El sentimiento andaluz ha ido decayendo casi al mismo son que marca el ánimo de sus gobernantes
Andalucía no es Cataluña ni el País Vasco, y escribo esto el Día de Andalucía, apenas un día de fiesta más que corona uno de tantos puentes del año. Nos gustará más o menos, podremos participar de la fiesta o quedarnos en casa, pero las comunidades con verdadero sentido identitario celebran su día sin complejos, inundando las calles de sus municipios con sus símbolos y banderas, y nadie que por allí pase quedará ajeno a lo que se celebra. Nada de esto ocurre ya en Andalucía, cuya fiesta del 28 de febrero, quizá la fecha más significativa en la conformación del Estado de las autonomías, pasa cada año más desapercibida, sólo amenizada por la cobertura institucional de Canal Sur al acto oficial de entrega de las medallas con sus discursos complacientes y previsibles.
A diferencia de las comunidades denominadas históricas, Andalucía como comunidad autónoma no tuvo su sentido primero en cuestiones de tipo nacional, histórico o identitario. La causa que movió a tantas personas a exigir una autonomía de primera aquel febrero último de 1980, la que sacó a tantísima gente a la calle un 4 de diciembre apenas estrenada la democracia, fue esencialmente económica. La autonomía como mejor vía para salir del subdesarrollo, como alternativa a la eterna condena a jugar en la segunda división en la liga de los territorios. Ése era el sentido de nuestra autonomía, un sentimiento de rebeldía de raíz izquierdista (la derecha en general la sigue mirando con desdén, probablemente porque nunca la ha sentido como cosa propia) con la música de Jarcha y la voz de Carlos Cano.
Hoy, casi cuarenta años después de aquello, Andalucía es la comunidad más grande de nuestro Estado compuesto, dentro a su vez de una organización plurinacional como la Unión Europea, donde no cabe hablar propiamente de subdesarrollo, y la gobierna un mismo partido con criterios paternalistas y clientelares. El sentimiento andaluz ha ido decayendo casi al mismo son que marca el ánimo de sus gobernantes, convertidos en distribuidores aplicados y funcionariales de una riqueza que nunca ha sido suya. Andalucía como comunidad se parece demasiado a la Junta de Andalucía, habla como ella, le gustan las mismas cosas, ven los mismos programas, hasta celebran juntas la fiesta. Pero eso no quita para que, aunque sólo sea porque un 28-F se fundó este periódico, siempre haya un buen motivo para celebrarla.
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