El centro Ángel Ganivet ofrece programas de acogida inmediata a niños en situaciones difíciles La mayoría son menores inmigrantes no acompañados cuya tutela asume la Junta de Andalucía
LOURDES MINGORANCE GRANADA
Cada día cientos de niños de todo el mundo emprenden un largo viaje sin rumbo en busca de una oportunidad. Lo hacen después de hipotecar a media familia a cambio de enviar algún día dinero a casa. Un hogar que queda lejos y donde la miseria y la guerra sacude la tierra con más frecuencia de lo que cuentan los telediarios. Los bajos de un camión o las pateras custodiadas por las mafias se convierten en el medio de transporte de estos menores que en ocasiones eligen Granada para emprender su nuevo proyecto de vida. Todo, a pesar de que empezar de cero nunca es fácil y, para un niño, menos todavía.
No obstante, existe en la capital un lugar donde estos niños tienen la oportunidad de reescribir su futuro. Se trata del Centro Ganivet, un espacio ubicado en la Calle Real de la Alhambra donde tienen la posibilidad de acogerse a los distintos recursos que ofrece la Junta de Andalucía para menores en situaciones de desamparo. Un proceso que comienzan junto a otros niños que por desgracia también arrastran un pasado demoledor pese a su corta edad. "Este es un centro de protección de menores de titularidad pública" explica Montse Martínez, la directora del centro desde el mes de julio de 2014. Según cuenta, hasta el Ganivet llegan cada día menores en distintas circunstancias que necesitan una acogimiento urgente, para un posterior diagnóstico y derivación hacia las distintas alternativas que ofrece la Junta de Andalucía como familias de acogida o espacios concertados.
Aunque el centro está abierto a todo tipo de menores, Martínez reconoce que en este edificio construido por los años treinta y que tiene una larga historia asistencial, suele haber un mayor porcentaje de menores extranjeros no acompañados (MENAs) procedentes de países como Ghana, Camerún o Marruecos que han llegado a Granada después de vivir un auténtico camino de obstáculos. "Actualmente tenemos 25 plazas. Hay épocas en que con el buen tiempo y la proximidad de las costas superamos esa cifra. Si llegan de forma masiva se activa un plan de emergencia y esos menores se derivan a otros recursos de la Junta de Andalucía para intentar reconducir siempre a las 25 plazas", detalla.
El primer objetivo del espacio es brindar a estos niños varones de entre 13 y 18 años un proyecto educativo individualizado que se elabora durante los dos meses que aproximadamente dura la estancia en este centro de régimen semiabierto. Después, son derivados a otros centros de carácter concertado dependiendo de sus necesidades. "El primer paso es matricularlos en un centro educativo. Además, nos gusta ubicarlos en el espacio porque llegan completamente desorientados. Hacemos el primer trayecto al instituto juntos y después les damos un bonobús para que vayan solos y tengan plena autonomía", explica Martínez.
En Ganivet también se les ofrecen todas las comidas diarias, ropa, clases de español y actividades extraescolares o culturales para que conozcan la ciudad. "El equipo educativo presenta semanalmente su programa de salidas culturales, al pantano etc.", detalla la directora de este centro que se rige por un sistema de puntos. Cuantos más acumulen por sus buenas acciones estos niños, más reconocimientos o paga semanal recibirán. Un dinero que, a pesar de ser muy reducido, -en torno a los nueve euros- algunos llegan a ahorrar durante la estancia. "Se lo damos en un sobre y, en ocasiones nos dicen que se lo guardemos. Algunos, por poco que sea, se lo mandan a sus padres o hermanos", destaca Martínez que relata cómo estos niños han asumido verdaderos roles de "cabezas de familia".
Pero, si hay algo que brindan los educadores en este centro y que no se recoge en los trámites burocráticos es el calor humano. "La calidez en la recepción es muy importante. A veces vienen exhaustos, llenos de grasa tras pasar horas bajo un camión en unas condiciones lamentables y con heridas. Es importante tranquilizarlos", reconoce la directora que detalla que, aunque existe una barrera idiomática, un gesto de cariño vale mucho más que las palabras. "Vienen jóvenes con historias muy dramáticas para quienes una caricia ha sido siempre un tortazo. Al principio marcan las distancias, pero ves como poco a poco se van acercando. Al final te dan besos y abrazos. Nosotros no trabajamos con papeles, sino con emociones y sentimientos", remarca.
