Periodista de la ONG Alianza por la Solidaridad
Europa no está actuando a la altura de la barbaridad que lleva años viviendo en sus costas y en sus fronteras. ¿Qué más queremos ver para reaccionar? ¿Ver los muertos que llegan a nuestras orillas como ocurrió hace unos días con Aylan Kurdi, el niño de 3 años que apareció sin vida en las playas turcas?
La respuesta política ante tanto drama es ¿auxiliar a quienes lo necesitan? Al contrario. Es cerrar más aún las fronteras haciendo crecer el número y la altura de las vallas y reforzando el papel de policía del Frontex. Y no sólo eso. Nuestros gobernantes se dedican a acompañar estas medidas con mantras migratorios falsos que aluden al efecto llamada. Y la cosa ha seguido de mal en peor en un año en el que hemos sufrido la mayor crisis de desplazados forzosos desde la Segunda Guerra Mundial debido a conflictos armados como el de Siria o Somalia, violencia y violaciones de derechos humanos en muchos países de África. Y lo hacen racaneando, por ejemplo, el número de refugiados que España debe acoger ante tamaña crisis migratoria (1.300 frente a los 4.288 personas que pedía Bruselas). O aplicando una Convención de Dublín que gestiona el asilo en Europa y que pide a gritos una revisión.
Fuera de las fronteras, las cosas están aún peor, aunque no las veamos. Alianza por la Solidaridad, como organización que trabaja apoyando a las personas en su ruta migratoria por África, viene observando que estas políticas de hostigamiento y persecución a los migrantes no sólo se dan en Europa sino que se han incrementado en los países que son nuestra frontera exterior, como Marruecos, Argelia, Senegal o Mauritania. Y lo que es más miserable, la ayuda al desarrollo para estos países se vincula al control migratorio que deben hacer los Estados para retener a los migrantes y que no lleguen a Europa.
El poder de la gente
Felizmente, la ciudadanía vuelve a estar por delante de la política. Los ciudadanos y ciudadanas organizados han creado movimientos de solidaridad admirables que están provocando, por ejemplo, que la UE proponga aumentar el número de refugiados que acoge y triplicar su inicial previsión.
La ciudadanía alemana ha creado una campaña denominada Refugees Welcome ('Refugiados Bienvenidos'), que ofrece alojamiento a aquellas personas que huyen de sus países en dificultades. La plataforma ha permitido que miles de personas ofrezcan sus hogares a las personas que son perseguidos en sus países.
El Ejecutivo islandés había anunciado su plan de acoger a cincuenta refugiados del conflicto sirio. 10.000 personas ya se han ofrecido a acoger o ayudar a refugiados sirios en una página de Facebook y el Gobierno ha anunciado que se replanteará esta cifra.
En España también. Hace unos día,s ciudades como Barcelona, Madrid o A Coruña han querido sumarse a las ciudades-refugio, y ayer, el Ayuntamiento de Madrid confirmó que destinará diez millones de euros a apoyar a estos refugiados. Diversos colectivos de apoyo a los migrantes están pidiendo que Sevilla también se una a esta red. Valencia está negociando con los bancos viviendas para los que huyen de la guerra.
Las fotos del niño Aylan se olvidarán en unos días, pero ¿habrá conseguido aumentar la voluntad política para cambiar las cosas? No lo parece.
El apoyo a los refugiados no es un buen gesto de los Gobiernos ni, sólo, una decisión ética ante el sufrimiento ajeno. Es una obligación legal reconocida en los acuerdos internacionales. No es un capricho, sino un deber.
Dice nuestro Código Penal que "incurre en un delito de omisión del deber de socorro la persona que no ayuda a otra que se encuentra desamparada y en peligro manifiesto y grave, cuando pudiera hacerlo sin ningún riesgo ni para sí mismo ni para terceros."
Refugees, welcome. Eso os gritamos desde muchos lugares. No queremos seguir avergonzándonos de nuestros políticos.
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