El poeta granadino presenta su nuevo libro, 'Un velero bergantín', una defensa de la literatura que mezcla reflexiones y recuerdos personales
G. CAPPA GRANADA
-'Un velero bergantín' (Visor) es una nueva reivindicación de los libros, ¿aunque sean en formato e-Book?
-Creo que lo importante es la lectura, el soporte tiene menos importancia. Lo que ocurre es que marca mucho a las personas su generación y el momento en el que le ha tocado vivir. Yo pertenezco a una generación donde el libro de papel es insustituible. Pero bueno, los chicos más jóvenes que pertenecen a una cultura digital podrán leer en pantalla con más facilidad que yo, el soporte es un instrumento y depende de cómo se utilice para que esté bien o mal.
-'Un velero bergantín' es también una defensa del profesor de literatura, una figura maltratada, incluso a veces físicamente...
-El libro es una mezcla de recuerdos personales y de reflexiones teóricas sobre mi dedicación a la literatura. Le doy una importancia especial a la educación, en primer lugar en homenaje a mis maestros, porque hay personas que consiguen convertir una mera dedicación en una verdadera vocación.
-¿Cuando habla de sus maestros se refiere a Ángel González y Juan Carlos Rodríguez o más bien a algún profesor concreto del colegio?
-Hablo de los poetas que me han ayudado a formarme, Rafael Alberti, Ángel González o Jaime Gil de Biedma, y también hablo de mis profesores, del padre Antonio Díaz de Los Escolapios, que un día trajo a clase un disco del jovencísimo Joan Manuel Serrat, con poemas de Antonio Machado, algo que me conmovió íntimamente; también hablo de Juan Carlos Rodríguez, mi maestro en la Universidad. Creo que la admiración por los mayores es la mejor manera de comprometerse con el futuro. Uno siente la obligación de dejar una herencia y de tratar con respeto a los jóvenes cuando ha aprendido eso en su trato con los mayores; cuando uno recibe una herencia recibe implícitamente la obligación de transmitirla. También está la defensa de los educadores, los que saben que la enseñanza no es sólo informar y dar datos para incorporarse rápidamente al mercado laboral, sino que la enseñanza es formar conciencias, formar personas, educar en la imaginación, en la sensibilidad... Es verdad que las denuncias por la precariedad de la educación son justas, que los planes de estudio no son muy favorecedores, que cada vez hay menos inversiones en la educación pública... Todo eso es verdad, pero no podemos utilizar la denuncia para quedarnos parados, por eso admiro al profesor que se inventa cien caminos distintos para crear una ilusión por la vida en sus alumnos.
-Leer nos puede hacer libres, pero no necesariamente buenas personas... La historia está repleta de hombres cultísimos que eran unos auténticos depravados...
-La técnica, la cultura y la civilización pueden desembocar en una cámara de gas, una lección que nos dejó la II Guerra Mundial. Hay malvados que disfrutan escuchando la música de Wagner y que después aprietan el botón de la cámara de gas. La cultura no es un signo de bondad, pero sí de responsabilidad, de ser el propietario de tu conciencia. En ese sentido, si uno es un malvado, que lo decida libremente, pero es que en muchas ocasiones, los malvados se valen de la ignorancia de gente que es manipulada, que es arrastrada como rebaño a través de las pasiones, de los movimientos impulsivos... La cultura te hace responsable para bien o para mal.
-Cuando observa a sus alumnos en clase, ¿es consciente de lo difícil que lo van a tener para dedicarse a la literatura y que, en un tanto por ciento muy alto, les espera la cola del paro?
-Soy muy consciente de las dificultades laborales, pero pienso que el estudio de la literatura no sirve para poner una nota a pie de página, lo mismo que no me hice poeta para escribir endecasílabos perfectos. La literatura nos hace falta para comprender el dolor ajeno, para dar forma a nuestros propios sueños, para imaginar alternativas a la realidad, para ponerse en el lugar del otro... Esa imaginación imprescindible para la convivencia tiene en parte que ver con la literatura. Sin humanidades, la idea de convivencia que se nos propone no es la de la solidaridad, es más bien la ley de la selva. La literatura forma conciencia crítica y educa sentimentalmente.
-La discusión de siempre, ¿dar 'El Quijote' a un joven de 14 años es alejarlo para siempre de la literatura?
