Médico de familia
Foto: EFE |
Hace unos años se implementó en Madrid un proyecto que, como muchos otros, acabó en agua de borrajas. La Consejería de Sanidad quería que la ciudadanía valorase los cuidados sanitarios que recibía adjuntando una factura sanitaria virtual al alta de una estancia de hospital o al salir de un servicio de urgencia o de un centro de salud. Aquello, como digo, no pasó de proyecto y terminó olvidado en algún cajón. La idea subyacente me parece merecedora de rescate, no tanto por el método sino por la reflexión: ¿sabemos lo que vale la sanidad?, ¿conocemos lo que valen los servicios sanitarios?. En España me parece que no. Esto se explica por la cobertura casi universal del seguro de salud público y por el 25% de la población que usa seguros privados o ambos. Muy poca gente paga en el acto sus servicios sanitarios privados. En consecuencia, no hay forma de que recordemos cuánto vale una consulta médica, una cura de enfermería, un aviso a domicilio, una consulta especializada o una atención urgente. En la mayoría de los casos, no nos cuesta dinero directo, tenemos la impresión de que nos sale gratis, y quizá por ello usemos cada vez más estos servicios.
Muchos conocen lo que cuesta una visita de un profesional en fontanería, electricidad, calderas o cerraduras, algunos habrán tenido incluso que requerir algún servicio nocturno o urgente. ¿Qué pasaría si cuando requerimos un servicio sanitario nos tocase pagar una parte?
El escenario de los copagos no es plato de gusto para ningún partido político, pese a que su actitud hacia ellos es notoriamente diferente. Saben que tienen un precio político y cuestan muchos votos. El verdadero problema surgirá cuando no tengan más remedio que aplicarlos por exigencias del guión. Y en una coyuntura de decrecimiento y presupuestos menguantes, esto terminará pasando. Si no somos capaces de ahorrar en mecanismos del Estado redundantes, corruptelas varias, asesores, gastos superfluos y demás no tendremos más remedio que seguir sufriendo recortes en servicios públicos. En sanidad será preciso priorizar el apartado de farmacia por un lado y el apartado de personal por otro. Repensar qué coberturas, servicios y programas son básicos y universales y cuáles son secundarios y cofinanciables. Este proceso es doloroso, como lo es toda operación que exige abrir la piel y exponer tejidos vulnerables con la intención de eliminar lo que está poniendo en riesgo la vida del paciente y remendar lo que precisa refuerzo y curación. La anestesia para acometer este proceso no debería ser narcótica en nuestro caso, sino todo lo contrario. Precisamos lucidez, información cierta y profesionales honrados que nos ayuden en el proceso de elección.
Como profesional de a pie, estoy lejos de los despachos y pasillos en los que se guisan las políticas sanitarias, pero esto no merma mi capacidad de discernimiento. Cada año sufro en mis carnes la reducción del presupuesto, cada vez menos suplentes, cada vez más saturación, más pacientes, más complejidad a la que atender en menos tiempo. Todo tiene un límite, y esto también.
Lo que no tengo tan claro es que podamos abordar este proceso de reformulación del sistema sanitario y de priorización de sus servicios de forma autónoma. De momento, llevamos décadas sin dar pasos hacia una solución ni proponer ideas consistentes. Bueno, proponer ideas sí lo hemos hecho, pero me temo que cada uno la suya, y así no hay forma de ir a ninguna parte. Cuando una delegación de tecnócratas de Bruselas venga con el pliego de alternativas seguramente no nos guste. Sean ellos o sean simplemente las leyes del mercado y las arcas públicas vacías, al final terminaremos enfrentando lo inevitable: habrá que pagar más por el seguro sanitario.
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