En su primer viaje a Andalucía antepuso conocer los paisajes de Sierra Nevada a la Alhambra Tras pintar varios cuadros en Granada, se marchó de la ciudad en octubre del año 1871
NACIÓ en Madrid en 1833, hijo del segundo matrimonio del barbero real de Carlos IV. Desde muy joven estuvo relacionado con los círculos artísticos y en edad temprana comenzó a recibir clases del pintor Genaro Pérez Villaamil que, al haber trabajado junto al escocés David Roberts -uno de los grandes retratistas de Granada en la década de los treinta del siglo XIX- le transmitió la técnica de la acuarela inglesa. Poco después entraría en la clase de pintura de Federico Madrazo y allí conocería a otros pintores jóvenes como Eduardo Rosales o Raimundo de Madrazo y, tras avezarse en el grabado junto a su hermano Bernardo, en 1856 hace su primera salida de Castilla, en esta ocasión a Covadonga, mientras que el verano del año siguiente visita Andalucía de la mano del pintor alicantino Plácido Francés, cuya familia vive en Dílar. Esta circunstancia le hace conocer el paisaje de Sierra Nevada que antepone en importancia a su visita a la Alhambra, durmiendo en el campo junto a los pastores, sacando dibujos de mulos, cabras y montañas nevadas. Según sus propias palabras: "Entonces creíamos los jóvenes que cuanto más lejos se iba y más alto se subía eran mejor los paisajes, error que el tiempo se ha encargado de desvanecer".
El caso es que este verano toma conocimiento de unas piedras hincadas en el suelo que los lugareños llaman las 'agujas de Dílar' y se acerca a ellas para dibujarlas y realizar un cuadro, en el que identificó el origen prehistórico del lugar, aunque con acepciones erróneas, pues lo titulóMonumentos celtas en la provincia de Granada que se reprodujo en el Museo Universal. Poco más sabemos de estas andanzas, salvo el cuaderno de bocetos que hoy se conserva en la Hispanic Society de Nueva York hasta hace poco catalogado como realizado en los Pirineos.
Tras su marcha, Martín Rico siguió formándose estudiando a los maestros antiguos en el Prado, el Louvre y la National Gallery, al tiempo que conseguía una beca para estudiar y trabajar en París, donde conoce a Pisarro y Manet, entre otros. Mientras pinta y consigue éxito en los salones de Madrid y París, embebiéndose de la nueva forma de pintar que se forjaba en Francia, trasladando su interés hacia al paisaje, a la contra de sus compañeros españoles que se esforzaban en la pintura de corte histórico, como Eduardo Rosales. Por estas fechas conoce a Fortuny y a Ricardo Madrazo, trabajan conjuntamente y consigue sus primeras ventas de paisajes gracias a un marchante parisino.
Pero en julio de 1870 estalla el conflicto franco-prusiano y Martín Rico, junto a su esposa, decide volver a España a la casa familiar de El Escorial, allí caen las primeras nevadas y Fortuny le escribe desde Granada: "Vente aquí… No hay pintores… es más pintoresco que Sevilla. Tengo una casa por estudio donde se puede pintar al aire libre, sin vecinos, con la vista sobre la Vega y unos efectos de sol magníficos" y, sin dudarlo, encamina sus pasos hasta la ciudad nazarita, a donde llega a tiempo de festejar el Año Nuevo. Ya en Granada, los dos amigos se reúnen en la Posada de Siete Suelos y mantienen tertulias con los artistas que la frecuentan. Personajes como el pintor francés Gérôme o Federico Madrazo, que dio cuenta de que Rico se conocía la ciudad como la palma de su mano.
Aquí y durante casi un año de trabajo intenso, Rico se deja influir por Fortuny y pinta varios cuadros importantes que eran enviados a Londres a casa del marchante Goupil, que se los compraba a buen precio, al tiempo que seguía realizando bocetos en sus cuadernos de apuntes, especialmente de niños y gatos; animal abundante en Granada y por el que sentía cierta predilección, ya que lo incluye en algunos de sus lienzos, especialmente en el monumental El patio de la escuela, donde consolidan una sensación de tranquilidad que aporta la chiquillería que se enfila espaldas a la pared de una casa morisca, mientras una maestra vigila las labores de costura que realizan las niñas. Esta obra es una fantasía, muy al gusto de Fortuny, en la que los apuntes costumbristas se insertan en un espacio, recreado a mitad de camino de los palacios nazaríes y la doméstica vivienda morisca granadina.
Nueve cuadros más pintaría Rico aquí -que sepamos- y uno de los más importantes, conservado en el Museo del Prado, es La torre de las Damas, vista tomada probablemente desde la torre del Peinador y en la que muestra el aspecto colgante sobre el barranco, al tiempo que resalta el hecho de que era una propiedad privada poblada de vecinos, con el detalle de la colcha en la ventana o el grupo de niños que juegan con una jaula y su pajarillo. La composición la presiden, en primer plano, unos álamos que se salen de cuadro y otorgan la profundidad y escala de la obra. Sin duda, una pieza maestra del paisaje granadino.
Un cuadro similar, dentro de lo que cabe, es el que realiza de la Entrada del Generalife. Finca que en ese momento es una propiedad privada y que él estructura con los cipreses en primer término y la banda izquierda aclarada por el cielo, lo que le da nuevamente la sensación de edificio colgado; mientras que al fondo, diminutas y junto a la entrada, un grupo de tres mujeres hablan tranquilamente mientras se abanican. Aquí es curioso ver como incluye en el ángulo inferior izquierdo una pieza arqueológica, versión miniaturizada de la taza de la fuente de los Leones de la Alhambra.
Pero donde la fantasía compositiva de Martín Rico se va a desbordar, es en el Patio de Santa Isabel o Patio de un convento granadino. Aquí un amplio patio presidido por una fuente, que es una representación versionada de la del Patio de Lindaraja, estructura un ambiente más de huerta que de jardín, mientras en el rincón se enseñorea un poblado ciprés que compite con el alminar de San Juan de los Reyes, al tiempo que una galería de arcos de medio punto es soportada por capiteles nazaríes y se abre un típico balcón en saledizo característico de las edificaciones civiles granadinas. Este cuadro fue vendido por Goupil a un coleccionista americano que lo legó al Metropolitan de Nueva York, donde hoy se puede contemplar.
No obstante su amplia producción granadina, Martín Rico se iría de Granada en octubre de 1871, pues sus compañeros pintores iniciaron un viaje al norte de África con la intención de hacer pintura orientalista, algo que a él no le interesaba. Volvió a Madrid y de allí a Italia, especialmente Venecia, donde vivió sus últimos años, hasta 1902, tras haber dejado un maravilloso repertorio de vistas de la ciudad de los canales.
El caso es que este verano toma conocimiento de unas piedras hincadas en el suelo que los lugareños llaman las 'agujas de Dílar' y se acerca a ellas para dibujarlas y realizar un cuadro, en el que identificó el origen prehistórico del lugar, aunque con acepciones erróneas, pues lo titulóMonumentos celtas en la provincia de Granada que se reprodujo en el Museo Universal. Poco más sabemos de estas andanzas, salvo el cuaderno de bocetos que hoy se conserva en la Hispanic Society de Nueva York hasta hace poco catalogado como realizado en los Pirineos.
Tras su marcha, Martín Rico siguió formándose estudiando a los maestros antiguos en el Prado, el Louvre y la National Gallery, al tiempo que conseguía una beca para estudiar y trabajar en París, donde conoce a Pisarro y Manet, entre otros. Mientras pinta y consigue éxito en los salones de Madrid y París, embebiéndose de la nueva forma de pintar que se forjaba en Francia, trasladando su interés hacia al paisaje, a la contra de sus compañeros españoles que se esforzaban en la pintura de corte histórico, como Eduardo Rosales. Por estas fechas conoce a Fortuny y a Ricardo Madrazo, trabajan conjuntamente y consigue sus primeras ventas de paisajes gracias a un marchante parisino.
Pero en julio de 1870 estalla el conflicto franco-prusiano y Martín Rico, junto a su esposa, decide volver a España a la casa familiar de El Escorial, allí caen las primeras nevadas y Fortuny le escribe desde Granada: "Vente aquí… No hay pintores… es más pintoresco que Sevilla. Tengo una casa por estudio donde se puede pintar al aire libre, sin vecinos, con la vista sobre la Vega y unos efectos de sol magníficos" y, sin dudarlo, encamina sus pasos hasta la ciudad nazarita, a donde llega a tiempo de festejar el Año Nuevo. Ya en Granada, los dos amigos se reúnen en la Posada de Siete Suelos y mantienen tertulias con los artistas que la frecuentan. Personajes como el pintor francés Gérôme o Federico Madrazo, que dio cuenta de que Rico se conocía la ciudad como la palma de su mano.
Aquí y durante casi un año de trabajo intenso, Rico se deja influir por Fortuny y pinta varios cuadros importantes que eran enviados a Londres a casa del marchante Goupil, que se los compraba a buen precio, al tiempo que seguía realizando bocetos en sus cuadernos de apuntes, especialmente de niños y gatos; animal abundante en Granada y por el que sentía cierta predilección, ya que lo incluye en algunos de sus lienzos, especialmente en el monumental El patio de la escuela, donde consolidan una sensación de tranquilidad que aporta la chiquillería que se enfila espaldas a la pared de una casa morisca, mientras una maestra vigila las labores de costura que realizan las niñas. Esta obra es una fantasía, muy al gusto de Fortuny, en la que los apuntes costumbristas se insertan en un espacio, recreado a mitad de camino de los palacios nazaríes y la doméstica vivienda morisca granadina.
Nueve cuadros más pintaría Rico aquí -que sepamos- y uno de los más importantes, conservado en el Museo del Prado, es La torre de las Damas, vista tomada probablemente desde la torre del Peinador y en la que muestra el aspecto colgante sobre el barranco, al tiempo que resalta el hecho de que era una propiedad privada poblada de vecinos, con el detalle de la colcha en la ventana o el grupo de niños que juegan con una jaula y su pajarillo. La composición la presiden, en primer plano, unos álamos que se salen de cuadro y otorgan la profundidad y escala de la obra. Sin duda, una pieza maestra del paisaje granadino.
Un cuadro similar, dentro de lo que cabe, es el que realiza de la Entrada del Generalife. Finca que en ese momento es una propiedad privada y que él estructura con los cipreses en primer término y la banda izquierda aclarada por el cielo, lo que le da nuevamente la sensación de edificio colgado; mientras que al fondo, diminutas y junto a la entrada, un grupo de tres mujeres hablan tranquilamente mientras se abanican. Aquí es curioso ver como incluye en el ángulo inferior izquierdo una pieza arqueológica, versión miniaturizada de la taza de la fuente de los Leones de la Alhambra.
Pero donde la fantasía compositiva de Martín Rico se va a desbordar, es en el Patio de Santa Isabel o Patio de un convento granadino. Aquí un amplio patio presidido por una fuente, que es una representación versionada de la del Patio de Lindaraja, estructura un ambiente más de huerta que de jardín, mientras en el rincón se enseñorea un poblado ciprés que compite con el alminar de San Juan de los Reyes, al tiempo que una galería de arcos de medio punto es soportada por capiteles nazaríes y se abre un típico balcón en saledizo característico de las edificaciones civiles granadinas. Este cuadro fue vendido por Goupil a un coleccionista americano que lo legó al Metropolitan de Nueva York, donde hoy se puede contemplar.
No obstante su amplia producción granadina, Martín Rico se iría de Granada en octubre de 1871, pues sus compañeros pintores iniciaron un viaje al norte de África con la intención de hacer pintura orientalista, algo que a él no le interesaba. Volvió a Madrid y de allí a Italia, especialmente Venecia, donde vivió sus últimos años, hasta 1902, tras haber dejado un maravilloso repertorio de vistas de la ciudad de los canales.
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