Catedrático de Derecho Constitucional y eurodiputado socialista
En esta recta final del primer periodo de sesiones de la legislatura europea 2014-2019, el último pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo debate sobre presupuestos y sobre inmigración. Son asuntos en los que se distinguen claramente las tres narrativas que pugnan por imponerse en el escenario europeo. Son tres relatos distintos, cada uno de ellos en busca de una mayoría política y una hegemonía ideológica que ensanche las fronteras actuales de sus respectivos electorados. Y los tres mantienen su combate en las políticas nacionales, como ejemplifica España.
La primera narrativa es la conservadora. La crisis, según su dictado, fue la consecuencia del mal comportamiento de Gobiernos nacionales manirrotos y despilfarradores. De acuerdo con su tesis, una vez se restablezcan las macromagnitudes (deuda pública, déficit presupuestario), con su ojo derecho puesto siempre en el control de la inflación, "everything will be back to normal" (todo volverá a la normalidad). Ninguna agenda, por tanto, de reformas democráticas ni institucionales: basta reflotar la zona euro, aun a costa de un crecimiento raquítico (apenas unos milímetros lejos del estancamiento), paro sin precedentes (masivo en España y Grecia) y desigualdad social rampante (exasperada en España).
La segunda narrativa es la populista. En cualquiera de sus variaciones -desde la extrema derecha a lo que se reclama de la izquierda radical-, es la que protesta abruptamente contra el tablero de juego y las reglas establecidas, impugnando de raíz el mérito del proyecto europeo y de su razón de ser a estas alturas de la Historia e incluyendo el rechazo al euro cuando no a la propia UE y a las otras formas de cooperación transeuropea (Consejo de Europa). Conecta efectivamente con buena parte de quienes se sienten vapuleados por el terriblemente injusto manejo de la crisis. Del mismo modo en que rechazan el Tratado de Lisboa, culpando al edificio (y a su diseño) del malestar en su interior, en España culpan al "régimen constitucional" del 78 y estigmatizan a los actores políticos "tradicionales" (partidos y sindicatos) dándolos por muertos o inviables. Pero la viabilidad de sus programas y propuestas está todavía inédita, por no hablar de la falta de sometimiento a contraste de sus efectos prácticos.
La tercera vía es la socialista, con vocación de mayoría en un amplio espectro de centro izquierda. No pretende derrumbar el edificio, ni el europeo ni el nacional. Propugna, en sí, reformas serias. Y propone convocar las instancias políticas y constituidas previamente para acometer reformas de alcance constitucional. Y, lo más importante, los socialistas estamos convencidos de que ni el malestar ni la desigualdad remitirán simplemente con la reverberación propagandística de un punto de PIB.
Sin empleo digno ni dignidad en el trabajo, sin reformas democráticas, sin una lectura profunda y severa de las tremendas lecciones de esta crisis, no habrá recuperaciónpara una mayoría que ha perdido tanto en el manejo de la crisis -el trabajo, la vivienda, la confianza y hasta la esperanza- que no será recuperada hasta que no se la convoque para escucharla y actuar en consecuencia.
De estas tres narrativas en pugna, hay expresiones paladinas en la contienda española. La primera ocasión en que las urnas delinearán las posiciones de cada una y las opciones para alzarse con la mayoría social, política y electoral, está ya cerca en el calendario: mayo de 2015, elecciones locales y autonómicas; noviembre de 2015, elecciones generales, otro Gobierno de España.
El paréntesis de fin de año, diciembre de 2014, vendrá pronto sucedido por una batalla ideológica, política y electoral en el que la crudeza de la confrontación no podrá tampoco permitirse la práctica de la tierra quemada. También en España urgen las reformas orientadas a pactar constitucionalmente nuevas reglas. Y la mayoría resultante debería convocar y escuchar a quienes entonces obtengan alguna representación de la ciudadanía.
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