martes, 7 de marzo de 2017

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                                                                          TRIBUNA


JOAQUÍN RÁBAGO
Periodista

La moda se ha convertido gracias a las fibras sintéticas en un producto de usar y tirar. En Alemania, cada año acaban en los contenedores un millón de toneladas de ropa usada

Plástico
Acompañé el otro día a una pareja amiga a comprar ropa en un Kaufhof berlinés, el equivalente alemán de nuestro Corte Inglés.
Se llevaron una sorpresa cuando la cajera les preguntó si querían una bolsa de plástico y les cobró por ella veinte céntimos pese al elevado importe de la compra que acababan de hacer.
Comprendí su asombro ya que en muchos lugares de España le envuelven a uno en plástico cualquier cosa: una barrita de pan, unas uvas, unas latas de sardinas. De modo que uno acaba la compra del día con no sé cuántas bolsitas, de las que luego hay que deshacerse como sea. Lo indignante es que mucho de ese plástico - lo habrá observado con frecuencia el lector- acaba ensuciando las playas y aun los espacios naturales de nuestro país, que, salvo excepciones, no suele distinguirse por el civismo en tantas cosas.
En ciertos países en desarrollo como Egipcio, la recogida del plástico que se tira a la basura es una fuente de modestos ingresos para muchas personas. El plástico representa en esos países entre un seis y un diez por ciento de lo que acaba en el basurero y es, después de los metales, el material más valioso para quienes se dedican al reciclaje de residuos. Pese a la existencia de muchos de esos proyectos, impulsados por municipios y ONG, es mínimo el porcentaje que se recicla de los aproximadamente 300 millones de toneladas de plástico producidos anualmente en el mundo.
Plástico que lo mismo sirve para fabricar bolsitas, botellas para el agua mineral que bolígrafos, electrodomésticos, ordenadores, móviles, marcos de ventanas o automóviles. Pues bien, según un estudio de la fundación británica Eileen McArthur, sólo un 15% del plástico que se arroja a la basura es recogido luego y únicamente un 5% convenientemente reciclado. Casi un tercio del total del plástico acaba arrojado a la naturaleza, donde permanecerá durante cientos de años, afirman los autores de ese estudio.
El canadiense David Katz dirige un proyecto llamado Banco de Plástico, cuyo objetivo es canjear por dinero, ropa o comida el plástico que recogen los pobres y reciclarlo para fabricar desde botellas o patinetas hasta módulos habitacionales. Los mayores quebraderos de cabeza los proporcionan los llamados microplásticos, partículas de tamaño inferior a los cinco milímetros procedentes de la degradación de los objetos de plástico o de los tejidos sintéticos utilizados en la ropa, pero también de los jabones exfoliantes e incluso de la pasta de dientes.
El boom del poliéster ha contribuido fuertemente a incrementar las ventas de prendas de vestir en todo el mundo: según la ONG ecologista Greenpeace, sólo en 2014 se produjeron más de 100.000 millones de nuevas prendas. Los elevados precios del algodón han hecho que aumentase en todas partes el recurso a las fibras sintéticas por parte de las principales cadenas de ropa de confección.
La moda se ha convertido gracias al empleo de esos materiales en un producto de usar y tirar. En Alemania, por ejemplo cada año acaban en los contenedores un millón de toneladas de ropa usada, sector que genera al año unos 350 millones de euros, según el semanario Der Spiegel.
Hay cadenas de moda que recogen la ropa usada de sus clientes y ofrecen a cambio descuentos en las próximas compras que ésos hagan, lo que estimula el consumo, que es de lo que en el fondo se trata. El problema es que no es igual de fácil deshacerse del poliéster y otras fibras sintéticas que llevan los tejidos que de la propia ropa. Cada vez que esas prendas van a la lavadora se desprenden de las mismas micropartículas, que pasan a las aguas subterráneas.
Los microplásticos llegan de esa forma a los océanos y entran en la cadena alimenticia de muchos animales. Y se calcula que el poliéster tarda unos 500 años en descomponerse. Se han descubierto ya microplásticos en el pescado y en los mariscos que consumimos, pero también en la miel, en la cerveza y hasta en el agua mineral. En muchos análisis de agua del mar se han detectado más microplásticos que plancton, según Thilo Maack, de Greenpeace. De ahí que haya cada vez más voces que abogan por la prohibición de microplásticos en la industria cosmética y la adopción de medidas para reducir al máximo el empleo de bolsas de plástico. Como ocurre ya en algunos supermercados y grandes almacenes.
¿Se acuerdan los lectores de las bolsas de redecilla con las que nuestras madres o abuelas acudían siempre al mercado?

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