-Depende de los 14 años del niño, no hay nada importante de la vida que no se pueda hablar con un niño, como decía Machado. También decía que hay que buscar las palabras y los libros adecuados para la edad del niño, hay que buscar esos libros que se adaptan a una edad y a una personalidad determinada.
-Los 14 años de un joven de ahora, a lo mejor, no son los 14 años de alguien que nació hace medio siglo, aquello de "cuando yo tenía tu edad era mayor".
-No éramos ni mejores ni peores, pertenecíamos a otra experiencia y a otra realidad. Esa transmisión entre los jóvenes y los mayores se fundamenta en que tan peligrosos son los viejos cascarrabias como los jóvenes que renuncian a la memoria. Hay que comprender que los jóvenes tienen su propia experiencia y su mundo. No hay que engañarse, en mi adolescencia, la lectura formaba una parte fundamental del entretenimiento en una época en la que no había tanta oferta.
-Sin embargo, nunca se han publicado tantos libros como hoy en día...
-Depende, hubo una época en la que se leía mucho y, además, literatura de calidad; no creo que ahora se lea mucho ni que se lean libros de calidad. El verdadero oficio de un editor es mantener un catálogo de calidad para los que quieran acercarse a la literatura, porque si la literatura intentase competir con los móviles o los videojuegos entraría en un terreno que no es suyo y sólo acabaría degradándose. Mucho de lo que se publica en la actualidad tiene que ver con los mercados y con una literatura zafia que pueda competir con la telebasura.
-Hablando de editoriales, existe un debate entre mantener un criterio uniforme y selecto en el catálogo o entre entrar en el mundo de la autoedición.
-Se pierde la importancia de la autoridad, la autoedición tiene mucho que ver con el todo vale. Que a alguien le haga ilusión publicarse un libro es comprensible, yo lo entiendo; pero que una vez que uno publica un libro, se sienta un escritor y se sienta ofendido porque no lo comparan con Cervantes es ridículo. Es una estupidez decir que yo juego al fútbol en el equipo de mi barrio y Del Bosque es un malvado porque no me convoca para la selección española... Hablo de recuperar la jerarquía y el reconocimiento de la autoridad en este oficio. Por eso reivindico a las editoriales, cuando aparece un libro en Anagrama, en Tusquets o en Visor hay que tomárselo en serio porque detrás hay un editor que hace su catálogo y arriesga su prestigio, diciendo esto es lo que hay que leer.
-Creo que lo importante es la lectura, el soporte tiene menos importancia. Lo que ocurre es que marca mucho a las personas su generación y el momento en el que le ha tocado vivir. Yo pertenezco a una generación donde el libro de papel es insustituible. Pero bueno, los chicos más jóvenes que pertenecen a una cultura digital podrán leer en pantalla con más facilidad que yo, el soporte es un instrumento y depende de cómo se utilice para que esté bien o mal.
-'Un velero bergantín' es también una defensa del profesor de literatura, una figura maltratada, incluso a veces físicamente...
-El libro es una mezcla de recuerdos personales y de reflexiones teóricas sobre mi dedicación a la literatura. Le doy una importancia especial a la educación, en primer lugar en homenaje a mis maestros, porque hay personas que consiguen convertir una mera dedicación en una verdadera vocación.
-¿Cuando habla de sus maestros se refiere a Ángel González y Juan Carlos Rodríguez o más bien a algún profesor concreto del colegio?
-Hablo de los poetas que me han ayudado a formarme, Rafael Alberti, Ángel González o Jaime Gil de Biedma, y también hablo de mis profesores, del padre Antonio Díaz de Los Escolapios, que un día trajo a clase un disco del jovencísimo Joan Manuel Serrat, con poemas de Antonio Machado, algo que me conmovió íntimamente; también hablo de Juan Carlos Rodríguez, mi maestro en la Universidad. Creo que la admiración por los mayores es la mejor manera de comprometerse con el futuro. Uno siente la obligación de dejar una herencia y de tratar con respeto a los jóvenes cuando ha aprendido eso en su trato con los mayores; cuando uno recibe una herencia recibe implícitamente la obligación de transmitirla. También está la defensa de los educadores, los que saben que la enseñanza no es sólo informar y dar datos para incorporarse rápidamente al mercado laboral, sino que la enseñanza es formar conciencias, formar personas, educar en la imaginación, en la sensibilidad... Es verdad que las denuncias por la precariedad de la educación son justas, que los planes de estudio no son muy favorecedores, que cada vez hay menos inversiones en la educación pública... Todo eso es verdad, pero no podemos utilizar la denuncia para quedarnos parados, por eso admiro al profesor que se inventa cien caminos distintos para crear una ilusión por la vida en sus alumnos.
