martes, 28 de marzo de 2017

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ERIKA MARTÍNEZ

Hay dos tipos de artistas: los que malviven y los que viven de otra cosa

Hay dos tipos de artistas: los que malviven y los que viven de otra cosa. Ganarse el pan con la música, el teatro y la literatura pueden muy pocos, ya se sabe. En España son, sin embargo, más de un millón quienes se dedican a oficios vinculados a este sector, sin que exista una regulación laboral que atienda a sus particularidades. Un recolector de aceitunas, que trabaja de forma discontinua, no puede cotizar como alguien que tiene un empleo regular durante todo el año. Un actor o un músico, tampoco. Conozco a poquísimos artistas que puedan pagar una cuota de autónomo. Sencillamente no ganan suficiente para permitírselo, o solo pueden hacerlo unos pocos meses al año (músicos durante los festivales de verano, fotógrafos en temporada de bodas o actores poco antes del estreno). Si enferman ensayando, nadie cubre su baja. Nadie asumirá su permiso de maternidad. Ni cotizarán suficiente para cobrar la pensión mínima cuando el cuerpo ya no les dé para seguir. Y si alguno de ellos logra cotizar lo suficiente para cobrar una jubilación, tendrá que renunciar a sus derechos de autor, como dicta la discutida reforma de la ley de Pensiones.
Para dar una respuesta a esta precariedad, una subcomisión del Parlamento discute en este momento sobre un Estatuto del Artista. Las condiciones concretas que pactarán los partidos mayoritarios sobre su trabajo y fiscalidad son difíciles de predecir; el estatuto parece impostergable. Tan necesarios como él serían otros estatutos que ampararan al enorme número de ciudadanos que se dedica a tareas no reconocidas por la Seguridad Social o sometidas a una discontinuidad que no encaja en ningún régimen laboral. Parece demostrado que una renta básica universal, como la que propone el historiador holandés Rutger Bregman, evitaría la necesidad de crear sistemas paralelos al del Subsidio Agrario y le ahorraría al Estado los enormes gastos que genera luchar contra las consecuencias de la pobreza. Con datos difíciles de discutir, Bregman defiende que erradicar la pobreza es mucho más barato que perpetuarla (más barato obviamente para el Estado). Mientras no nos convenzamos de ello, tendremos al menos que garantizar que músicos y pintores, bailarines y dramaturgos trabajen con la misma dignidad que el resto de los ciudadanos.

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