La expansión del comercio global a gran escala ha rescatado de la pobreza a millones de trabajadores en los países emergentes. Extraordinaria inversión extranjera directa en esos países.
ROGELIO VELASCO
DESDE la década de los ochenta, los organismos internacionales, los gobiernos de países desarrollados y emergentes, y una mayoría de la comunidad académica, han defendido buena parte de las agendas de política económica que están detrás de los términos neoliberalismo y globalización.
Han pasado ya más de tres décadas y numerosos artículos académicos y documentos técnicos de organismos internacionales (FMI, OCDE) están llevando a cabo un balance de los resultados obtenidos.
Tres pilares fundamentales han sostenido la base de la agenda liberal. En primer lugar, el aumento de la competencia entre las empresas. Ese incremento en la competencia se ha conseguido a través de la desregulación de los mercados, permitiendo que entraran nuevos jugadores y aboliendo las situaciones de monopolio público que existían en muchos mercados importantes. Desde el transporte por cualquier medio, a los servicios básicos de electricidad, telecomunicaciones o de logística, se han abierto a la competencia en todos los países occidentales y en muchos de los emergentes. Esa competencia, ha sido adicionalmente estimulada a través del incremento de la Inversión Extranjera Directa, por la que muchas multinacionales han adquirido empresas prestadoras de servicios en otros países, compitiendo entre ellas.
El segundo pilar, ha sido la reducción del papel del Estado en las economías, que se ha llevado a cabo básicamente a través de la privatización de antiguas grandes empresas y monopolios estatales. A esto se ha añadido posteriormente límites al gasto y a la deuda públicas, como consecuencia de los grandes ajustes aplicados durante la crisis.
Y en tercer lugar, la progresiva liberalización del comercio internacional, suprimiendo aranceles y otras barreras no arancelarias, ha impulsado las relaciones económicas a nivel global hasta unos niveles desconocidos anteriormente.
¿Cuáles han sido las consecuencias? La expansión del comercio global a gran escala ha rescatado de la pobreza a millones de trabajadores en los países emergentes. La segunda ha sido el extraordinario aumento de la inversión extranjera directa hacia esos mismos países. Este proceso es una manera de transferir rápidamente las últimas tecnologías y know-how, esto es, prácticas científicas, de ingeniería, económicas o legales mucho mejores que la que los países receptores de la inversión extranjera tenían con anterioridad. Además, la privatización de grandes empresas estatales ha conducido, en la mayoría de los casos, a una provisión más eficiente de los servicios públicos, reduciendo, además, la carga fiscal del Estado, al suprimir las pérdidas recurrentes que esas empresas sufrían.
Sin embargo, otros aspectos no son positivos y representan un reto para su mejora. Los beneficios globales no están claros para muchos países. El fenómeno ha sido global, pero no para todas las economías. En segundo lugar, el coste en términos de una mayor desigualdad es innegable y representa el intercambio entre crecimiento e igualdad de la agenda neoliberal. El asunto no es sólo una cuestión de justicia social; el incremento de la desigualdad también depara efectos negativos para el crecimiento y su sostenibilidad.
Adicionalmente, no están claros en todos los casos los beneficios de la mayor apertura, especialmente de los flujos de capitales. Sin duda, la inversión extranjera que llevan a cabo las empresas resulta beneficiosapara los países que las reciben. Pero los flujos de capitales a corto plazo han generado numerosos episodios de elevada volatilidad de las monedas, y cuando esos flujos se han retirado a gran escala por temor a una crisis en un país concreto han producido graves problemas a los países receptores. La apertura sin restricciones a los capitales internacionales representa un elemento de riesgo elevado para los países emergentes, como el FMI y otras instituciones han reconocido en varios trabajos de investigación recientes. En consecuencia, la visión actual tiende más a favorecer los controles de capitales a corto plazo que a su movimiento sin restricciones.
Otro de los elementos de la agenda liberal que se está revisando es el de la reducción de la deuda pública. En países como EEUU o Alemania, en donde no existe ningún riesgo de impago y con unos tipos de interés negativos a largo plazo, lo racional, desde el punto de vista económico, no es sólo no reducir la deuda, sino endeudarse para invertir a largo plazo en infraestructuras y en I+D, porque su aportación al crecimiento económico y su rendimiento van a ser muy superiores a su coste.
Escenario distinto es el de países en donde si existe el riesgo de impago y están muy endeudados, porque inicialmente no tendrán más opciones que reducir gasto y deuda, aunque posteriormente esas reducciones se hagan a un ritmo más lento para no perjudicar el propio proceso de salida de una crisis. De hecho, la evidencia empírica reciente muestra que si la consolidación fiscal se lleva a cabo muy rápidamente, por cada 1% de consolidación fiscal, aumenta el desempleo a largo plazo en un 0,6% y el índice de Gini (que mide la desigualdad) aumenta un 1,5% en el plazo de 5 años.
Estos efectos negativos se autoalimentan, porque una mayor desigualdad conduce a una peor educación que, a su vez provoca menor crecimiento y mayor desigualdad.
Esta evidencia debería conducir a una aproximación más matizada de la agenda liberal para resolver los problemas de economías en crisis. En particular, en lugar de una visión año a año de la deuda y el déficit públicos -como se ha venido haciendo- otra que opte por el medio plazo y sea creíble, de manera que permita combinar el crecimiento orgánico de las economías, con una reducción paulatina de la deuda hasta niveles sostenibles. Y colocar el problema de la desigualdad de manera prioritaria en esa agenda.