En verano, cuando no hay instituto, los menores realizan otro tipo de actividades y disponen de más tiempo libre en la calle. Las puertas del centro suelen permanecer cerradas durante todo el día. Sin embargo, por la tarde abren para que los niños salgan a dar una vuelta. La hora de regreso permitida no puede sobrepasar las 23:30 en esta estación. "En verano hay más flexibilidad, pero en invierno solo se puede hasta esa hora los viernes y sábados. El resto de los días deben regresar antes de la hora de la cena, a las 20:30".
Mientras habla, un grupo de niños se lanzan en bomba a la piscina ubicada en un patio enorme. Otro se reta con una monitora al tres en raya mientras que, en la sala de usos múltiples varios jóvenes participan en talleres de manualidades. Este centro, en el que conviven niños de varias culturas como una gran familia, es el mismo donde el pasado siete de julio varios menores se enfrentaron a la policía para evitar el traslado de un compañero. Unos hechos que se saldaron con tres policías heridos, diez menores detenidos y dos fugados que finalmente fueron localizados. Altercado que, según remarca la directora, no representa el día a día. "Siempre que haces una búsqueda del centro en internet solo aparecen disturbios. Es una pena. Realmente me parece que no refleja la realidad. Aquí llegan menores en situaciones muy complicadas. Hay discusiones como en cualquier familia pero también momentos buenos", expone. "No hay que olvidar que se trata de adolescentes en pleno proceso de construcción de su identidad, sin una familia como referente, que llegan aquí con un punto de inflexión y de ruptura que tienen que deconstruir para empezar de cero en este país", apostilla la directora que ha presenciado multitud de finales felices.
A lo largo de 2016, el centro ha acogido a 256 niños. Una cifra muy superior a los menores acogidos a lo largo de 2015 en los primeros seis primeros meses del año que ascendió a 157 mientras que en 2014 fueron 115. "Hemos tenido un aumento muy significativo, explicó Martínez que achaca estas cifras a los cambios en los movimientos migratorios. "Los conflictos bélicos están provocando muchas salidas". Dos de los países de procedencia más frecuentes de estos menores son Ghana y Camerún aunque hay niños de otras procedencias. La Junta de Andalucía asume su tutela y les ofrece un itinerario educativo y laboral.
Martínez no oculta que en algunos casos también hay menores que deciden abandonar el centro. "Hay jóvenes que vienen con un proyecto de vida muy claro. Desean llegar a otros puntos como Madrid, Barcelona o Francia porque ya tienen conocidos o familiares allí, y en una de las salidas no regresan". A lo largo de su camino encuentran otros recursos en el resto de comunidades mientras que el centro continúa trabajando para quienes deciden quedarse y formarse. Todo, para brindar a estos niños las herramientas para construir, en dos meses, toda una vida.
No obstante, existe en la capital un lugar donde estos niños tienen la oportunidad de reescribir su futuro. Se trata del Centro Ganivet, un espacio ubicado en la Calle Real de la Alhambra donde tienen la posibilidad de acogerse a los distintos recursos que ofrece la Junta de Andalucía para menores en situaciones de desamparo. Un proceso que comienzan junto a otros niños que por desgracia también arrastran un pasado demoledor pese a su corta edad. "Este es un centro de protección de menores de titularidad pública" explica Montse Martínez, la directora del centro desde el mes de julio de 2014. Según cuenta, hasta el Ganivet llegan cada día menores en distintas circunstancias que necesitan una acogimiento urgente, para un posterior diagnóstico y derivación hacia las distintas alternativas que ofrece la Junta de Andalucía como familias de acogida o espacios concertados.
Aunque el centro está abierto a todo tipo de menores, Martínez reconoce que en este edificio construido por los años treinta y que tiene una larga historia asistencial, suele haber un mayor porcentaje de menores extranjeros no acompañados (MENAs) procedentes de países como Ghana, Camerún o Marruecos que han llegado a Granada después de vivir un auténtico camino de obstáculos. "Actualmente tenemos 25 plazas. Hay épocas en que con el buen tiempo y la proximidad de las costas superamos esa cifra. Si llegan de forma masiva se activa un plan de emergencia y esos menores se derivan a otros recursos de la Junta de Andalucía para intentar reconducir siempre a las 25 plazas", detalla.
El primer objetivo del espacio es brindar a estos niños varones de entre 13 y 18 años un proyecto educativo individualizado que se elabora durante los dos meses que aproximadamente dura la estancia en este centro de régimen semiabierto. Después, son derivados a otros centros de carácter concertado dependiendo de sus necesidades. "El primer paso es matricularlos en un centro educativo. Además, nos gusta ubicarlos en el espacio porque llegan completamente desorientados. Hacemos el primer trayecto al instituto juntos y después les damos un bonobús para que vayan solos y tengan plena autonomía", explica Martínez.
En Ganivet también se les ofrecen todas las comidas diarias, ropa, clases de español y actividades extraescolares o culturales para que conozcan la ciudad. "El equipo educativo presenta semanalmente su programa de salidas culturales, al pantano etc.", detalla la directora de este centro que se rige por un sistema de puntos. Cuantos más acumulen por sus buenas acciones estos niños, más reconocimientos o paga semanal recibirán. Un dinero que, a pesar de ser muy reducido, -en torno a los nueve euros- algunos llegan a ahorrar durante la estancia. "Se lo damos en un sobre y, en ocasiones nos dicen que se lo guardemos. Algunos, por poco que sea, se lo mandan a sus padres o hermanos", destaca Martínez que relata cómo estos niños han asumido verdaderos roles de "cabezas de familia".
Pero, si hay algo que brindan los educadores en este centro y que no se recoge en los trámites burocráticos es el calor humano. "La calidez en la recepción es muy importante. A veces vienen exhaustos, llenos de grasa tras pasar horas bajo un camión en unas condiciones lamentables y con heridas. Es importante tranquilizarlos", reconoce la directora que detalla que, aunque existe una barrera idiomática, un gesto de cariño vale mucho más que las palabras. "Vienen jóvenes con historias muy dramáticas para quienes una caricia ha sido siempre un tortazo. Al principio marcan las distancias, pero ves como poco a poco se van acercando. Al final te dan besos y abrazos. Nosotros no trabajamos con papeles, sino con emociones y sentimientos", remarca.
En verano, cuando no hay instituto, los menores realizan otro tipo de actividades y disponen de más tiempo libre en la calle. Las puertas del centro suelen permanecer cerradas durante todo el día. Sin embargo, por la tarde abren para que los niños salgan a dar una vuelta. La hora de regreso permitida no puede sobrepasar las 23:30 en esta estación. "En verano hay más flexibilidad, pero en invierno solo se puede hasta esa hora los viernes y sábados. El resto de los días deben regresar antes de la hora de la cena, a las 20:30".
Mientras habla, un grupo de niños se lanzan en bomba a la piscina ubicada en un patio enorme. Otro se reta con una monitora al tres en raya mientras que, en la sala de usos múltiples varios jóvenes participan en talleres de manualidades. Este centro, en el que conviven niños de varias culturas como una gran familia, es el mismo donde el pasado siete de julio varios menores se enfrentaron a la policía para evitar el traslado de un compañero. Unos hechos que se saldaron con tres policías heridos, diez menores detenidos y dos fugados que finalmente fueron localizados. Altercado que, según remarca la directora, no representa el día a día. "Siempre que haces una búsqueda del centro en internet solo aparecen disturbios. Es una pena. Realmente me parece que no refleja la realidad. Aquí llegan menores en situaciones muy complicadas. Hay discusiones como en cualquier familia pero también momentos buenos", expone. "No hay que olvidar que se trata de adolescentes en pleno proceso de construcción de su identidad, sin una familia como referente, que llegan aquí con un punto de inflexión y de ruptura que tienen que deconstruir para empezar de cero en este país", apostilla la directora que ha presenciado multitud de finales felices.
A lo largo de 2016, el centro ha acogido a 256 niños. Una cifra muy superior a los menores acogidos a lo largo de 2015 en los primeros seis primeros meses del año que ascendió a 157 mientras que en 2014 fueron 115. "Hemos tenido un aumento muy significativo, explicó Martínez que achaca estas cifras a los cambios en los movimientos migratorios. "Los conflictos bélicos están provocando muchas salidas". Dos de los países de procedencia más frecuentes de estos menores son Ghana y Camerún aunque hay niños de otras procedencias. La Junta de Andalucía asume su tutela y les ofrece un itinerario educativo y laboral.
Martínez no oculta que en algunos casos también hay menores que deciden abandonar el centro. "Hay jóvenes que vienen con un proyecto de vida muy claro. Desean llegar a otros puntos como Madrid, Barcelona o Francia porque ya tienen conocidos o familiares allí, y en una de las salidas no regresan". A lo largo de su camino encuentran otros recursos en el resto de comunidades mientras que el centro continúa trabajando para quienes deciden quedarse y formarse. Todo, para brindar a estos niños las herramientas para construir, en dos meses, toda una vida.
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