NO sólo los músicos (los muchos y buenos músicos de Granada) están desesperados por la indiferencia creciente de las autoridades políticas hacia la cultura. Por la indiferencia, el maltrato, el desacierto y el desdén indisimulado. Cualquiera que con interés por la creación y la difusión creativa (ya sea como autor, gestor o público) tiene muchos motivos para la inquietud. El desprecio hacia la cultura es general y significativo. Y aunque ahora, aventado por la crisis, ha tomado un cariz más desolador el menosprecio procede de antes.
Hay ejemplos de todos los colores. En el Ayuntamiento, sin ir más lejos, le han asestado un tajo del 25% al presupuesto. Ningún área ha sufrido un tijeretazo tan atroz. Pero más peliagudo es el silencio. Si en los buenos tiempos el área municipal de Cultura careció de criterios para planificar sus actividades ¿qué se puede esperar ahora sino un remedo insignificante y caótico?
Hace tan solo cuatro años teníamos motivos para felicitarnos: Íbamos a disponer en un tiempo razonable de un teatro de la ópera, de un espacio escénico en el Centro García Lorca de la Romanilla y de un enorme centro de exposiciones en la planta superior del novísimo edificio de CajaGranada. En menos de cuatro años hemos asumido la pérdida irreversible del teatro de la ópera; nos hemos acostumbrado a la parálisis crónica y duradera del centro lorquiano, que se ha convertido en una especie de símbolo de la incuria y la inutilidad política, y el gran proyecto cultural de la caja ha fracasado y aún puede incluso zozobrar y desaparecer del mapa dependiendo de cómo termine el diabólico proceso de fusiones. El museo de la Memoria de Andalucía ha sido un error inmenso cometido en el peor momento posible. La experiencia nos ha enseñando a apreciar que el montante económico no es siempre garantía de éxito.
La Granada cultural bosteza, se desespera y agoniza. Sin embargo, quedan islas, arrecifes modestos gobernados por personas excelentes donde los náufragos de todos los desastres solemos acudir acuciados por el viejo hábito del conocimiento. Son pocos pero extraordinarios. Uno de ellos (lo cito porque es de justicia) es la Biblioteca de Andalucía que dirige el prudentísimo Javier Álvarez. La biblioteca es mucho más que un excelente (aunque angosto) almacén de libros y un bullicioso lugar de lectura al que concurren personas de todas las edades a lo largo del día. El hormigueo constante de gente es prueba de ello. La biblioteca es una ínsula luminosa de cultura viva donde todos los días se presentan libros, festivales de cine, se abren exposiciones... No hace falta el Geoge Pompidou para cumplir dignamente la misión difusora es este páramo que una vez estuvo destinado a metas ambiciosas y grandilocuentes.
Hay ejemplos de todos los colores. En el Ayuntamiento, sin ir más lejos, le han asestado un tajo del 25% al presupuesto. Ningún área ha sufrido un tijeretazo tan atroz. Pero más peliagudo es el silencio. Si en los buenos tiempos el área municipal de Cultura careció de criterios para planificar sus actividades ¿qué se puede esperar ahora sino un remedo insignificante y caótico?
Hace tan solo cuatro años teníamos motivos para felicitarnos: Íbamos a disponer en un tiempo razonable de un teatro de la ópera, de un espacio escénico en el Centro García Lorca de la Romanilla y de un enorme centro de exposiciones en la planta superior del novísimo edificio de CajaGranada. En menos de cuatro años hemos asumido la pérdida irreversible del teatro de la ópera; nos hemos acostumbrado a la parálisis crónica y duradera del centro lorquiano, que se ha convertido en una especie de símbolo de la incuria y la inutilidad política, y el gran proyecto cultural de la caja ha fracasado y aún puede incluso zozobrar y desaparecer del mapa dependiendo de cómo termine el diabólico proceso de fusiones. El museo de la Memoria de Andalucía ha sido un error inmenso cometido en el peor momento posible. La experiencia nos ha enseñando a apreciar que el montante económico no es siempre garantía de éxito.
La Granada cultural bosteza, se desespera y agoniza. Sin embargo, quedan islas, arrecifes modestos gobernados por personas excelentes donde los náufragos de todos los desastres solemos acudir acuciados por el viejo hábito del conocimiento. Son pocos pero extraordinarios. Uno de ellos (lo cito porque es de justicia) es la Biblioteca de Andalucía que dirige el prudentísimo Javier Álvarez. La biblioteca es mucho más que un excelente (aunque angosto) almacén de libros y un bullicioso lugar de lectura al que concurren personas de todas las edades a lo largo del día. El hormigueo constante de gente es prueba de ello. La biblioteca es una ínsula luminosa de cultura viva donde todos los días se presentan libros, festivales de cine, se abren exposiciones... No hace falta el Geoge Pompidou para cumplir dignamente la misión difusora es este páramo que una vez estuvo destinado a metas ambiciosas y grandilocuentes.
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