Han pasado ya más de tres décadas y numerosos artículos académicos y documentos técnicos de organismos internacionales (FMI, OCDE) están llevando a cabo un balance de los resultados obtenidos.
Tres pilares fundamentales han sostenido la base de la agenda liberal. En primer lugar, el aumento de la competencia entre las empresas. Ese incremento en la competencia se ha conseguido a través de la desregulación de los mercados, permitiendo que entraran nuevos jugadores y aboliendo las situaciones de monopolio público que existían en muchos mercados importantes. Desde el transporte por cualquier medio, a los servicios básicos de electricidad, telecomunicaciones o de logística, se han abierto a la competencia en todos los países occidentales y en muchos de los emergentes. Esa competencia, ha sido adicionalmente estimulada a través del incremento de la Inversión Extranjera Directa, por la que muchas multinacionales han adquirido empresas prestadoras de servicios en otros países, compitiendo entre ellas.
El segundo pilar, ha sido la reducción del papel del Estado en las economías, que se ha llevado a cabo básicamente a través de la privatización de antiguas grandes empresas y monopolios estatales. A esto se ha añadido posteriormente límites al gasto y a la deuda públicas, como consecuencia de los grandes ajustes aplicados durante la crisis.
Y en tercer lugar, la progresiva liberalización del comercio internacional, suprimiendo aranceles y otras barreras no arancelarias, ha impulsado las relaciones económicas a nivel global hasta unos niveles desconocidos anteriormente.
¿Cuáles han sido las consecuencias? La expansión del comercio global a gran escala ha rescatado de la pobreza a millones de trabajadores en los países emergentes. La segunda ha sido el extraordinario aumento de la inversión extranjera directa hacia esos mismos países. Este proceso es una manera de transferir rápidamente las últimas tecnologías y know-how, esto es, prácticas científicas, de ingeniería, económicas o legales mucho mejores que la que los países receptores de la inversión extranjera tenían con anterioridad. Además, la privatización de grandes empresas estatales ha conducido, en la mayoría de los casos, a una provisión más eficiente de los servicios públicos, reduciendo, además, la carga fiscal del Estado, al suprimir las pérdidas recurrentes que esas empresas sufrían.
Sin embargo, otros aspectos no son positivos y representan un reto para su mejora. Los beneficios globales no están claros para muchos países. El fenómeno ha sido global, pero no para todas las economías. En segundo lugar, el coste en términos de una mayor desigualdad es innegable y representa el intercambio entre crecimiento e igualdad de la agenda neoliberal. El asunto no es sólo una cuestión de justicia social; el incremento de la desigualdad también depara efectos negativos para el crecimiento y su sostenibilidad.
Adicionalmente, no están claros en todos los casos los beneficios de la mayor apertura, especialmente de los flujos de capitales. Sin duda, la inversión extranjera que llevan a cabo las empresas resulta beneficiosapara los países que las reciben. Pero los flujos de capitales a corto plazo han generado numerosos episodios de elevada volatilidad de las monedas, y cuando esos flujos se han retirado a gran escala por temor a una crisis en un país concreto han producido graves problemas a los países receptores. La apertura sin restricciones a los capitales internacionales representa un elemento de riesgo elevado para los países emergentes, como el FMI y otras instituciones han reconocido en varios trabajos de investigación recientes. En consecuencia, la visión actual tiende más a favorecer los controles de capitales a corto plazo que a su movimiento sin restricciones.
Otro de los elementos de la agenda liberal que se está revisando es el de la reducción de la deuda pública. En países como EEUU o Alemania, en donde no existe ningún riesgo de impago y con unos tipos de interés negativos a largo plazo, lo racional, desde el punto de vista económico, no es sólo no reducir la deuda, sino endeudarse para invertir a largo plazo en infraestructuras y en I+D, porque su aportación al crecimiento económico y su rendimiento van a ser muy superiores a su coste.
Escenario distinto es el de países en donde si existe el riesgo de impago y están muy endeudados, porque inicialmente no tendrán más opciones que reducir gasto y deuda, aunque posteriormente esas reducciones se hagan a un ritmo más lento para no perjudicar el propio proceso de salida de una crisis. De hecho, la evidencia empírica reciente muestra que si la consolidación fiscal se lleva a cabo muy rápidamente, por cada 1% de consolidación fiscal, aumenta el desempleo a largo plazo en un 0,6% y el índice de Gini (que mide la desigualdad) aumenta un 1,5% en el plazo de 5 años.
Estos efectos negativos se autoalimentan, porque una mayor desigualdad conduce a una peor educación que, a su vez provoca menor crecimiento y mayor desigualdad.
Esta evidencia debería conducir a una aproximación más matizada de la agenda liberal para resolver los problemas de economías en crisis. En particular, en lugar de una visión año a año de la deuda y el déficit públicos -como se ha venido haciendo- otra que opte por el medio plazo y sea creíble, de manera que permita combinar el crecimiento orgánico de las economías, con una reducción paulatina de la deuda hasta niveles sostenibles. Y colocar el problema de la desigualdad de manera prioritaria en esa agenda.
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