-Leer nos puede hacer libres, pero no necesariamente buenas personas... La historia está repleta de hombres cultísimos que eran unos auténticos depravados...
-La técnica, la cultura y la civilización pueden desembocar en una cámara de gas, una lección que nos dejó la II Guerra Mundial. Hay malvados que disfrutan escuchando la música de Wagner y que después aprietan el botón de la cámara de gas. La cultura no es un signo de bondad, pero sí de responsabilidad, de ser el propietario de tu conciencia. En ese sentido, si uno es un malvado, que lo decida libremente, pero es que en muchas ocasiones, los malvados se valen de la ignorancia de gente que es manipulada, que es arrastrada como rebaño a través de las pasiones, de los movimientos impulsivos... La cultura te hace responsable para bien o para mal.
-Cuando observa a sus alumnos en clase, ¿es consciente de lo difícil que lo van a tener para dedicarse a la literatura y que, en un tanto por ciento muy alto, les espera la cola del paro?
-Soy muy consciente de las dificultades laborales, pero pienso que el estudio de la literatura no sirve para poner una nota a pie de página, lo mismo que no me hice poeta para escribir endecasílabos perfectos. La literatura nos hace falta para comprender el dolor ajeno, para dar forma a nuestros propios sueños, para imaginar alternativas a la realidad, para ponerse en el lugar del otro... Esa imaginación imprescindible para la convivencia tiene en parte que ver con la literatura. Sin humanidades, la idea de convivencia que se nos propone no es la de la solidaridad, es más bien la ley de la selva. La literatura forma conciencia crítica y educa sentimentalmente.
-La discusión de siempre, ¿dar 'El Quijote' a un joven de 14 años es alejarlo para siempre de la literatura?
-Depende de los 14 años del niño, no hay nada importante de la vida que no se pueda hablar con un niño, como decía Machado. También decía que hay que buscar las palabras y los libros adecuados para la edad del niño, hay que buscar esos libros que se adaptan a una edad y a una personalidad determinada.
-Los 14 años de un joven de ahora, a lo mejor, no son los 14 años de alguien que nació hace medio siglo, aquello de "cuando yo tenía tu edad era mayor".
-No éramos ni mejores ni peores, pertenecíamos a otra experiencia y a otra realidad. Esa transmisión entre los jóvenes y los mayores se fundamenta en que tan peligrosos son los viejos cascarrabias como los jóvenes que renuncian a la memoria. Hay que comprender que los jóvenes tienen su propia experiencia y su mundo. No hay que engañarse, en mi adolescencia, la lectura formaba una parte fundamental del entretenimiento en una época en la que no había tanta oferta.
-Sin embargo, nunca se han publicado tantos libros como hoy en día...
-Depende, hubo una época en la que se leía mucho y, además, literatura de calidad; no creo que ahora se lea mucho ni que se lean libros de calidad. El verdadero oficio de un editor es mantener un catálogo de calidad para los que quieran acercarse a la literatura, porque si la literatura intentase competir con los móviles o los videojuegos entraría en un terreno que no es suyo y sólo acabaría degradándose. Mucho de lo que se publica en la actualidad tiene que ver con los mercados y con una literatura zafia que pueda competir con la telebasura.
-Hablando de editoriales, existe un debate entre mantener un criterio uniforme y selecto en el catálogo o entre entrar en el mundo de la autoedición.
-Se pierde la importancia de la autoridad, la autoedición tiene mucho que ver con el todo vale. Que a alguien le haga ilusión publicarse un libro es comprensible, yo lo entiendo; pero que una vez que uno publica un libro, se sienta un escritor y se sienta ofendido porque no lo comparan con Cervantes es ridículo. Es una estupidez decir que yo juego al fútbol en el equipo de mi barrio y Del Bosque es un malvado porque no me convoca para la selección española... Hablo de recuperar la jerarquía y el reconocimiento de la autoridad en este oficio. Por eso reivindico a las editoriales, cuando aparece un libro en Anagrama, en Tusquets o en Visor hay que tomárselo en serio porque detrás hay un editor que hace su catálogo y arriesga su prestigio, diciendo esto es lo que hay que leer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario