, que la vacuna contra el virus pandémico, pudiera en el futuro de la Historia de la Humanidad, considerarse como la responsable de la salvación de muchas, muchísimas vidas, e incluso de la Humanidad, al evitar la diseminación patógena del virus por todo el planeta durante 2021, fenómeno que habría sucedido de no haber aparecido en esta Navidad que ahora transcurre la ansiada y deseada vacuna.
De forma paralela a la febril investigación que ha llevado en pocos meses a la síntesis de la vacuna y a su industrialización y reparto, debe consignarse la universalidad de la misma. Es evidente que todos los humanos deben ser vacunados, si se pretende la llamada “inmunidad del rebaño” que nos libre de la enfermedad –al menos de su carácter epidémico–, aunque siempre queden casos esporádicos a tratar como en cualquier otra infección. De poco serviría que parte de la Humanidad quedara sin vacunación, pues ello redundaría en la recurrencia de la pandemia.
Es imprescindible pues, la universalidad de la vacunación. En esta Navidad, ya hemos visto líderes políticos alardear –o dar ejemplo– de ser los primeros en hacerlo. Y lo que es más importante, el comienzo de la inmunización de los mayores y sanitarios. En Granada empezaron por Armilla en las fechas centrales de la Navidad.
No sé si será o no un regalo de los Reyes magos (científicos) que por Navidad nos traen la vacuna que nos ayude a librarnos de la pesadilla de la pandemia, pero lo cierto es que el padre de la vacuna-milagro Ugur Sahin, actualmente profesor de Oncología experimental en la Universidad de Maguncia (Renania-Alemania) es un hombre sabio y modesto, nacionalizado alemán pero nacido en Iskender (Turquía) y llegado a Europa de la mano de sus padres en los años 60. Junto a su esposa y colega, Özlem Türeci, dos años más joven, igualmente de raíces turcas, aunque nacida en Alemania –en Lastrup, en el centro del país–, son los creadores de esta vacuna destinada a salvar a incontables seres humanos de posible enfermedad y muerte, y a la Humanidad de la pesadilla más inesperada y terrible surgida en la Historia reciente.
El mural de Diego Rivera podría considerarse premonitorio de lo que hoy ha pasado con el descubrimiento de la vacuna contra el coronavirus, por cuanto en dicho mural parece destacar la coincidencia del fenómeno de la vacunación con la llegada de la Navidad.
Por su parte, Ugur Sahin y Özlem Türeci, de alguna manera, proceden de Oriente como los magos. Y, como a ellos, les avala su carácter científico y su modestia. Aquellos magos siguieron la estela luminosa de la estrella de Belén; estos científicos se guiaron por la ciencia que hace más de 200 años intuyera Jenner con su primera vacuna.
Javier Castejón Casado es cirujano del Hospital Virgen de las Nieves y profesor de la Facultad de Medicina de Granada
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